Anagrama, 2011. 356 páginas.
Tit. or. Solar. Trad. Jaime Zulaika.
Me quedé decepcionado con la última novela de McEwan, Dissabte, y pensaba probar suerte con Expiación, pero se me cruzó gracias al préstamo de una amiga este libro y aproveché la oportunidad de leer gratis.
Michael Beard es un científico cincuentón que ha ganado un Nobel pero que no está en sus mejores años creativos. Como persona también deja bastante que desear. Seguiremos sus peripecias desde que se pone al cargo de un instituto de investigación de energías alternativas hasta su paso al sector privado.
Si en el anterior me quejaba de una alta calidad literaria pero poca trama, en este caso se cuentan bastantes cosas, aunque con menos despliegue de lenguaje. Es interesante ver los entresijos de los centros de investigación, los problemas para obtener financiación, y me ha gustado especialmente el ataque al relativismo cultural en una de las mejores escenas del libro.
Sin embargo hay cosas que me han dejado perplejo, como que se incluya una versión de la leyenda urbana del robo de las galletas (aquí la transcriben: La bolsa de patatas), que aunque en páginas posteriores se pone de manifiesto como tal leyenda -y el protagonista tiene dificultades para que le crean- no tiene mucha justificación. A no ser que el autor aspire a dejar una versión canónica.
No me ha dejado tan frío como Sábado, pero no me ha emocionado como Niños en el tiempo
Calificación: Bueno, pero el autor sabe hacerlo mejor.
Extracto:
Y si te opones fron-talmente, eres libre de irte. Y libre para volver.
-Yo tendré casi setenta cuando el niño sólo tenga diez. ¿Qué sentido tiene?
-Bien. No te comprometas. Pero creo que a los setenta estarías dichoso de querer y que te quiera un hijo de diez.
¿Dichoso? ¿De dónde había sacado una palabra semejante? Nunca la había oído emplearla.
—Y hay otra cosa.
Lo dijo melifluamente, tan segura estaba del terreno que pisaba. Había allanado los riscos y precipicios del nuevo paisaje y él lo recorría totalmente extraviado, pero a salvo de peligros, o eso parecía insinuar Melissa.
-No me pediste que te hiciera padre. No estoy pidiendo ayuda económica. Tengo ahorros y tengo mis negocios. Si quieres colaborar, tanto mejor. Si quieres estar con nosotros, mejor todavía.
Nosotros. Ya estaba presente aquel ser del tamaño de una cabeza de alfiler, ya poseía una presencia social. Beard se sentía a la vez agraviado y superado en estrategia. Estaba demasiado torpe para invocar alguno de los principios generales que Melissa estaba desafiando con tanta eficiencia. ¿El no tenía derechos? No podía decretar la pronta aniquilación de aquel niño. ¿Qué quería, entonces? Intentó retornar a la cuestión básica.
—Me quede o me vaya, pague o no pague, tendré que ser el padre de tu hijo. En contra de mi voluntad. No me consultaste porque sabías mi respuesta.
—Si no ves nunca al niño y no pagas nada, no veo que para ti cambie gran cosa.
—No eres tú la que debe decirlo, y además te equivocas, estás equivocadísima. ¿De verdad crees que no hay diferencia entre tener un hijo al que nunca ves y no tener ningún hijo? Me estás forzando a tomar decisiones que nunca he querido tomar.
Dijo esto último algo acalorado y creía en lo que estaba diciendo, aunque le sonaba demasiado abstracto. Una niebla envolvía sus objeciones auténticas, todavía desprovistas de una forma verbal.
Ella debía de haber previsto esta reacción. Parecía tranquila cuando se apartó y empezó a poner la mesa. Cuando habló otra vez, puso una mano impersonal en el brazo de Beard y su voz fue conciliatoria, aunque de hecho no le miraba.
-Intenta verlo desde mi punto de vista, Michael. Estoy enamorada de ti, quiero tener un hijo, no quiero a nadie más, sólo te veo de forma ocasional y nunca sé cuándo, sé que ves a otras mujeres y no te me acercas ni te alejas un paso, y llevo así, a la deriva, cuatro años. Si no hacía nada, vendría la menopausia. Y ésa sería la elección silenciosa que tú me habrías impuesto.
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