Seix-Barral, 2018. 235 páginas.
Un incidente, una pelea medio en broma en los vestuarios, lanza a Felipe, el protagonista, a acercarse a su compañero Leonardo. Porque no lo quiere de amigo, está enamorado de él, y aunque le gustaría dar el paso, tiene miedo de lo que pueda pasar.
Novela de iniciación, muy parecida a la serie de moda Heartstopper, pero con más lirismo y menos azúcar, tiene páginas preciosas sobre ese amor adolescente que todos hemos sufrido da igual nuestro género u orientación sexual.
Sin dramas, con suerte y con ternura, asistimos al nacimiento de una relación con final feliz, a pesar de la incomprensión paterna.
Bueno.
Sólo faltaban veinte minutos para el cambio de clase; el profesor gritó que fuéramos a las duchas.
Leonardo llevaba el balón y quiso darse el último chance pateando un tiro de media distancia que salió casi por una esquina del campo; malísimo. Los de su equipo le gritaron insultos y comenzaron a perseguirlo hacia los baños para darle una trilla; pero lo seguían sólo por broma, pensé, porque él había marcado el mejor gol del partido.
Cuando llegué a los baños, lo tenían acorralado junto a un lavamanos y cada uno quería ser el primero en darle. Leonardo gritaba:
—¡Calma, calma aficionados; para todos hay!
Y les decía que hicieran fila, como si le estuvieran pidiendo autógrafos. Entonces Gordo, que estaba atrás de la montonera, dijo afeminando la voz que a él le guardara la cabecita. Todos se volvieron para abuchear a Gordo, también yo desde la puerta, y fue él quien se ganó la zurra.
—¡Esto es un abuso! —gritaba mientras le aturdían la cabeza a palmazos—. ¡Protesto!
Leonardo trataba de darle con su camiseta.
—¡No proteste, Gordo, no proteste! —le decía—; ¡para qué se pone con maricadas!
—¡Ya! —gritó Gordo haciéndose el serio, y lo dejaron en paz.
Algunos empezaron a desnudarse de prisa para ganar los primeros turnos en las duchas; sólo hay seis chorros en la bañera abierta. Cuando empezaron las disputas ya Leonardo estaba bajo el agua, enjabonándose de espaldas. Tato se le acercó, con la confianza que uno sólo les tiene a los árboles, el muy ladino, y se lo arrimó por detrás, como de pasada:
—Ah, perdón; no me di cuenta —le dijo, y se quedó bajo el chorro.
Leonardo se dio vuelta sin inmutarse, le paseó los ojos de arriba a abajo y se quedó mirándosela a Tato (la tenía tan pequeñita por el frío):
—Pobre tipo —dijo como si le diera mucha lástima, y Tato no supo qué responderle en medio de nuestras risas.
Coloso estaba en la ducha de al lado y aprovechó la ocasión (Coloso siempre aprovecha la ocasión):
—¿Será que esta le sirve, Leonardito?…
Coloso se pone pedante cada vez que nos bañamos porque la tiene grandísima; siempre; como si se la hubieran hecho a prueba de frío. Pero Leonardo le contestó:
—Sí; para limpiarme los oídos.
Eso nos dio mucha risa, y todos nos burlamos de Coloso como una venganza secreta. Pero Coloso es muy duro, y como es fuerte lo cogió a Leonardo por los hombros para ponérselo de espaldas:
—A ver… ¿probamos? —le dijo.
—¡Mentiras, Colosito; me sirve, me sirve! —decía Leonardo soltándose.
Pero Coloso lo agarró otra vez más fuerte y le dijo como si le estuviera diciendo misa:
—Venga Leoncito; déjese que es por su bien.
Entonces Leonardo se soltó dándole un codazo que lo dejó sin aire (con Coloso toca así), y salió de la bañera; debió esperar dos turnos más para enjuagarse.
No hay comentarios