Héctor Lastra. Cuentos de mármol y hollín.

julio 4, 2018

Héctor Lastra, Cuentos de mármol y hollín
Falbo Librero, 1965. 98 páginas.

Lo compré en Buenos Aires aprovechando mi visita a la ciudad en la famosa librería Ávila (que se anuncia como la más antigua del planeta, que no se yo, pero sí que está bien). Me costó muy poco y el libro no sólo está bien, sino que viene dedicado por el propio autor.

Incluye los siguientes cuentos:

Los mellizos
Como todos los días
El escorpión
Todo.. . Todo junto
La pérdida
El roñoso
Humo
En la recova
Enriqueta
Felisa
Casi hombres
Los de al lado

De temática variada, bien escritos con un lenguaje que aprovecha los localismos para generar verosimilitud en los diálogos, cortos, con mucha fibra y poca paja. De la vuelta de tuerca al tema de Rip van Winkle de Los mellizos al retrato de los seres marginales de El roñoso, con tragedia incluída. Siempre hay algo oscuro sobrevolando la trama, ya sea en El escorpión, donde una niña deja de serlo o En la recova historia de la preparación de un secuestro y violación.

Me han gustado mucho. Dejo Humo de muestra, porque veo muy difícil que se encuentren en alguna parte.

Los viernes, la mayoría de los viernes, para mi padre y para mí significaban un compromiso.
Desde chico, todos los viernes me llevaba a lo de tío Adolfo. La casa fue siempre la misma. Sus conversaciones, mi aburrimiento, la merienda, el humo, eran los viernes exactamente iguales.
Mi entrada a esa casa era presentarme ante un escenario; sabía el papel de memoria, aunque no necesitaba la responsabilidad de un actor.
—Cada viernes creces un poco más. . . Serás un lindo hombre —decía—: Cuando estés más mayorcito vendrás a conversar con nosotros…, de política y de mujeres.
En ese momento se levantaba el telón. Ambulaba por los corredores, por las habitaciones vacías, por el salón de billar, por la azotea, por el sótano (cúmulo de diarios viejos, de armas en desuso, de panfletos políticos, de cosas que nunca fueron), por la habitación de mis abuelos a la que nadie entraba ni limpiaba después de su muerte.
A las ocho, terminada mi recorrida, me acercaba a ellos sabiendo que su conversación había concluido.
—Hasta el viernes —decía Adolfo—. Y estudia. Tenes que llegar a ser un político importante.
Siempre me sorprendía mirando la ausencia de su brazo.
—Me lo robó el cigarrillo. Siempre tuve las arterias mal. .. Las tengo mal… Pero el cigarrillo es un sedante magnífico… Nunca vayas a fumar, ¿eh?
Durante meses dejamos de visitarlo. «Un viaje a Europa», aseguró mi padre. Fui feliz, creía que a su regreso tendría algo nuevo para oír. Mi sorpresa fue descubrir que le habían amputado las piernas.
Me las robó el cigarrillo… En la vida nada muere del todo. Por lo menos tengo un brazo. Puedo fumar. Nunca vayas a fumar, ¿eh?
Los corredores, las habitaciones vacías, el salón de billar, la azotea, el sótano. (Un día descubrí que una de las cortinas de crochet había caído al piso; estaba apolillada). A las ocho:
—Hasta el viernes… Tenes que llegar… En la vida nada muere del todo…
El año pasado mi padre ya no pudo inventar un viaje.
Adolfo es un tronco con vida que descansa en el sillón que tanto le gustaba a Merceditas. Mi padre, que al fin y al cabo es bastante parecido a tío, lo visita todos los días.
… Ni siquiera voy los viernes. Ya ni deben hablar. Uno fuma, el otro saca un cigarrillo de la caja de plata, encendiéndolo; alerta… Pero algo se dicen. Estoy seguro.
—¿Por qué no viene Jorge Julio?… ¿Ya tiene sus cosas?
—Sí —contesta mi padre—. Y también fuma.

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