Felix Salten. Historia de una prostituta vienesa.

noviembre 19, 2025

Felix Salten, Historia de una prostituta vienesa
Tusquets, 1991. 240 páginas.
Tit. or. Die Geschichte einer Wienerischen Dirne. Trad. Judith Vilar.

Vendido como una autobiografía de una prostituta nos cuenta la iniciación en el sexo cuando es casi una niña y describe una serie de situaciones cada vez más subidas de tono.

Lo he leído porque el autor es el mismo que escribió Bambi y vamos a ver, no puede estar más en las antípodas. No hay ninguna trama, es una sucesión de escenas sexuales explícitas cuya única finalidad, supongo, es la de calentar al lector. El pornhub de la época, vamos.

Como todos estos libros de época se hacen un poco aburridos, y, como también es habitual, el sexo con menores está a la orden del día, lo que siempre me provoca un profundo desagrado. Una lectura que me podía haber ahorrado.

Solo como curiosidad.

Con la otra mano me arremangó el vestido, me abrió la raja con los dedos y noté que hurgaba con la punta de la polla en mi agujero. Empecé a menear el culo para sentirla mejor y para que me penetrara más. El apretaba su cara contra la mía e intentaba metérmela como podía, pero al cabo de un rato dijo:
—No, no. No funciona. Espera, quizás irá mejor así…
Me dejó en el suelo y vi que tenía la polla enrojecida. Se sentó en un barril bajo, acercó rodando otro más pequeño y me hizo dar la vuelta de modo que quedé de espaldas a él. Creí que iba a hacérmelo como me lo había hecho Robert aquella vez en la cama, y me alegré.
—¡Inclínate! —me ordenó.
Lo hice y apoyé los codos en el barril pequeño. Tenía el culo levantado. Me volví a mirar y vi al señor Horak humedecerse la polla con saliva.
—Sólo es para que entre más fácilmente…
Entonces me descubrió el culo, se puso de pie y se inclinó quedando exactamente sobre mí. Llena de sorpresa, miedo y angustia noté que me apuntaba la polla hacia el agujero del culo y empezaba a hurgar lentamente. Quise gritar, pero él me susurró:
—Estáte quieta; y, si te duele, dímelo.
Entonces me metió la mano entre las piernas y, mientras me introducía la polla cuidadosamente en el ojete, empezó a sobarme el coño inmejorablemente.
—¿Te duele? —preguntó.
Me dolía un poco, pero al mismo tiempo sus dedos me daban tanto gusto que respondí:
-No.
De un tirón me la metió más adentro.
—¿Duele?
Dolía, pero su juego de manos me tenía tan arrebatada que no quería dejarlo ir, así que dije:
—No, en absoluto.
Me la introdujo aún más, y pensé que ya debía de tenerla entera dentro de mi cuerpo. Pero, tal como me dijo luego, no había sido más que la mitad de la polla. En todo caso, suficiente para mi edad, el lugar en que nos hallábamos y la enorme longitud de su verga. Hasta aquel momento no había sentido más que asco por el hecho de que me penetrara el culo de aquella manera, pero al hundírmela más profundamente con el último empujón, empecé a sentir un extraño placer, en parte doloroso, pero que en realidad no dolía. Se trataba más bien del miedo a sentir dolor, y tampoco era exactamente placer, sino la intuición de un placer, pero tan excitante y violento que empecé a gemir.
—¿Te duele? —me preguntó Horak.
No pude responderle de tan excitada como estaba. Sacó la polla y volvió a preguntarme, insistente:
—¿Te duele?
No me gustó que me la sacara. Así que levanté aún más el culo poniéndome de puntillas y murmuré:
—Déjela dentro… y siga follándome…
Al momento su ardiente polla volvió a ensartarme y, excitada, susurré:
—… siga follándome…, ah…, así, así…
En lugar de golpearme con fuerza, hurgaba suavemente, y me agarraba el coño y me lo manoseaba. Curiosamente recordé al chaval que me folló tras las matas, en Robert, que al fin de cuentas también me la había metido un poco, y al señor Ekhard, y estos recuerdos aún me pusieron más cachonda.

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