Biografías de 13 grandes compositores centradas en sus líos de faldas y los aspectos más desconocidos de sus vidas. Todo contado con el gracejo de Fernando Argenta. Muy interesante.
Hay historias picantes, como la de las aventuras amorosas de Vivaldi, y de gran hondura emocional, como el nacimiento del coro de Nabucodonosor de Verdi.
Claro que es conocido el desprecio que Beethoven tenía por los poderosos, y más si eran aristócratas, y lo seguro que estaba de su propia valía. Un día se dirigió a un príncipe de esta manera: «Lo que es usted, lo es por casualidad. Lo que yo soy, lo soy por mí mismo. Príncipes ha habido miles y los habrá todavía. Beethoven sólo hay uno». ¡Más razón que un santo!
A pesar de todos estos raptos coléricos, el carácter de Beethoven podía ser amable, e incluso divertido, cuando, como él decía, se sentía «desabrochado». Entonces se mostraba «cómico, animado, y a veces incluso locuaz». Rochlitz escribió: «Una vez que está en vena, el ingenio áspero y sorprendente, las frases ingeniosas, las paradojas más asombrosas y sugestivas brotan de él como un flujo constante».
El caso es que puede que allí, en aquella misa, empezaran las malas relaciones que Verdi siempre mantuvo con el clero. Desde luego, lo que sí está claro es que el sonido del órgano de la pequeña iglesia de Le Roncóle fue uno de los avisos de hasta qué punto la música hacía mella en el chaval.
Quizá por esos avisos Cario, su padre, se animó a comprar una vieja y desvencijada espineta, un pequeño clave, cuando los claves estaban ya completamente desplazados por el piano. Encargó a un vecino, Stefano Cavaletti, que la restaurara y se la regaló a su hijo Peppino. Para él fue un auténtico regalazo que le llenó de ilusión. Se pasaba horas practicando en ella y la cuidó como si fuera un tesoro. Verdi conservó el pequeño instrumento toda su vida y hoy se puede ver en el Museo de La Scala de Milán.
Lo que Peppino no supo entonces, y descubrió mucho más tarde, es que dentro de la espineta había una nota que decía: «Yo, Stefano Cavaletti, reparé y revestí con cuero estas teclas y ajusté los pedales, y todo lo hice como regalo, y también reparé gratuitamente dichas teclas en vista de la excelente disposición que el pequeño Giuseppe Verdi muestra para aprender a tocar este instrumento, lo cual es para mí satisfacción suficiente».
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