Alianza editorial, 1983. 400 páginas.
Tit. or. The witches advocate. Trad. Marisa Rey-Henningsen.
Un estudio exhaustivo sobre el proceso de las brujas de Zugarramurdi, el más famoso de la brujería española. Tuvo dos mil acusados y cinco mil sospechosos, fue una verdadera epidemia que podría haberse salido de control. Por suerte no fue así, gracias a Alonso de Salazar, que puso un poco de cordura en el procedimiento y fue apagando los fuegos que sus dos compañeros inquisidores estaban empeñados en encender.
El proceso fue terrible, porque aunque los datos que da el autor revelan que la cosa no era como la imaginamos y solo se usaba la tortura en casos concretos, la vida de los acusados valía bastante poco, el procedimiento duraba años (en los que vivían en condiciones lamentables y además tenían que trabajar para ganarse el sustento) y muchos morían antes de tener un veredicto.
De más está decir que el tema de las pruebas ni se contemplaba, bastaba con que te delatara alguien para considerarte culpable, sin que hiciera falta nada más. Una de las cosas que más me han sorprendido es que, a pesar de las condiciones inhumanas y la tortura, seis personas mantuvieron su inocencia hasta el final del proceso. Ganando con esto una condena de muerte, puesto que como ya eran considerados culpables a raíz de las acusaciones de otros se entendía que estaban mintiendo. Y ellos se mantuvieron firmes, aunque eran conscientes de que los acabarían quemando.
Alonso de Salazar fue cambiando de opinión respecto a la culpabilidad de los acusados. Se dio cuenta de que el tema de la brujomanía estaba viciado de origen, que muchos confesaban sin ser culpables solo para poder librarse cuanto antes y que cuando los sacerdotes alertaban sobre los peligros de los brujos lo único que hacían era extender la manía con más fuerza. Estableció una serie de principios que sirvieron para que la cosa no fuera a más y tuvo suerte al enfrentarse a sus compañeros inquisidores, básicamente porque las altas esferas de la inquisición estaban más a la búsqueda de herejes que de brujos.
Mientras al rebufo del Malleus maleficarum Europa sucumbía a las quemas de brujos, en España se frenaron los procesos y la cosa se fue desvaneciendo. Lo que no quiere decir que la inquisición no siguiera cumpliendo su terrible labor.
Sin duda un héroe de la razón que salvó incontables vidas. Y este libro nos lo cuenta todo de una manera amena, con abundancia de datos y de testimonios. Por momentos se lee como una novela. Con final feliz, porque es una de las pocas ocasiones en las que, en la vida real, la luz vence a la oscuridad.
Muy bueno.
En algunos lugares, los «brujos» habían sido arrastrados fuera de sus casas y, atados uno por uno con las piernas entre los peldaños de una larga escalera de mano, se le había obligado a andar con la escalera a rastras. De vez en cuando alguien se divertía levantando la escalera por un extremo y empujándola, de modo que los «brujos» caían de narices; luego volvían a tirar de la escalera en dirección opuesta y las víctimas caían hacia atrás. De esta guisa les habían hecho pasear durante toda la noche, en medio de gritos, aullidos y luces, calle arriba y calle abajo, mientras llovía sobre ellos un aluvión de improperios. La violencia popular en las montañas de Navarra produjo varias muertes aquel invierno. Entre las víctimas se encontraba una mujer encinta. Murió mientras la tenían atada sobre un banco y la gente le preguntaba, «en nombre de la ley», si era bruja26.
