Ingo Schulze. En línea.

noviembre 27, 2024

Ingo Schulze, En línea
Destino, 2011. 366 páginas.
Tit. or. Handy. Dreizhen geschichten in alter Manier. Trad. Carles Andreu.

Después de leer 33 momentos de felicidad, que me encantó, leo este que incluye los siguientes relatos:

En Línea
Bolero en Berlín
Milva, cuando aún era muy joven
Calcuta
Mr. Neiherkorn y el destino
El escritor y la transcendencia
Fe, amor, esperanza, número 23
Estonia, en el campo
Incidente en El Cairo
Los domingos por la tarde, ni literatura ni epifanías
Enredos de Nochevieja
Una noche en casa de Boris
Y una historia más

Que, por el contrario, me han dejado bastante frío. Están bien escritos, se dejan leer, pero están muy alejados del humor y la originalidad de aquellos. Aquí el autor nos cuenta situaciones que muchas veces no son más que anécdotas bien vestidas, que no van más allá. Hay un cuento Una noche en casa de Boris en el que en una cena los invitados van contando situaciones que han vivido, como en cualquier cena normal, y es la misma sensación que me ha dejado el libro.

Y sí, nos lo pasamos bien en una cena con amigos contando historias, pero de un libro uno espera algo más que, en este caso, no he sido capaz de encontrar. Muchos están escritos en clave de autoficción, y creo que, como en otros muchos casos, el éxito no le ha sentado bien al autor.

Se deja leer.

Hablaban en voz baja, como si fuéramos amigos. Se habían apropiado de nuestros documentos de identidad y todo el rato me llamaban Friedrich. Yo no sabía qué debíamos hacer. Entonces Ines salió del agua y con cada uno de sus pasos y sus gestos los tíos hacían un comentario y una broma guarra; primero le dieron sólo el polo, luego el sujetador y así con todo lo demás. La toalla no se la dieron hasta el final. Entonces se marcharon. Se habían sentado sobre nuestras cosas, pero no hicieron nada más. Los documentos de identidad estaban encima de todo.
Fred tenía unas uñas blanquísimas.
—Tal vez la historia no parezca demasiado dramática porque no nos tocaron…
Por un momento pensé que Fred estaba reprimiendo las lágrimas, pero entonces levantó la mano como diciendo que no había nada más que añadir. Finalmente siguió hablando, más rápido incluso que antes.
—Yo me quedé siempre con ganas de extirpar aquellos minutos, como si de un agente patógeno se tratara, de cauterizarlos, de cambiar de idioma, o yo qué sé de qué. Naturalmente Ines y yo los insulta mos, decidimos acudir a la policía y urdimos una venganza. Sin embargo, en cuanto oscureció Ines se marchó a su casa. Tal vez nos habría salvado pasar la noche juntos, aunque a lo mejor no había ya nada que hacer; en cualquier caso, las cosas comenzaron a empeorar cada día un poco más. Bastaba con que alguien pronunciara nuestros nombres. Lo peor er a
eso, que no era necesario que dijeran nada en concreto; cualquier palabra podía devolvernos al lago del bosque. Y a mí me bastaba saber y ver que también Ines estaba pensando en ello. Más tarde me recriminé no haber arremetido contra aquellos tipos. Habría sido mucho mejor que me dieran una paliza o tener que regresar a casa desnudos. Todo habría sido mejor que lo que pasó. Pero el miedo me paralizó; no queríamos que las cosas se pusieran aún más feas. ¡Qué asqueroso es el miedo!
Boris se volvió hacia Elvira, esperando tal vez una reacción suya o tal vez porque quería decirle algo. Elvira tenía la cabeza apoyada en el hombro de Susanne. Ésta no podía ni moverse, pero se llevó un dedo a los labios. Cuando Boris dijo que iba a llevarse a Elvira a la cama, Susanne hizo una mueca. Creo que le gustaba tener aquella cabeza sobre el hombro y que incluso estaba un poco orgullosa de ello.
Ines y Pawel dijeron que se marchaban. Boris asintió, pero ninguno de ellos se levantó. Todos estábamos sentados, contemplando a Elvira. En aquel momento se me ocurrió que si nos marchábamos entonces no volveríamos a verla nunca más.
Me habría encantado responder algo a la historia de Fred. Quise preguntarle a Boris si se acordaba del agua marrón del lago; yo iba a menudo a bañarme allí, era un lugar especialmente pedregoso.
Mis recuerdos de aquella noche en casa de Boris pierden nitidez después de la historia de Fred, por lo menos en cuanto al contenido y el orden de las historias. El estado de ánimo, en cambio, lo tengo aún muy presente.

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