Blackie books, 2017. 450 páginas.
Gloria Fuertes fue una gran poeta a la que devoró su personaje mediático de escritora para niños de aire bonachón. Pero más allá de esa imagen edulcorada existía una persona con una vida trágica por momentos, fumadora impenitente y gran bebedora de whisky. Como dice Jorge de Cascante en el prólogo:
Siendo abiertamente queer, yendo vestida con pantalón y corbata, con el pelo cortado al tazón, boina y bici. Leyendo sus poemas con voz de osa buena fruto no de la bondad sino de la noche y del whisky. Se la coló por completo a la España más rancia. Y su poesía fue una de las cosas más increíbles y bellas que sucedieron aquí durante todo el siglo veinte.
Su primer novio era de la FAI y murió en la guerra, el segundo era de derechas y también murió. A partir de ahí, y en una época tan opresiva como la dictadura, vivió como pudo su sexualidad, tuvo varias amantes y pocos amores pero buenos. Como también se dice en el texto Una vez entré en el metro con la intención de suicidarme. Pero ligué. Así que en vez de tirarme al tren me tiré a la taquillera.
Sus poemas para niños son de sobra conocidos -y a mí no es que me gusten demasiado- pero el resto de su poesía, que linda con el postismo y la crítica social, con el desgarro del amor y el amor a la humanidad, es bella, profunda y cierta.
Este es un libro hecho desde el cariño que incluye poemas, fotos, postales, objetos de Gloria… un goce continuo. Porque, a pesar de lo que digan algunos cretinos, era una poeta y de las grandes. Lean los extractos y juzguen ustedes mismos.
Siendo abiertamente queer, yendo vestida con pantalón y corbata, con el pelo cortado al tazón, boina y bici. Leyendo sus poemas con voz de osa buena fruto no de la bondad sino de la noche y del whisky. Se la coló por completo a la España más rancia. Y su poesía fue una de las cosas más increíbles y bellas que sucedieron aquí durante todo el siglo veinte.
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Los pájaros anidan
Los pájaros anidan en mis brazos,
en mis hombros, detrás de mis rodillas,
entre los senos tengo codornices,
los pájaros se creen que soy un árbol.
Una fuente se creen que soy los cisnes,
bajan y beben todos cuando hablo,
las ovejas me pisan cuando pasan,
y comen en mis dedos los gorriones;
se creen que soy tierra las hormigas
y los hombres se creen que no soy nada.
Pienso mesa y digo silla
Pienso mesa y digo silla,
compro pan y me lo dejo,
lo que aprendo se me olvida,
lo que pasa es que te quiero.
La trilla lo dice todo;
y el mendigo en el alero,
el pez vuela por la sala,
el toro sopla en el ruedo.
Entre Santander y Asturias
pasa un río, pasa un ciervo,
pasa un rebaño de santas,
pasa un peso.
Entre mi sangre y el llanto
hay un puente muy pequeño,
y por él no pasa nada,
lo que pasa es que te quiero.
Poema piloto
Parezco loca
aunque no lo estoy,
no parezco poeta
aunque lo estoy.
Parece que vengo
la verdad es que voy.
Me duele,
no estoy buena,
sólo lo soy.
De prestado
Vivo como de prestado,
las manos son de mi padre
y la nariz de mi hermano,
el abrigo de un difunto
y el cinturón de un soldado.
Mi vida es de otra persona,
mi verso, de otro dictado;
todo lo que tengo y llevo
me lo han regalado.
Hago versos
Hago versos, señores, hago versos,
pero no me gusta que me llamen poetisa,
me gusta el vino como a los albañiles
y tengo una asistenta que habla sola.
Este mundo resulta divertido,
pasan cosas señores, que no expongo,
se dan casos, aunque nunca se dan casas
a los pobres que no pueden dar traspaso.
Sigue habiendo solteras con su perro,
sigue habiendo casados con querida,
a los déspotas duros nadie les dice nada,
y leemos que hay muertos y pasamos la hoja,
y nos pisan el cuello y nadie se levanta,
y nos odia la gente y decimos: ¡la vida!
Esto pasa señores y yo debo decirlo.
Dicho de mi madre refiriéndose a mí
Y ahora le da por escribir
como si no tuviera bastante con leer.
Yo ya, apenas soy joven
Yo ya, apenas soy joven
tengo cincuenta años,
tengo cincuenta libros,
tengo cien desengaños.
Yo ya, apenas soy joven,
pero me estás mirando
y eso ya es suficiente
para seguir tirando.
Los hombres no supieron
Los hombres no supieron
que hubo hombres que escribieron para ellos.
—Y esto es feo—.
Ni siquiera el Alcalde de Berceo
ha leído de Berceo.
No engañaros.
Ningún pobre de América del Norte,
ningún minero
ha leído a Walt Whitman.
Ningún compañero,
ningún campesino,
ningún obrero,
ha leído a Blas de Otero.
¡Neruda! Los esclavos de Chile
no se saben tus versos.
Y los indios peruanos hambrientos,
no saben quién fue César Vallejo.
Me dijeron:
—O te subes al carro
o tendrás que empujarlo.
Ni me subí ni lo empujé.
Me senté en la cuneta
y alrededor de mí,
a su debido tiempo,
brotaron las amapolas.
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