Lumen, 1994. 800 páginas.
Tit. or. Ulysses. Trad. José María Valverde.
Leopold Bloom se da un paseo por Dublín.
¿Qué puede decir del Ulises, un libro analizado hasta la extenuación, un gañán como yo? Nada iluminador, por supuesto, yo he cogido las linternas de otros para adentrarme en sus páginas. Puedo hablar de la experiencia que es leer un texto considerado uno de los más difíciles (aunque hay cosas peores).
En realidad es una relectura, lo leí hace muchos años. Tardé tiempo en leerlo, porque no es un libro que puedas leer de corrido. Necesita que dejes reposar la mente. En esta ocasión, a pesar de que he leído entre medio algunos libros ligeros para desengrasar, le he dedicado muchas horas al día. El resultado es que acabé mentalmente exhausto, como si hubiera recorrido el camino de Santiago.
Porque aquí no hay palabra que sobre, hay que leerlo todo si no con cuidado por lo menos con mimo, escuchando al texto y dejándose mecer por su prosa y su ritmo. No es fácil seguir el tenue hilo narrativo (que lo hay) ni siquiera si, como en mi caso, encaras la lectura de cada capítulo acompañado por el resumen que proporciona esta edición y que te marca los hitos que vas a ir siguiendo.
Joyce escribía muy bien -basta leer Dublineses- pero decidió, como Picasso, abandonar la escritura normal para lanzarse a un experimento que revolucionó la prosa y ha influido en toda la literatura posterior (al menos la que intenta serlo). Por un lado tenemos esa escritura libre, que va encadenando pensamientos e imágenes, que por momentos es completamente ilegible (y no está mal que lo sea, ¿Entenderíamos los pensamientos de otra persona) y que culmina en ese monólogo final de Molly Bloom que es, en mi opinión, uno de los momentos cumbres de la historia de la literatura. Con ese final que al leerlo, aunque agotado, me emocionó hasta casi las lágrimas.
Por otro lado tenemos esas arquitecturas novedosas, capítulos que son una obra de teatro, escritos como un catecismo, con titulares de prensa, porque con revolucionar la escritura no parecía tener suficiente. Me ha sorprendido porque yo recordaba -erróneamente- que había un capítulo en formato de juicio (no lo hay, debía ser el del catecismo). Este tipo de juegos me encantan, aunque siempre me ha parecido raro que le gustaran a la crítica.
¿Merece la pena leerlo? Yo creo que sí. He vuelto a disfrutarlo, seguramente más que la primera vez que lo leí, que era un joven imberbe con más tontería que ahora. Mis capítulos preferidos son el 15, escrito como si fuera una obra de teatro y de una alucinación deliciosa y el último, ese monólogo que te llega a las entrañas. Pero no se peguen atracones. Para pedalear poco a poco.
Obra maestra.
A la puerta de Antonio Rabaiotti, Bloom se detiene, sudado bajo los brillantes arcos voltaicos. Desaparece. Un momento después reaparece y avanza apresurado).
BLOOM: Pescado frito con patatas. Nada bueno. ¡Ah!
(Desaparece en la charcutería de Olhousen, bajo el cierre metálico que desciende. Un momento después sale por debajo del cierre, soplante Poldy, bufante Bloomhoom. En cada mano lleva un paquete, uno conteniendo un pie de cerdo tibio, el otro una pata de carnero fría, espolvoreados ambos de pimienta en grano. Jadea, quedándose erguido. Luego, inclinándose a un lado, se aprieta un paquete contra una costilla y gime).
BLOOM: Punzada en el costado. ¿Por qué corrí? (Recobra aliento con cuidado y avanza lentamente hacia las agujas de los carriles con sus luces. El fulgor vuelve a relampaguear).
BLOOM: ¿Eso qué es? ¿Un faro de destellos? Un proyector. (Se queda en la esquina de Cormack, observando).
BLOOM: ¿Aurora boreal o alto horno? Ah, los bomberos, claro. En el lado sur, de todos modos. Gran fulgor. Podría ser la casa de él. La guarida del lobo. Estamos seguros. (Canturrea animadamente). ¡Londres se quema, Londres se quema! ¡Al fuego, al fuego! (Observa al peón que avanza tropezando por entre la gente al otro lado de la calle Talbott). No le voy a encontrar. Corre. Deprisa. Mejor cruzar aquí.
(Cruza disparado la calle. Unos golfillos gritan).
