Jack Vance. El último castillo. Hombres y dragones.

junio 13, 2012

Jack Vance, El último castillo, Hombres y dragones
Orbis, 1986. 192 páginas.
tit. Or. The last castle. The dragon masters. Trad. Angela Pérez y José M. Álvarez Florez.

Según mi ficha lo leí en enero de 2009, y si no me falla la memoria fue para un reto 2009 de Meribelgica, pensando que con los dragones podría rellenar el elemento aire. No pude porque los dragones de aquí no vuelan. Suelo recordar el lugar donde he leído un libro, éste lo medio acabé en los descansos de una zarzuela en la que actuaba.

El último castillo que curiosamente tiene una página en facebook: EL último castillo, transcurre en un futuro en el que la humanidad vive al estilo medieval y una raza extraterrestre que les sirve de esclavos se rebelan. Sólo un noble se dará cuenta del peligro que corren.

Hombres y dragones es una historia que ya recordaba y que me gustó volver a leer. Los hombres se enfrentan a los dragones desde siempre, lo peculiar es que los hombres utilizan a dragones modificados geneticamente y los dragones a humanos igualmente modificados.

No es que sean de lo mejor de la ciencia ficción, pero se leen con gusto, y la idea del segundo relato siempre me ha llamado la atención.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (286/365)

Extracto:
Los aposentos de Joaz Banbeck, excavados en lo profundo de un risco de piedra caliza, constaban de cinco cámaras principales, a cinco niveles distintos. En la parte superior estaban el Reli-carium y una sala de juntas oficial: el primero era una estancia de sombría magnificencia que albergaba los diversos archivos, trofeos y recuerdos de los Banbeck; la segunda, un vestíbulo largo y estrecho, con artesonado oscuro hasta la altura del pecho de una persona y una bóveda blanca estucada; abarcaba toda la extensión del risco, de modo que los balcones daban al Valle Banbeck por un lado y al Camino Kergah por el otro.
Debajo, estaban los aposentos privados de Joaz Banbeck: un gabinete y una cámara-dormitorio, luego su estudio y al fondo un cuarto de trabajo donde Joaz no permitía entrar a nadie.
A los aposentos se entraba a través del estudio, una gran habitación en forma de L, con un barroco techo aristado del que colgaban cuatro candelabros con incrustaciones granate. Ahora estaban apagados. En la habitación había sólo una luz de un gris acuoso procedente de cuatro placas de cristal ahumado en las que, a modo de una cámara oscura, aparecían vistas del Valle Banbeck. Las paredes estaban revestidas de unos paneles de caña lignificada. Cubría el suelo una alfombra con adornos marrones, castaños y negros, formando ángulos, cuadrados y círculos:
En medio del estudio había un hombre desnudo.
Únicamente cubría su desnudez su pelo largo, fino y castaño, que descendía por su espalda, y el torc dorado que rodeaba su cuello. Era de rasgos finos y angulosos y de cuerpo delgado. Parecía escuchar, o meditar quizás.

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