Sajalín, 2011. 112 páginas.
Tit. Or. Bildnis der Mutter als junge Frau. Trad. Lidia Álvarez Grifoll.
Una joven embarazada recorre las calles de roma en un sábado de enero de 1943. Su marido ha sido enviado al frente de África y ella se dirige a la iglesia para escuchar un concierto. Por el camino reflexiones, recuerdos y realidad cotidiana teñida de poesía.
Unas breves páginas, un acontecimiento trivial le sirve al autor para escribir esta pequeña joya que acaba con unas páginas de intenso sentimiento y que con un lenguaje poético nos describen ese pequeño trozo de vida de la madre del autor que, posiblemente, transcribió en una carta.
Delicioso.
Esta sensación la he vivido yo:
y se asombró ante el milagro de que Johann Sebastian Bach, con una sola cantata y doscientos años después de su época, comprendiera y expresara y mitigara ofreciendo consuelo el sentir de una mujer de veintiún años, embarazada y sola, desplazada desde el Báltico hasta el Mediterráneo, en estado de buena esperanza en medio de una terrible guerra, y eso no solo en su caso,
tal vez había simplemente demasiadas leyes y disposiciones, cuántas personas podían sentarse a una mesa y cómo había que saludar y cómo había que vestirse y comportarse, a quién había que odiar y en quién había que confiar, qué había que comer y qué se tenía que leer y qué escuchar y qué saber,
los italianos también habían sido leales a su Duce y lo habían seguido y aclamado con banderas, desfiles y conquistas en las primeras campañas de la guerra, tan entusiasmados como los alemanes con su Führer y, por añadidura, casi el doble de tiempo que los alemanes,
ya hacía más de veinte años que compartían el auge de su país hasta convertirse en imperio, y el orgullo por ello, y alababan las bendiciones uniformadas del fascismo, desde la construcción de viviendas hasta la puntualidad de los trenes y la tranquilidad y el orden en las calles, sin mendigos ni inválidos, incluso en la Via Véneto de la gente rica,
pero la guerra, había dicho recientemente la señora Bruhns, la guerra cansa a la larga, a la gente solo le gusta la guerra cuando es joven, y, para los italianos, la guerra es femenina, para nosotros es masculina, der Krieg, y solo se idolatra a las mujeres jóvenes, ya sabe usted a qué me refiero,
la señora Bruhns no continuó hablando, y la idea de la guerra, que tenía que ser femenina, quedó flotando en el aire bajo los pinos de Ostia Antica, ella tampoco dijo nada, claro, hablaba poco, sobre todo estando con gente tan culta, no habría sabido qué aportar o qué pregunta hacer a ese comentario, la guerra o el guerra,
dobló hacia la Via Sicilia, la incomodaba la idea de que la guerra ya no le gustara realmente a nadie, por desgracia aún no se había ganado y, por suerte, aún no se había perdido, pero la gente estaba probablemente harta desde hacía mucho de tantos muertos, de las constantes derrotas, de separaciones y normas, de las órdenes, alarmas, amenazas, de las penas, de la falta de sueño, del racionamiento y del abastecimiento, que empeoraba mes a mes,
pero no se podía pensar así, ella sobre todo, como alemana y esposa de un soldado que luchaba en África no podía pensar así, de hecho, no debía pensar tanto, tenía que traer a su hijo al mundo, protegerlo y alimentarlo, esa era su tarea, la tarea más hermosa de la mujer,
ya casi llegaba a su destino, solo dos esquinas hasta la iglesia a la que iba todos los domingos, la isla salvadora en el mar romano, donde estaba a salvo de todas las tentaciones, entre las que también se contaban esos pensamientos rebeldes sobre la guerra
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