Círculo de lectores, 1988. 568 páginas.
Obra maestra
Ni sé las veces que había leído, prestado y regalado este libro. Decidí volver a regalárselo a mi mujer, ya que no tenía ningún ejemplar en la biblitoeca familiar. Ya de paso, me lo releo. El mejor resumen es el que hay en la wikipedia, por el censor:
«De todos los disparates que el lector que suscribe ha leído en este mundo, éste es el peor. Totalmente imposible de entender, la acción pasa en un pueblo imaginario, Castroforte del Baralla, donde hay lampreas, un cuerpo Santo que apareció en el agua, y una serie de locos que dicen muchos disparates. De cuando en cuando, alguna cosa sexual, casi siempre tan disparatada como el resto, y alguna palabrota para seguir la actual corriente literaria.
Este libro no merece ni la denegación ni la aprobación. La denegación no encontraría justificación, y la aprobación sería demasiado honor para tanto cretinismo e insensatez. Se propone se aplique el SILENCIO ADMINISTRATIVO.
¡Cuan equivocado el infausto censor! La recordaba buena, pero me ha resultado aún mejor. Alguna vez le he racaneado a Torrente Ballester la categoría de grande, aún siendo uno de mis escritores preferidos. Me desdigo. Alguien capaz de escribir este libro merece el más alto calificativo.
Me ha sorprendido el lenguaje, lo recordaba más asequible y no lo es tanto. A eso se debe, seguramente. que a pesar de haberla regalado tanto se ha leído tan poco. Pero merece la pena el esfuerzo. Además, es una novela tremendamente divertida. Una joya.
En el lamento de Portnoy también gusta, y en El País la ofrecieron por un euro. Bien para encontrar este libro imprescindible de saldo.
Calificación: Brillante.
Un día, un libro (149/365)
Extractos:
A veces, pensaba; a veces, imaginaba. Permanecía en su mente el ritmo del soneto, aunque sin acomodarse al de los pulsos, ruidosos, ni al de la lluvia, redoblando ya en las tejas. Confundidos, peleaban, querían imponerse, armaban un alboroto interior del que salió poco a poco un ritmo nuevo, aunque también endecasílabo: un ritmo que era como una orden, a cuya voz los acentos se desplazaban:
hacia atrás, una sílaba, dos sílabas hacia delante. Y todas las del verso fueron acometidas de una prisa tremenda por cambiar de lugar, por debilitarse o fortificarse:
los prefijos se constituían en desinencias; los semantemas, desconyuntados, buscaban afinidades
nuevas o se emparejaban a otros que les arrebataban la significación o se la trocaban. Verso a verso,
como en una pantalla
— espantado, estupefacto
—, Bastida veía surgir
insultos, crecer blasfemias,
afirmarse desprecios. La piedad y la tristeza se mudaban en crueldad y sarcasmo. ¡Aquel verso final, capaz de
avergonzar al hombre más infame!, «diclo rodí, feniltriclo, roetano». Jamás se hubiera atrevido a pensarlo; menos que nadie, de Julia. Y, sin embargo, allí estaba, con los otros del soneto. Acusándole.
Quienes dicen que
todas las mujeres son iguales, enuncian una de esas tonterías
que ninguna mente medianamente racional, ninguna sensibilidad
medianamente educada, pueden soportar sin alterarse y
sin reconocer a continuación que el número de imbéciles coincide
aproximadamente con el de arenas del mar.
Cogió el Corregidor la lámpara, y la elevó por encima de su
cabeza: mi sombra se volvió hacia el lugar ahora iluminado.
«Mire en aquel rincón: ése que encubre la sábana, es un cuerpo
en salmuera.» El Deán acudió inmediatamente a mi sorpresa.
«No un cuerpo cualquiera, señor Canónigo: no podíamos
inferir a la Santa tal ofensa. Es de una mujer virgen y, en
cierto modo, mártir. ¿Lo quiere contemplar vuesamerced? Lleva
ahí tres días, ni uno más. Y no lo hemos robado, sino comprado:
estaba destinado al descuartizamiento, y el verdugo
que se dejó sobornar nos lo hubiera dado gratis, de pena que
le daba.» Yo me acerqué al rincón, alcé la sábana y contemplé
el cuerpo joven, bellísimo, de una mujer. Mi sombra, asomada
por encima del hombro, lo contempló también, y, cuando me
di vuelta, se arrojó encima de él y empezó a examinarlo. «Esas
señales en las muñecas y en los tobillos me recuerdan el po-
cuerpo
murió en la cárcel del Santo Oficio.» «¿Bruja o hereje?
¿O acaso cristiana nueva?» «Una cristiana excelente, pero se
bañaba los sábados, y a don Asterisco le pareció costumbre
propia de paganos. La detuvieron, la examinaron, la interrogaron,
la torturaron, y la pobre expiró en el potro como un jilguerito.
» A mí me sacudió esa ira que no puedo dominar cuando
me encuentro ante cualquier barbaridad oscurantista. «¡Qué
idea tendrá ese bestia de lo que es un pagano y de la utilidad
de los baños semanales!» Adopté un tono profético, y mi sombra
extendió un brazo que apuntaba al futuro. «¡Día vendrá
en que los hombres y las mujeres se bañen todos los días por
meras razones de limpieza!» «¿Cómo los moros?», preguntó,
aterrado, el Corregidor; y, pisándole las palabras, doña Lilaila
salió de la penumbra en que había permanecido, y del mutismo.
«¿Y no será pecado…?» Me eché a reír. «¡Eso, sólo don Asterisco
puede decirlo!»
3 comentarios
No sé qué me incita más a leerlo, si el informe del censor franquista o tu post. Aunque también es verdad que el segundo incluye al primero. En cualquier caso, a la Wunschzettel que va de cabeza, gracias por la pista.
Espero que te guste, creo que es un gran libro.
Nunca me cansaré de repetir que es la mejor novela de la literatura española. Y se merece este tipo de exageraciones porque a Torrente Ballester le han vapuleado los críticos demasiado, apartándole del lugar que se merece como heredero directo de Cervantes 4 siglos después. No se la puede comparar con el Quijote, aunque muchos lo intenten, porque en realidad le da mil patadas. Si con el Quijote te diviertes, con esta te partes el culo en infinidad de momentos. Inteligente, enrevesada, imperecedera, etérea y consistente a la vez… No se puede ir uno a la tumba sin leerla. Os paso aquí un fragmento: http://historiasdetrenesconvoy89.blogspot.com.es/search/label/Historia%2003