Renfo es el hijo del gran escritor latinoamericano Ronaldo, ya fallecido. Deambula por las calles de Madrid sin rumbo en la vida, salvo tal vez encontrar el manuscrito perdido de su padre, su última novela. El amor, los bajos fondos y un abuelo actor se van entrecruzando por su camino.
Ronaldo es un trasunto poco disimulado de Bolaño, aunque no creo que Renfo lo sea de Lautaro. Lo iba leyendo con desgana porque, aunque no está mal escrito, las historias de adolescentes sin objetivos me dan a estas alturas del curso un poco de dentera. Pero al final le cogí cariño al libro, que no acaba mal. Que sea breve también ayuda.
Se puede recomendar.
En una fiesta. La despedida de un amigo de Ronaldo, un escritor peruano que volvía al Perú después de quince años aquí, en Madrid, donde no había hecho otra cosa que escribir del Perú y de los peruanos. Había mucha luz en la casa, un apartamento en la mismísima Gran Vía con neones en el techo de plafón que debía de ser una antigua oficina reconvertida en pisitos de estudiante. Curto me presentaba a la gente y algunos me saludaban como si nos conociéramos de siempre aunque fuera la primera vez que los veía en mi vida. Qué buenos relaciones públicas, los latinoamericanos. Había una chica en una esquina que no levantaba la cabeza de una Moleskine donde iba levantando acta de cada frase que oía. No sé. La fiesta esta parecía a punto de acabarse y extinguirse de un momento a otro todo el tiempo. El pisco era de litrona de Fanta de li-
món.
-Éste es Renfo. -Curto me sujetaba por el brazo sabiendo que podría escaparme en cualquier momento-. Es el Hijo de Ronaldo.
Sonó así. A Hijo de Ronaldo. El hombre era uno de esos profesores de escritura creativa que llevan diez años preparando el hueco para la gran
novela que revolucionará los cimientos de la literatura universal. Un melancólico de cara de caballo.
-¿Y tú a qué te dedicas? -me preguntó.
-A correr.
-Renfo está escribiendo la biografía de Ronaldo.
-Si yo te contara.
-Ya.
-Te voy a dar mi número -dijo. Cogió una servilleta. Sacó un Bic-. Y me llamas. Hice un viaje con tu padre una vez, en coche, tres días. A ver la tumba de Borges. ¿Por dónde vives?
-Estoy de paso.
Curto cogió la servilleta, la dobló y me la metió en el bolsillo:
—Muchas gracias.
Luego le dijo algo en alemán. ¿En alemán? Me senté en un sofá, solo, frente a una bandeja de arrollados con cilantro. Sonaba «América» de Niño Bravo, en disco, en vinilo, en revoluciones por minuto, que es lo que de verdad les gusta a los latinoamericanos. Al tercer pisco se me sentó al lado un periodista que ya conocía, muy joven, de mi edad, con una piel sonrosada como jamón york.
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