George Saunders. Diez de diciembre.

diciembre 10, 2020

George Saunders, Diez de diciembre
Alfabia, 2013. 274 páginas.
Tit. Or. Tenth of december. Trad. Ben Clark.

Incluye los siguientes relatos:

Vuelta de honor
Palos
Cachorro
Escapar de La Cabeza de Araña
Exhortación
Al Roosten
Los diarios de las Chicas Sémplica
A casa
Mi fiasco como hidalgo
Diez de diciembre

Lo leí en formato electrónico hace unos años y lo vuelvo a leer ahora en papel para hacerle los honores que se merece. Cuentos en el más típico estilo del autor, a veces con elementos de ciencia ficción que nunca están en el centro sino como metáfora de las cosas que andan mal en nuestra sociedad.

Destacables Escapar de La Cabeza de Araña donde los criminales son usados como conejillos de indias para testar pastillas que provocan cambios en los sentimientos. Los diarios de las Chicas Sémplica, diario con un lenguaje personalísimo de un padre de familia que es un perdedor pero al que un golpe de suerte le da la posibilidad de darse el lujo de tener como decoración a cuatro CS, chicas inmigrantes que en una especie de estado medio hipnótico flotan colgadas de unas perchas en los jardines. Mi fiasco como hidalgo usa el recurso -utilizado en varios cuentos suyos- de un parque de atracciones bastante realista, y los sinsabores de un empleado al que no le sienta bien la pastilla de medioevo. Muy divertido.

Siempre me he declarado fan del autor, al que sigo desde siempre. Otras reseñas: Diez de diciembre, Diez de diciembre y Diez de diciembre.

Muy recomendable.

Palos
Cada año, la noche de Acción de Gracias, seguíamos todos a Padre en procesión mientras él iba arrastrando el traje de Santa hasta la carretera para después apuntalarlo sobre una especie de crucifijo que había construido con un poste de metal en el jardín. Durante la semana de la Super Bowl el poste se vestía con el casco de Rod y con un jersey, y Rod tenía que vérselas con Padre si quería descolgar el casco. El Cuatro de Julio el poste era el Tío Sam, en el Día de los Veteranos de Guerra, un soldado, en Halloween, un fantasma. El poste era la única concesión de Padre a la alegría. Se nos permitía coger un solo Plastidecor de la caja cada vez. En Nochebuena le gritó a Kimmie por desperdiciar una rodaja de manzana. Aleteaba por encima de nosotros mientras vertíamos el kétchup, y decía: «Ya está bien, ya está bien, ya está bien». Los cumpleaños se celebraban con magdalenas, no con helado. La primera vez que traje una chica a casa me dijo: «¿Qué tiene tu padre con ese palo?». Y yo me quedé allí sentado, parpadeando.
Nos fuimos de casa, nos casamos, tuvimos nuestros propios hijos, descubrimos que la simiente avara germinaba también en nosotros. Padre empezó a revestir el poste con más complejidad y con una lógica menos discernible. El Día de la Marmota lo cubrió con una especie de abrigo de piel y colocó un foco para garantizar que hiciera sombra. Cuando un terremoto azotó Chile, tendió el poste en el suelo y pintó una serie de fallas a su alrededor con aerosol. Murió Madre y vistió el poste como la Muerte y colgó del travesaño fotos de cuando Madre era un bebé. Pasábamos a visitarlo y descubríamos extraños fetiches de su juventud colocados alrededor de la base: medallas del ejército, entradas de teatro, viejos jerséis, tubos de maquillaje de Madre. Hubo un otoño que pintó el poste de amarillo chillón. Aquel invierno lo cubrió de hisopos de algodón para darle abrigo y le dio al poste retoños clavando por el patio seis estaquitas con sus correspondientes travesaños de palo. Tendió cordel entre el poste y los palos y fijó con cinta adhesiva cartas de perdón, reconocimientos de culpa, súplicas para ser comprendido, todo escrito con una letra desquiciada sobre tarjetas de cartulina. Escribió en un cartel la palabra «AMOR» y lo colgó del poste y pintó otro que decía «¿PERDÓN?», y luego murió en el pasillo con la radio puesta y vendimos la casa a una pareja de jóvenes que desclavaron el poste de un tirón y lo dejaron junto a la carretera para que lo recogiera el camión de la basura.

Hipérbole
La mirada que se acaba de describir tal vez no fue la primera que se estableció entre ellos dos. Quizá fue la segunda o la tercera; la retórica del a0mor siempre exagera. No sólo eso, también repite o se repite, y siempre o casi siempre cobra visos de deja Iu. Tal vez necesitaron unos minutos o algunas horas, entre aquella muchedumbre y aquella música y aquellas luces nebulosas; a copia de decenas de miradas, pudieron construir una mirada como la que finalmente se estableció entre ambos. Pero la forma literaria de describir ese hecho no puede evitar caer en la hipérbole, en el lugar común, en la frontera invisible que separa lo realista de lo cursi, porque la forma como el ser humano vive el amor no hace esa distinción. No hace falta más que recordar, a este respecto, nuestra última conversación telefónica con alguien a quien amamos: ¿Fue original o tópica? ¿Fue mesurada o exagerada?
A estas alturas ya no es posible escribir sobre el amor sin esa conciencia. El amor contemporáneo es una maraña de tópicos, de romanticismos mal entendidos (malestares melancólicos que son realmente melancolía), de metáforas de novela sentimental, de imágenes extraídas de ficciones ultramodernas (desde letras de canciones hasta teleseries norteamericanas), de desencantos de era post-atómica y tristemente globalizada, de imperativos consumistas, de pornografías varias, de ilusiones adolescentes que precisamente tienen su razón de ser en el hecho de que tal vez no haya amor sin adolescencia inocente.

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