Destino, 2011. 568 páginas.
Tit. or. Le syndrome E. Trad. Joan Riambau Möller.
El visionado de una película antigua ha dejado ciego a un ex amante de Lucie Henebelle, teniente de policía. Esta comenzará una investigación para averiguar que ha ocurrido y conoce a Franck Sharko, el comisario encargado de descubrir quién se esconde detrás de varios asesinatos a cuyas víctimas les cortan las manos, les extraen los ojos y el cerebro.
Novela negra entretenida, ágil, pero que no me dejó ningún poso. Todo el mundo afirma que no se puede leer el epílogo sin que te entren unas ganas irrefrenables de leer el siguiente, pero en mi caso me quedé tan ancho.
Entretenida.
Los planos cortos de la chiquilla se sucedían. Una sucesión de secuencias inconexas, como en un sueño que no fuera posible situar ni en el tiempo ni en el espacio. Algunas imágenes saltaban, posiblemente a causa de la calidad de la película, del ojo cortado al columpio, del columpio a la mano de la chiquilla que jugaba con unas hormigas. Primer plano de su boca de niña mientras come, de sus párpados, que se abren y se cierran. Otro, en el que acaricia cariñosamente a unos gatitos en la hierba durante dos o tres minutos. Los besa, los abraza, mientras la niebla —a Lucie le intrigaba el filtro utilizado— se extendía a su alrededor. Cuando la niña alzaba los ojos hacia la cámara, no estaba actuando. Sonreía con complicidad y hablaba a alguien a quien conocía. En una ocasión, se acercó a la cámara y se puso a girar sobre sí misma, una y otra vez… La imagen también se arremolinó, al compás de la danza, y provocó una sensación de vértigo en el corazón de la niebla.
Siguiente secuencia. Algo había cambiado en la
expresión de la chiquilla. Una forma de tristeza permanente. La imagen era muy sombría y la niebla bailaba a su alrededor, chorreaba. La cámara avanzaba y retrocedía para mofarse de ella, y la pequeña la rechazaba con ambas manos hacia delante, como si espantara a un insecto. Lucie se sentía fuera de lugar al ver aquella película, que estaba de más, un vo-yeur que observa en secreto una escena que podría tener lugar entre un padre y su hija.
Y súbitamente el film saltó a una nueva secuencia. A Lucie se le pusieron los ojos en blanco y se impregnó del decorado: una extensión de hierba vallada, un cielo negro, brumoso, caótico y apenas natural. ¿Se trataba de efectos especiales? En el extremo del prado, la chiquilla aguardaba con los brazos estirados a lo largo del cuerpo. En la mano derecha sostenía un cuchillo de carnicero, inmenso entre sus deditos inocentes.
Zoom sobre sus ojos. Miraban a la nada, las pupilas parecían dilatadas. Alguna cosa había trastocado a aquella chiquilla, Lucie lo sentía. La cámara, situada tras las vallas, se dirigió rápidamente hacia la derecha para enfocar a un toro bravo. El animal, de una fuerza monstruosa, espumeaba, escarbaba con la pezuña o embestía el cercado. Sus cuernos apuntaban hacia delante como sables.
Lucie se llevó la mano a la boca. No se atreverían a…lk
Se apoyó en el respaldo de un sillón, con la cabeza inclinada hacia la pantalla. Sus uñas se clavaron en el escay.
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