LOS GOLFILLOS: ¡Cuidado, señor!
(Dos ciclistas, con farolillos de papel encendidos colgando, se deslizan a su lado rozándole, con los timbres repicando).
LOS TIMBRES: Altoaltoaltoahí.
BLOOM: (se detiene, erguido, invadido por un espasmo). Ay.
(Mira alrededor, de repente sale disparado. A través de la niebla que se levanta, un monstruo de tranvía de obras, echando arena, en cauto avance, se desliza pesadamente hacia él, guiñando su enorme faro rojo y con el trole siseando en el cable. El conductor hace resonar su campanilla de pie).
LA CAMPANILLA: Bam Bam Bla Bac Blad Bog Bloo.
(El freno cruje violentamente. Bloom, levantando una mano de guardia enguantada de blanco, se aparta torpemente de la vía con piernas rígidas. El conductor, tirando adelante, con la nariz arrugada sobre el volante, le aúlla al pasar, sobre cadenas y engranajes).
EL CONDUCTOR: ¡Eh, calzones de mierda! ¿A qué estás jugando ahí?
(Bloom da un volatín hasta la acera y se vuelve a detener. Se sacude de la mejilla una mota de barro con una mano con paquete).
BLOOM: Se prohíbe el paso. Me afeitó casi, pero me curó la punzada. Tengo que volver a hacer la gimnasia de Sandow. Abajo, sobre las manos. Y asegurarme contra accidentes en la calle, también. En la Providential. (Se toca el bolsillo del pantalón). La panacea de la pobre mamá. El tacón se encaja fácilmente en la vía o el cordón del zapato en una rueda. El día que la rueda del coche de la policía me desolló el zapato en la esquina de Leonard. A la tercera va la vencida. El truco del zapato. Conductor insolente. Debería denunciarle. La tensión les pone nerviosos. Podría ser el tío que esta mañana me fastidió con aquella mujer caballuna. El mismo estilo de belleza. Rápido ha estado él, de todos modos. El andar rígido. Palabras verdaderas dichas en broma. Aquel terrible espasmo en Lad Lane. Algo venenoso que comí. Señal de buena suerte. ¿Por qué? Probablemente ganado perdido. La marca de la Bestia. (Cierra los ojos un momento). Un poco ligero de cabeza. Lo de todos los meses o efecto de lo otro. Cefalonebulalgia. Esta sensación de fatiga. Demasiado para mí ya. ¡Ay!
(Una figura siniestra con las piernas cruzadas se apoya en la pared de O’Beirne, un rostro desconocido, inyectado de oscuro mercurio. Por debajo de un sombrero de ala ancha, la figura le observa lanzándole el mal de ojo).
BLOOM: Buenas noches, señorita Blanca. ¿Qué calle es esta?
LA FIGURA: (impasible, levanta un brazo como señal). Santo y seña. Sraid Mabbot.
BLOOM: Ah, vaya. Merci. Esperanto. Slan leath (musita). Un espía de la liga gaélica, enviado por aquel tragafuego.
(Da un paso adelante. Un trapero, saco al hombro, le cierra el camino. Él se echa a la izquierda; el trapero del saco, a la izquierda).
(Brinca a la derecha, el trapero a la derecha).
BLOOM: Permiso.
(Se desvía, se escurre, se esquiva, se escapa por un lado y sigue adelante).
BLOOM: Llevar la derecha, la derecha, la derecha. Si hay un letrero indicador puesto por el Touring Club en Echateaunlado, ¿quién ha procurado ese beneficio público? Yo, que perdí el camino y colaboré en las columnas de El Ciclista Irlandés con la carta titulada En las tinieblas de Echateaunlado. Llevar la derecha, llevar, llevar la derecha. Trapos y huesos, a media noche. Un revendedor de cosas robadas, más probablemente. El primer sitio a donde van los asesinos. A lavar sus pecados del mundo.
2 comentarios
Enhorabuena por la relectura. Yo veo que con los años me va a apeteciendo más las relecturas que muchas otras lecturas. En cuanto a la traducción, ¿alguna sugerencia? En su día leí la edición de Cátedra con traducción de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa, tú veo que has leído la de José María Valverde.
Leer o releer, he ahí la cuestión… ya hablaremos del tema en Logroño 🙂
Sobre la traducción dicen que la que has leído tú es la mejor, pero yo volví a leer la de mi juventud, en mi ejemplar manoseado y sufrido. Para la próxima relectura 😀