Acantilado, 2016. 110 páginas.
Tit. Or. Le dernier modèle. Trad. Juan Díaz de Atauri.
El autor se encuentra con Caroline, la que fue última modelo y amante de Giacometti y mantiene alguna conversación sobre esos tiempos.
La premisa podría dar juego, pero en manos de Mauert se cae por todas partes. En la prosa, cursi y de poca calidad. En la estructura narrativa, inconexa e inexistente, y en la información, generalmente irrelevante. Un fiasco.
Apenas tiene cien páginas y se me hizo eterno.
¿Se engaña con su nueva pasión? Por la misma época podemos leer en uno de sus cuadernillos: «Cuando uno se da cuenta de estos pequeños engaños, muchas cosas que parecían mágicas no son más que un juego». Aun así, no se cansará nunca de Caroline.
Para él, no es una mujer como las demás. Es una mujer que puede ser peligrosa y también por eso le gusta. Sabe que su cara de ángel oculta muchas sombras. Caroline es el claro opuesto de la mujer con la que se ha casado, la prudente Annette. Ella juega con eso, no le cuenta todos sus secretos, no le habla de ninguno de los otros hombres de media hora, ni de los que la protegen, ni de los que la mantienen. De éstos no dice nada y, aún hoy, enmudece o es muy vaga; dibuja un arabesco en el aire con el cigarrillo apagado y echa tierra sobre aquellos años con un «Hace mucho de todo aquello»; saca a relucir
su débil memoria. Esto la tranquiliza. Suelta un «pufff…» y, luego, su mirada candorosa me anima a seguir preguntándole.
Y continúa: «íbamos a un hotel, en Mont-parnasse, no me acuerdo del nombre, estaba al lado del bar, íbamos a aquel hotel porque no me pedían papeles ni nada, era un poco como mi casa… ¡Ay…, el amor…! Hacíamos el amor deprisa, pero ¡qué placer! Alberto era divertido, tenía sentido del humor, nadie lo diría al verlo…». En ese momento me acuerdo de un diálogo de Une chambre en ville, la película de Jacques Demy: «¿Entonces, tú no eres una puta auténtica?». «Yo sólo trabajo a media jornada».
Una ráfaga de viento seco barre la terraza y echa a los pájaros posados en el limonero; vuelven a refugiarse en la jaula. Caroline carraspea, enciende el enésimo cigarrillo con el gesto ritual del fumador empedernido. Murmura con los ojos cerrados, me acerco para oírla mejor susurrar y repetir: «Nos amábamos como locos. Me electrizaba, lo quería con locura y él me quería con locura. No dejaba de repetir que yo era su diosa, que yo era su desmesura». Es apenas perceptible, pero lo he oído bien.
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