Páginas de espuma, 2013. 124 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
El matrimonio de los peces rojos.
Guerra en los basureros
Felina
Hongos
La serpiente de Beijin
Que se articulan alrededor de la analogía entre animales y hombres. Los que más me han gustado son Guerra en los basureros, donde un niño va a vivir con unos tíos y no acaba de integrarse mientras sufren una invasión de cucarachas y La serpiente de Beijin, padre de familia que encuentra sus orígenes orientales y queda fascinado por una serpiente. El que menos el que da título al libro, porque el paralelismo entre la pareja protagonista y los peces que tienen en el acuario es tan evidente que le resta mucha fuerza al relato. En general la analogía queda muy clara, como si de unas vidas paralelas se trataran, personalmente me hubiera gustado un poco más de hermetismo.
Agradable de leer.
Dos sábados después, papá volvió a salir sin avisarnos. Mi madre buscó entre su ropa la llave de la pagoda y la encontró. Aprovechamos su ausencia para entrar en aquel lugar donde nunca nos había invitado. Recuerdo muy bien a mamá juzgando todo con displicencia y reprobación, como si no fuera el refugio de su esposo sino la guarida de un asesino. No puedo decir si en su rostro desencajado era más notorio el rechazo o la tristeza que sentía. Yo, en cambio, miré con curiosidad los objetos que papá había acumulado en tan poco tiempo: unas bolas azules de metal, un grabado con el yin y el yang, monedas chinas, telas con dragones dibujados, una alfombra pequeña que tenía aspecto de ser antigua. Sobre su escritorio, el Tao y el Oráculo de las mutaciones. Todo estaba ahí, disponible y expuesto, como si se tratara de una instalación. Me pregunté si con aquellos símbolos y textos esotéricos no estaba buscando invocar a sus ancestros. La serpiente resultaba, al menos para mí, lo más interesante del lugar. Debía medir alrededor de un metro. Su piel marrón tenía manchas redondas y oscuras, dibujadas con una simetría perfecta. Mamá y yo nos detuvimos frente al vidrio. Parecía estar durmiendo profundamente, enroscada en una esquina del terrario. Aunque lo intentamos, no conseguimos encontrar ni su cabeza ni su rostro. Le dije, con ánimo de tranquilizarla, que un animal así de apacible no podía ser peligroso. Sin embargo, ella no compartió en absoluto mi opinión y quiso salir de inmediato. Después de cerrar la puerta, dejamos la llave en su sitio y bajamos la escalera. Mamá se sirvió un whisky enorme sobre la mesa de la cocina y resumió en una frase lo que pensaba:
-El demonio ha entrado en nuestra casa.
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