Sajalín, 2011. 114 páginas.
Tit. Or. Mein ist die Rache. Trad. Lidia Álvarez Grifoll.
Incluye la novela corta que da título al libro y el relato ‘El regreso del Golem’.
Un hombre de unos cuarenta años espera en vano en el muelle de Nueva Jersey. Tiene una historia trágica detrás: estaba recluido en un campo de concentración relativamente benigno. Hasta que llegó un nuevo comandante brutal y sanguinario.
Publicado en 1943 fue una de las primeras narraciones sobre el Holocausto. Terrible la decisión del protagonista y retrato de la brutalidad de una época infame.
Su ardiente susurro había cortado el silencio de un modo cada vez más inquietante y había penetrado en la oscuridad, donde algunos se habían enderezado y escuchaban inmóviles; nosotros, los que estábamos bajo la luz cada vez más mortecina también nos quedamos inmóviles, solo Brenner bajó la cabeza al preguntar en voz baja y con una desesperación despojada de toda esperanza:
—¿Nuestra venganza? ¿Cuándo nos hemos vengado nosotros}
—Levante la cabeza —dijo Aschkenasy con una seguridad enorme, y alzó sus manos abiertas como si quisiera ayudarlo—. Es nuestra venganza y nos vengamos constantemente: porque existimos y todavía seguimos existiendo. Todavía… Y no clamamos venganza al Señor desde hoy ni desde ayer. ¿Existiríamos todavía si El no nos hubiera escuchado? ¿Si El no hubiera escuchado a nuestros reyes y a nuestros profetas? Y ya clamábamos venganza al Señor en los tiempos de los reyes y los profetas, igual que hoy: ¡no seáis tan pusilánimes para creer que esa es nuestra calamidad y nuestra miseria! ¡Es nuestra victoria! Que el clamor y el salmo sigan valiendo como hace tres mil años, ¡eso es nuestra victoria!
Se había levantado y cerró los puños y los levantó hasta sus sienes, y su voz, que continuó manteniendo baja, tembló embargada por una frenética tensión; allí estaba, junto a la cabecera del muerto, y la luz cetrina de la única vela se estremecía sobre él, igual que las palabras del salmo que parecieron salir estremecidas de su boca:
—¡Dios de las venganzas, Yavé; Dios de las venganzas, muéstrate! Álzate, Juez de la tierra; da a los soberbios su merecido. ¿I [asta cuándo los impíos, ¡oh, Yavé!, hasta cuándo los impíos triunfarán, hablarán proterva y jactanciosamente y
discursearán con arrogancia todos los obradores de iniquidad? Aplastan, Yavé, a tu pueblo, oprimen a tu heredad. Asesinan a la viuda y al peregrino, y a los huérfanos dan muerte. Y se dicen: «No ve Yavé, no entiende el Dios de Jacob». Pero, el que hizo el oído, ¿no va a oír?; y el que formó el ojo, ¿no va a ver? Pues no abandona Yavé a su pueblo, no desampara a su heredad. Y bienaventurado el hombre a quien El educa, al que El instruye por Su ley, para que esté tranquilo en los días aciagos, en tanto que se cava para el impío la fosa. Y devolverá la justicia al juicio. Conspiran contra el alma del justo y condenan la sangre inocente. Pero Yavé es para mí una ciudadela, y mi Dios es la Roca de mi salvación. Él arrojará sobre ellos su misma perversidad y con su misma malicia los aniquilará; los hará perecer Yavé, nuestro Dios.
No había alzado la voz más allá de un susurro implorante, ni siquiera al final, y al ahogarla temblando en la oscuridad, los puños, que había cerrado convulsivamente, se fueron relajando y cayeron inertes. Agachó la cabeza y, de pronto, se sobresaltó, como si justo entonces se diera cuenta de que estaba a la cabecera de un cadáver. Luego salió rápidamente del círculo de luz trémula y se hizo a un lado. En ese instante se apagó también la segunda vela y todo quedó completamente a oscuras, y una voz dijo en la oscuridad:
—Amén.
Sí, eso fue todo. No he olvidado nada. A lo mejor no he retenido el salmo al pie de la letra en la memoria, aunque luego lo he leído a menudo… Pero, aparte de eso, no falta nada en mi relato, no, nada. Salvo que fue Aschkenasy quien por la mañana se dirigió a la comandancia para dar parte de la muerte de Landauer.
No hay comentarios