La fuerza impulsora de tales desmanes era, aquí como en las Cinco Villas, una epidemia onírica, causada por los sermones de gran fuerza sugestiva que se pronunciaron durante la gran cruzada de los predicadores. Mujeres y hombres, pero sobre todo niños, soñaban que les sacaban de sus camas mientras dormían y les llevaban al aquelarre. Esta manifestación de lo que los sicólogos modernos llamarían «sueños estereotipados» se extendió de pueblo en pueblo como la lava. Pero antes de acusar a nadie, parece que la gente se refrenó ante lo inaudito del caso. Los padres de los niños «embrujados» no sabían a menudo qué creer, sobre todo en casos como el de un padre de Elgorriaga que se quedaba toda la noche a velar junto a su hijo, y veía que el niño no se movía de la cama27. En muchos lugares pasó algún tiempo antes de que los niños pudiesen precisar quién se los llevaba por la noche. En el pueblo de Aranaz, que —como ya vimos— se había librado de la epidemia el año anterior, no se empezó a perseguir a los brujos hasta noviembre de 1610. La causa fue que el padre de un niño había sonsacado a éste que el vaquero Yricia lo iba a buscar por las noches para llevárselo al aquelarre. El padre, presa de gran excitación, fue a ver al tal Yricia y, apretando un puñal contra su garganta, le preguntó por qué había embrujado a su hijo. Una vez que Yricia confesó que era brujo, le condujo ante el agente local de la Inquisición, quien anotó sus declaraciones y lo envió preso a Logroño. Al día siguiente treinta
niños revelaron que el vaquero Yricia los había llevado también a ellos al aquelarre, pero tras su detención, los niños se pusieron pronto de acuerdo en que ahora los iba a buscar una viuda de sesenta años; y cuando se detuvo a esta última, los niños señalaron a otramujer .
Gracias a los informes detalladísimos, no sólo podemos reconstruir de qué modo surge y se propaga una epidemia de brujería —algo que a los historiadores les ha sido imposible hacer en otras zonas—, sino también constatar que el histerismo masivo vasco estaba construido sobre el mismo armazón en todas partes: adoctrinamiento, sueños estereotipados y confesiones forzadas.
A los inquisidores ya no les hacía falta presionar a los brujos para que confesasen; de eso» se encargaban los curas del pueblo, los concejales y los alguaciles, asistidos por los padres o parientes de los sospechosos. El principal cometido de los comisarios inquisitoriales era, por ello, tomar nota de sus declaraciones de un modo que respondiese a las exigencias de los inquisidores, porque la mayoría, como en el caso de Yricia, ya habían confesado ser brujos antes de ser presentados ante el comisario de la Inquisición.
El 9 de marzo, el tribunal informó al Inquisidor General de la situación. La plaga de brujos, explicaban los inquisidores, era especialmente grave en un cinturón de 60 kilómertros de ancho, que se extendía desde el valle de Baztán hasta dos leguas al oeste de San Sebastián. Solamente en esta zona, el tribunal había descubierto brujos en veintisiete pueblos, y se hallaba plenamente convencido de su existencia en cada pueblo o ciudad de la comarca. Desde allí la abominable secta se estaba expandiendo hacia el oeste, siguiendo la costa, hasta las provincias de Vizcaya y Santander, por el este hasta Aragón, y por el sur a la parte baja de Navarra. Incluso en las cercanías de Logroño se estaban descubriendo adeptos. Contando con los pueblos en los que el tribunal tenía certeza de la existencia de brujos, aunque aún no hubiesen sido descubiertos, el número de poblaciones afectadas llegaba a cincuenta29. Adjunto al informe, enviaron los inquisidores una estadística (tabla 1) de las confesiones de brujería y personas sospechosas, ordenadas según los conventículos (por ejemplo, 1. Zugarramurdi y Urdax; 6. Aranaz y Sumbilla, etc.). Esta es la causa de que sólo figuren cuarenta y dos conventículos, los cuales representaban a organizaciones de brujos de un total de cincuenta pueblos30.
4. El obispo de Pamplona y otros defensores de los brujos
Según se esparcía la histeria brujeril por la zona, el escepticismo de muchos fue en aumento, y los escépticos empezaron a rebullir. Ya habían comenzado a dejar oír sus voces durante la epidemia del año anterior (véase p. 143, arriba); pero esta vez la cosa se estaba transformando paulatinamente en una pugna política entre el partido de los creyentes en la brujería y el de los escépticos. Al primero pertenecían el tribunal, los agentes de la Inquisición y la mayoría de las autoridades locales, civiles y eclesiásticas; al segundo, el obispo de Pamplona, los sacerdotes de Echalar, el padre Solarte y un número desconocido de párrocos y oficiales locales. En diciembre de 1610, el grupo de los escépticos consiguió un notable aliado, el párroco de Yanci, Licenciado Martín de Yrisarri, quien abandonó el partido enemigo para pasarse al suyo. Hasta entonces había apoyado la persecución de brujos organizada por el Santo Oficio; su apoyo era, por lo demás, muy importante, ya que disfrutaba de cierto prestigio en el valle de Bertizaun, a causa de su sabiduría32.
