Siruela, 2002. 100 páginas.
Tit. Or. La palude definitiva. Trad. Carlos Gumpert.
Huyendo de la justicia por unos delitos que no quedan muy claros, el protagonista busca refugio en una ciénaga, en cuyo centro hay una cabaña. Desde allí observará lo que le rodea, intentando descifrar el significado de lo que le rodea.
Están bien punto de partida y el ambiente asfixiante, que la manera de narrar nos dibuja de manera convincente. También que el autor parece esquivar siempre que la ciénaga sea metáfora de otra cosa. Aunque esté repleta de vida y aparente significado será un significado propio.
Pero confieso que ante tantas páginas dando vueltas a lo mismo me he sentido sobrepasado y aunque el libro es muy breve se me ha hecho largo.
Interesante de leer, pese a todo.
Naturalmente, todo cuanto he fantaseado acerca de las orugas y de los gusanos y de las mariposas es una patraña y tiene, a mi parecer, de desleal lo siguiente, que amenaza con hacer de la ciénaga, ese honesto detrito, una alegoría, lo que es una astucia literaria, para desposeer de terribilidad y dignidad a esta extensión de agua podrida y hacer de la ciénaga, en cierto modo, un asunto que nos ha caído encima a nosotros y no ya nosotros a ella. Si, por lo tanto, la ciénaga ha de entenderse o fantasearse como tierra sagrada, deberá serlo de modo objetivo; lo que es lo mismo, su condición sacra será ex opere ope-rato y no exigirá peregrinos ni teologías, sino que será sagrada al igual que no es imposible que existan arbustos, conchas vacías, burbujas dotadas de poderes mágicos, que acaso remitan a dioses específicos, acaso a nada más que a ese esfínter del que ya se ha hablado. En definitiva, ¿no es verdad tal vez que la ciénaga es una alternativa a la nada, y que no sabemos si, haciendo abstracción de la ciénaga, existe algo más? Así pues, como forma del ser en cuanto ser, ¿no será inevitablemente la ciénaga un lugar sagrado, que tal lo era y seguirá siéndolo, incluso absolutamente desierto de cualquier forma de vida, porque la alternativa es entre ser y nada, y no ya la despreciable alternativa entre vida y no vida? Y pese a que yo también, no de manera distinta a los gusanos y a las orugas, tienda a suponer que mi existencia es signo de benevolencia, y que la ciénaga me pertenece, soy bien consciente de que la ciénaga no tiene necesidad en absoluto de mi presencia no sólo para ser ciénaga, sino para ser tierra sagrada. Pero si no hay forma alguna de peregrinaje prevista como institucional, como connatural a la ciénaga, queda por considerar si, y si sí de qué guisa, la ciénaga será consciente de sí misma, y se sabrá sagrada, allá donde lo sea, y si habrá sido creada -el esfínter- o no creada; y si no creada, y por lo tanto ciénaga ab aeterno y eternamente, si no habrá sido ella la que haya producido un esfínter, en una voluntad de dar didascalia de sí misma, de modo que el esfínter habría sido creado en el momento mismo en el que la ciénaga decidió proponerse como excremento, excretum universale, Weltskybalon.
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