¡Menudo cómic! ¿Cömo es posible que esto no estuviera editado todavía en castellano? Toda una obra maestra de imaginación, dibujo libre, crítica, personajes rocambolescos… una delicia en todos los sentidos.
Philemon es un chico que va siempre con su jersey a rayas acompañado por su burro que parece hablar aunque nadie le escuche y que tiene un padre escéptico que no cree las maravillosas aventuras que le ocurren. Porque con la ayuda de su tío que es un poco mago encuentra entradas a otras realidades donde podemos encontrar islas de apuntadores, náufragos en letras de mapas, castillos colgando del aire con una cadena, huelguistas que piden trabajar en domingo, críticos flotantes…
Al ser una edición integral lo iba paladeando poco a poco, con miedo de que acabase. Pero al llegar al final he descubierto que sólo es el primer tomo de una serie de tres. La alegría que me dio la noticia es la medida de lo que me ha gustado.
Imprescindible.
En verdad, esta obra admirable puede ser leída como un canto a la libertad y como una reprobación de la obediencia, la uniformidad, el pensamiento único y hasta de la cordura misma (como demuestra la última historia de este volumen). En su interior, el sueño de la razón produce monstruos. Pero sus monstruos son criaturas entrañables, ya sean centauros, Manu-Manu o gatos de siete colas. Los agentes del orden, en cambio, son figuras siniestras, tristes o ridiculas (como ese ángel que, en el álbum La mémémoire, recibe un cubo de agua en la cabeza al abrir las puertas del Paraíso). Sin embargo, Fred tiene el buen juicio de exponer sus ideas sin caer en el panfleto.
En Philénion, la tesis surge espontáneamente del desarrollo de una trama, sin imponerse previamente a ella. Por añadidura, Fred expone su ideario con una candidez casi infantil, ingenua y, sobre todo, genuina. Por eso la serie resulta un vehículo tan eficaz para la transmisión de ideas subversivas. Por eso sus lectores jamás tienen la sensación de estar asistiendo a un mitin, a un sermón o a la aburrida exposición de un credo libertario. Y por eso Philémon emparenta con otros dos grandes universos imaginarios del mundo de la historieta: el de Little Nenio de Winsor McCay y, sobre todo, el de Krazy Kat de George Herriman. En estos dos títulos, como en la obra de Fred, la lectura deviene algo más que puro entretenimiento. Se trata de una experiencia poética de la que uno sale transfigurado, sintiéndose —según el contenido del episodio— alegre, triste, melancólico, ilusionado o, simplemente, humano.
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