Al llegar el padre Solarte en diciembre a Yanci, último pueblo que visitaba de las Cinco Villas, Yrisarri se apresuró a informarle de sus experienicas en relación con el tema de la brujería. Le habló de las muchas pruebas conseguidas, que demostraban la existencia de la secta de brujas. Después de haber escuchado las explicaciones del licenciado durante algún tiempo, un día, mientras se hallaban solos, el padre Solarte le preguntó si no sería posible explicar aquellos fenómenos de otro modo; y para asegurarse bien, el jesuita adujo que él solía presentar sus explicaciones como meras probabilidades teóricas. Con esto quedó despierta la curiosidad de Yrisarri y, en adelante, escuchó al jesuita con la mayor atención. Después reconoció que aquellas posibilidades jamás se le habían pasado por la mente. Prometió a Solarte la mayor discreción33, por lo que es de presumir que el jesuita continuaría hablándole de sus experiencias personales en los otros pueblos. En ellos, Solarte había comprobado, a través de confesiones y charlas confidenciales con varios de los llamados brujos, que éstos habían hecho confesiones falsas. Unos declararon ser brujos porque habían sufrido el tormento, otros porque habían sido amenazados y otros porque se habían dejado sobornar. En Vera, Solarte habló con un mozo de dieciséis años que le hizo confidencias sumamente comprometedoras sobre los agentes de la Inquisición y el párroco Hualde. El chico, que era precisa-
mente sobrino de Hualde, refirió a Solarte cómo su tío le había atado a una cama, desnudo, y le había azotado porque no quería confesar que era brujo después de haber sido acusado por los demás chicos. Otros le habían confiado a Solarte cómo fueron maltratados por sus propios padres, quienes los habían amenazado con matarles si no confesaban. Algunos de ellos habían sido exhortados por sus parientes a declarar falsamente, ya que, según les explicaban, era a única forma de librarse de la hoguera y, además, el único modo de librar a sus familias del deshonor y la confiscación de bienes 34.
Sea como fuere, lo que el jesuita contó a Yrisarri consiguió sembrar tales dudas en el ánimo del párroco que, al día siguiente, éste mandó llamar a una moza de Lesaca, bruja de dieciséis años, famosa por haber acusado a muchas personas. Cuando Yrisarri inquirió si a moza había levantado falso testimonio contra alguien, la joven rompió a llorar y confesó que dos mujeres la habían amenazado de muerte si no acusaba a las personas que ellas le nombraron. Un sacerdote, Juan López, que estaba presente durante la inquisición, le comentó luego a Solarte que el licenciado Yrisarri se había puesto «blanco como un papel» cuando oyó pronunciar a la joven aquellas palabras35.
Desde ese momento, Yrisarri comprendió, al parecer, lo que estaba pasando en los pueblos plagados de brujas, y se convirtió en uno de los defensores más enérgicos y denodados de los brujos. Poco después de su encuentro con Solarte, Yrisarri escribió a un buen amigo en Roma pidiéndole que consiguiese del Papa una bula para todos los miembros de aquella secta de brujos36. Pues, así, os confesores podrían darles la absolución sin que el Santo Oficio interviniese para nada. Y seguro que tampoco le faltó tiempo para ponerse en contacto con otros sacerdotes escépticos de Echalar, de quienes ya hablé en un capítulo anterior (véase pp. 143-144, arriba).
4. Propuesta de Salazar para unas nuevas instrucciones
A Salazar no se le permitió formar parte de la asamblea durante * las deliberaciones finales; no obstante, antes de regresar a Logroño, entregó a la Suprema una propuesta para las nuevas instrucciones sobre el modo de proceder en casos de brujería. Cabe pensar que realizó dicha propuesta a petición de su antiguo protector, don Bernardo de Sandoval y Rojas. El manuscrito, que constituye el «Memorial séptimo» de Salazar (DS texto 17), ocupa tres páginas y lleva un post-scriptum, indicando que era lo último que entregaba al Consejo. Se titula: «Lo que convenía proveer en el remedio de este negocio de la secta de brujos». En la introducción, el inquisidor subraya, como tantas otras veces, la necesidad de que se tome una decisión rápida sobre el asunto:
Para la necesidad tan urgente con que pide remedio la complicidad de secta de brujos descubierta en la Inquisición de Logroño, en el estado que hoy tiene y de suerte que aproveche a lo porvenir, con algún alivio también de lo pasado, yo el Inquisidor, licenciado Alonso de Salazar Frías, tenía por convenientes los artículos y capítulos que se siguen31.
