Círculo de lectores, 1990. 444 páginas.
Memorias de un señorito descolocado
Como hace tanto tiempo que no leía a Torrente Ballester, y sus libros los he ido prestando y perdiendo muchas veces, no sabía si había leído este, no lo recordaba. Pero sí, lo había leído, según me iban sonando las aventuras del protagonista, y sobre todo la petición de sepultura para la madam que yo imaginaba no sé por qué en La saga/fuga de J.B..
Filomeno es un señorito acomodado, algo pasmarote, que parece ir a donde sopla el viento o su padre la manda. De poca determinación y de nombre ambivalente según mande su ascendencia gallega o portuguesa, se irá viendo sin embargo que timidez, quizás, pero apocamiento, poco. Conocerá el amor, las finanzas, la guerra y una gris postguerra. Al igual que los personajes de Murakami, demostrara su entereza ante los vaivenes de la vida.
De prosa más asequible que La saga/fuga de J.B., que acabo de leer hace poco pero que no he reseñado todavía, me causa la misma ternura que otras obras del autor, al que más que admirar, quiero. Me gusta mucho Torrente Ballester. Me ha hecho gracia que el protagonista tuviera el reloj de Disraelí y comente el mismo libro que yo leí hace poco.
Calificación: Muy bueno.
Un día, un libro (40/365)
Extractos:
Después de tomar café nos dimos un paseo, y me fue hablando de los escritores que quedaban por Madrid, y que podían verse por la calle, nombres para mí desconocidos. Le pregunté por los pocos de los que había oído hablar, allá, en Villavieja, como gente lejana que casi vivía en las estrellas. «Ésos son buenos también, pero ya están pasados. Los escritores, cuando pasan, tienen la obligación de morirse, o al menos, de callarse. Si no, les sucede lo que a ésos, que se emperran en seguir con lo suyo y lo suyo ya está muerto. Pero acaparan la fama, la gente los cree, y se les niega todo a los verdaderamente vivos, que son los jóvenes.»
Aquella noche tuve entre mis manos largo rato el reloj de Disraeli, no sé si para habituarme a su posesión o para sentirme su propietario. Era una pieza indudablemente hermosa, además de curiosa, y su valor histórico le añadiría atractivos para quien se sintiese de algún modo o en alguna medida, interesado por el famoso político. Su posesión hubiera hecho feliz a más de un conocido mío, de aquellos a quienes la lectura de la vida de Disraeli por Maurois había servido para descubrir y encaminar una vocación o para imaginarla. Algunos de ellos, que después fueron políticos o pretendieron serlo, partieron de aquel deslumbramiento casi adolescente: es un libro que también yo había leído y, aunque me hubiera gustado, que creo recordar que sí, ni me abrió caminos ni me los iluminó. Falto de esta aureola, o insensible yo a semejantes recuerdos, el reloj estaba allí como un objeto hermoso, aunque sin particular significación. Ni aun como si lo hubiera comprado, porque quien compra lo hace en virtud de alguna clase de interés o de deseo. Tampoco mis relaciones con el mayor habían sido tan prolongadas, o tan íntimas y cordiales, que pudiera considerar el reloj como testimonio de amistad. Me pregunto si, en el caso de que me hubiera importado, habría escrito al lord, con el riesgo (o la decisión) de perderlo. Quizá haya sido una pregunta sin respuesta, como otras tantas. Recuerdo que guardé el reloj y me puse a leer un libro.
Hablamos primero de la guerra de España: ella había estado en Barcelona, no era muy optimista acerca de la victoria de los republicanos. «Ustedes los españoles son incapaces de disciplina. Allí cada cual es su propio partido y cree que la guerra es cosa suya, y piensan que se gana con valor; ellos lo dicen de otra manera, mientras el enemigo se procura cañones y aviones y obedece a un solo mando. Tengo entendido que en el campo rebelde sucedía algo parecido, pero que ese general que tienen actúa con mano dura y los metió a todos en un puño. Desde mi punto de vista, no es buena noticia. Fuera de esto, los españoles son una gente estupenda, pero jamás serán buenos comunistas. Lo español es el anarquismo, pero la hora del anarquismo no ha llegado.»
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