Francisco Hermoso de Mendoza. Los días del devenir.

septiembre 2, 2024

Francisco Hermoso de Mendoza, Los días del devenir
Apeiron, 2024. 114 páginas.

Un taller de escritura en una residencia de mayores despertará las historias de Loreto y Julio. El viaje por Italia con su marido en el momento en que su vida cambió de golpe y los recuerdos de una vida que ha perdido su sentido. Las dos historias avanzan en paralelo dentro del marco del taller que también tendrá un papel importante en la resolución.

En este libro destacan dos cosas. Una el equilibrio en la construcción de las dos tramas, que se alternan de maravilla y donde el taller literario no es, como pasa muchas veces, una mera excusa para plantear los textos. A medida que avanza el libro se nota la evolución de de los ejercicios y el taller va desapareciendo o apareciendo cuando hace falta.

La otra es la profundidad de los dos personajes, que se desnudan ante nuestros ojos y nos emocionan. Para mí la historia de Loreto es brillante y me parece la más sólida del libro, esa mujer arrojada al mundo sin encontrar un asidero. Todo arropado por la excelente calidad de la escritura de Francisco, que en estos tiempos siempre es de agradecer, y con un final a la altura.

Muy bueno.

El día de los difuntos

Julián insiste en contar conmigo en la visita al cementerio. Me resisto mínimamente. Por un lado, no quiero ir a ver la tumba de Rita, puesto que ya acudo casi a diario, sin seguir el dictado de las fechas señaladas. Pero por otra parte sí me apetece acompañarlo. Julián lleva un ramo de flores silvestres recogidas por los caminos antes de nuestro encuentro: orégano, tomillo, romero y margaritas.
Yo voy de vacío. A Rita no le gustaban las flores en vida. Dudo que
las eche a faltar en el más allá.
Julián se planta frente a la tumba de sus padres y hermano pequeño. Los tres disfrutando de la vida eterna en un aparatoso panteón. Los humanos seguimos empecinados en querer marcar las diferencias y hacernos notar aún después de muertos, ya reducidos a huesos o cenizas. Son pensamientos que me reservo.
Julián reza un padrenuestro y un avemaría. Muevo los labios a su lado. Musito más que oro.
Me cuenta Julián que en los últimos años Genara no dejaba un velorio sin visitar. No es que así lograra cogerle las medidas a la muerte ni mucho menos, pero en aquellos rostros inexpresivos encontraba algo muy parecido a la paz de espíritu, le dijo en más de
una ocasión.
Como Genara quiso ser incinerada, Julián no tiene ahora donde ir a rezarle. Y esto le pesa como una losa. Cumplido con el deber, recorremos luego el cementerio
enterito.

–256 muertos. El doble de los censados hoy en el pueblo –dice Julián cabizbajo. Lo miro y veo el rostro de un superviviente.

*

A la vista de cómo nos hemos ido soltando, de lo bien que hemos interiorizado el espíritu del curso, de lo innecesario que resultan las observaciones, las correcciones y los subrayados, y ante la evidencia de contar con dos alumnos modélicos (o sencillamente –y esta creo
que es la opción más plausible y menos peliculera– porque Sandra no cobra un euro por el curso, o bien porque no hay manera de hacer carrera con nosotros), los días siguientes nos dedicaremos a leer nuestros escritos. Ella estará presente pero como oyente. Pensemos
en una observadora internacional de la ONU obligada a intervenir sólo si las circunstancias son gravísimas, como un genocidio, por ejemplo. O ni por esas.
A Julio y a mí nos parece bien la propuesta de Sandra, aunque sé que Julio lo dice con la boca pequeña, arrugando el morro. Es evidente Julio que se ha acostumbrado al cálido reconocimiento diario, a las palmaditas en el hombro, al engorde de la insaciable
autoestima, en definitiva: a gustar.

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