La primera parte (artículo 1 a 9) constituía una ruptura radical con el pasado y con los errores cometidos, tales como: violencia popular, abuso de poder por parte de los comisarios, rechazo de revocantes, exclusión de la comunión, testificaciones falsas, procesos deficientes con la consabida difamación de los acusados y sus parientes. Salazar deseaba ver reparados en lo posible todos estos fallos, al mismo tiempo que pretendía que se tomasen medidas para evitarlos en lo futuro.
1. Que por medio de los comisarios se manifieste en todas partes el justo dolor y sentimiento que ha tenido el Santo Oficio de las graves violencias con que las justicias seglares inferiores y los parientes de los notados han inducido a los reos a estos descubrimientos, significándoles que solamente por haberlo comenzado a castigar y prevenido la Corte de Navarra se alza la mano de ello, como en efecto se les dejará libremente acabar de castigar los culpados en este artículo, sin impedírselo jamás por ninguna vía judicial ni otra Ínter cesión extrajudicial; y apercibiendo que en lo de adelante se hará por la In quisición rigurosa demostración irremisiblemente contra los que en esto in currieren.
2. Con los comisarios y ministros de la Inquisición que también parece han incurrido en los dichos terrores y violencias se hará el castigo conveniente para su escarmiento, llamándoles al tribunal y haciendo con ellos sus causas, y especialmente con el licenciado don Lorenzo de Hualde, comisario de Vera, y el de la villa de Echeverría en Alava [Martín López de Lezárraga (?)], y el de Maestu [Felipe Díaz], de suerte que juntamente con su escarmiento también quede notado que en ningún tiempo se les ha de cometer a ninguno de ellos negocios de este género.
3. Por haber sido restringida y oculta la facultad de admitir revocantes parece que han dejado de acudir muchos confitentes gravados de lo que en estas cosas dijeron falsamente contra sí y contra otros; y para remediarlo se conceda con más especialidad licencia de esto y orden de dar alguna noticia de ello con el recato y advertencias que baste para divertirles el temor que les puede haber detenido de hacerlo antes.
*
4. Por la misma vía se envíe a advertir a los curas y rectores que no prohíban a sus parroquianos que estuvieren notados extrajudicialmente de este crimen la comunión de los sacramentos, quier sean personas negativas o confitentes, hasta que por el Santo Oficio se haya declarado la culpa de cada uno. Pues sobre ser así más conforme a derecho también de haberse regido los curas atropelladamente por las diligencias y flacas confesiones extrajudiciales, han caído en los graves inconvenientes que con esta prevención se han de sanear.
5. Todas las testificaciones y causas que de ellas habrán resultado hoy en los papeles presentes se suspendan para que en ninguna de ellas, novatione cessante, se pueda proceder contra ninguno, ni tenerle por tal notado en cualquier pretensión de oficio honroso que él o sus parientes tuvieren.
6. De las personas que en el auto de fe general del año pasado de 1610 fueron relajadas o reconciliadas no se pongan jamás sus sambenitos en las parroquias, ni en otra parte ninguna, tanto por la tradición de haberse también omitido de poner otras veces en tales ocasiones de brujería, cuanto por los nuevos motivos que de la imperfección de sus procesos han obligado a declararlo y añadir con esto nuevo recato en lo porvenir.
7. Por la misma razón dicha en el capítulo precedente tampoco se cobrarán las partidas de maravedís o hacienda adjudicada al fisco de la confiscación o condenación que tuvieron los tales relajados o condenados en sus sentencias.
8. Cuanto a las personas que murieron en las cárceles de la Inquisición sin ser determinadas ni conclusas sus causas, no las proseguirá jamás el fiscal, y aunque muriesen, permaneciendo en su negativa se declare que no les obste su proceso y prisión en los oficios de honra que pretendieren sus descendientes, y que así se note en el proceso de cada uno y se dé noticia a los hijos o personas interesadas que hubiere.
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