Jaan Kross. El loco del Zar.

mayo 8, 2008

Editorial Anagrama, 1992. 414 páginas.
Tit. Or. Keisri Hull. Trad. Joaquín Jordá con la colaboración de Jüri Talbet.

Jaan Kross, el loco del Zar
Decir la verdad al poder

No sabía nada sobre Jaan Kross, pero resulta que estuvo nominado varias veces al premio Nobel. Fue el más importante escritor estonio contemporáneo, y esta novela es su obra más famosa.

Timotheus von Bock fue un aristócrata de ideas peculiares. Se casó con una mujer del pueblo -hasta el punto que tuvo que comprar su libertad y la de su familia, pues eran siervos. Era el brazo derecho del emperador Alejandro I, pero tras enviarle un escrito es encarcelado durante nueve años y sólo es puesto en libertad tras calificarle de loco. Su cuñado Jakob lleva un diario en el que además de detalles de su propia vida nos desvela las claves para entender el comportamiento de Timo.

Por lo que se cuenta en el epílogo la mayor parte de los hechos narrados en el libro son históricamente ciertos. El libro gira alrededor de las consecuencias que tiene para Timo haber sido sincero consigo mismo y con el emperador. Pero también hay espacio para la historia personal de Jakob; un hombre de orígenes humildes que se ve de repente transportado a un estatus diferente y que no acaba de pertenecer a ninguno de los dos mundos, y cuya vida sentimental acaba siendo influida por las desventuras de su cuñado.

Esta muy bien escrito y los temas que trata resultan atractivos, pero no es enteramente de mi estilo.

Reto 2008: Estonia.

Escuchando: Den little floyten. Sinikka Langeland.


Extracto:[-]

—Vamos, el amor es más fuerte que cualquier otra cosa. Lo que te da tu fuerza, Eeva, es el amor, lo sé, te he observado a fondo. Y eso sobre lo que tú, Timo, te apoyas, también es el amor. Sí, el amor. Pero no es lo único. No acabo de saber muy bien qué es la otra cosa sobre la que te apoyas. Probablemente la filosofía. En fin, en su nombre también se ha ido a la hoguera. Qué pueden significar para ti los guiños y los murmullos de los queridos amigos de tu clase… Para hablar con la lengua del pueblo: ¡una mierda! -soltó una carcajada-. Siempre que tengáis confianza el uno en el otro. No sólo así, de manera general y superficial, sino a fondo, completamente, ¡en todo! Con una confianza total podéis retiraros al abrigo de todos los rumores… igual que…, ¡igual que en una concha completamente redonda! ¿Qué puede hacerle la tempestad por fuerte que sea…? Sólo acunarla cariñosamente…

En cuanto al silbido de las serpientes de la calumnia y a la absoluta necesidad de una confianza mutua, ya habían llegado algunas cosas a mis oídos. Las intenciones matrimoniales de Timo y de Eeva ya eran conocidas por unos cuantos. En San Peters-burgo, algunos buenos amigos habían comentado a Timo (y de manera, claro está, que no pudiera provocar a nadie en duelo) que Eeva, por aburrimiento, se había arrojado, según parece, a los brazos tanto de von Adlerberg de Uue-Varstu como a los del guapo paleto de Johannson, el sacristán de Viru-Nigula. Y varias damas bien informadas, de visita en casa de los Masing, habían contado, procurando ser oídas por Eeva, que en San Petersburgo el señor von Bock había pedido la mano, sí, nada menos que de la señorita Narychkina, la misma a la que el emperador, como era bien sabido, concedía una paternal atención… Que estando así las cosas, el afecto que el emperador sentía por el señor von Bock no había sido evidentemente tan profundo como para que Su Majestad llegara a ordenar a la señorita que aceptara la petición de matrimonio. No. ¡La señorita Narychkina había dado calabazas al señor Bock! No era extraño que se acordara después de su Cenicienta, ji, ji, ji, ji…

Aún no habían llegado los últimos días de septiembre cuando Timo y Eeva regresaron de San Petersburgo. Se habían casado según el rito ortodoxo. De acuerdo con sus documentos, Eeva incluso se llamaba ahora Catalina. Catalina von Bock. En un primer momento, me forcé a creer y a sentir que este nombre sólo podía designar a una persona totalmente extraña… Tanto más cuanto que su mirada me parecía ahora a veces más velada y otras más brillante que antes y a la seguridad de sus movimientos se había mezclado una cierta desenvoltura orgullosa que, sin embargo, tenía algo de inconveniente.

Pero después ella me explicó que los dos, Timo y ella, partían inmediatamente en dirección a Voisiku, que al principio vivirían allí y que, naturalmente, yo les acompañaría; sentí, pese a todo, que no tenía otra elección, que no podía hacer otra cosa.

La verdad es que, en cuatro años, yo había engullido tanta inteligencia libresca como puede contener un liceo; llegado a una edad en la que no sólo se está despierto sino que se es adulto (¡veintisiete años!), había adquirido también, debido a mi situación especial, una considerable comprensión de la vida y de los hombres. Pero no sabía qué hacer con ese saber. Salvo que, después de haber adquirido cierta experiencia práctica, lo utilizara para encargarme en Voisiku de la administración de la finca y serles más útil a los dos. Ocuparía el puesto de Klarfeldt, el intendente de entonces, del que Timo llevaba tiempo observando cómo a sus espaldas, hábilmente y poco a poco, se llenaba los bolsillos. Son muy escasos los intendentes a sueldo que no hacen lo mismo.

Así es como los cuatro (a Kásper, el lacayo, se le había ordenado que viniera a buscarnos a Aksi), cruzando los bellos paisajes secos y dorados por el otoño de las cercanías de Puurmani y Póltsamaa, llegamos aquí. Un viaje realizado enteramente en compañía de Timo y de Eeva. O, mejor dicho, de Timo y de Kitty —para dar a mi hermana el nombre con que su marido, mientras tanto, había comenzado a llamarla, a la inglesa.

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