Sexto Piso, 2016. 188 páginas.
Tit. Or. Choir. Trad. Lluís Maria Todó.
A través de fragmentos descubrimos la vida en Caer, una especie de isla o no lugar desde donde no es posible escapar, la civilización es una parodia, y un chamán recuerda con sus relatos la historia del único que consiguió escapar.
De la contraportada:
Caer fue saludada unánimemente por la crítica como una de las mejores novelas de los último años
Pus bien. estoy en desacuerdo con toda la crítica francesa porque me ha parecido uno de los peores libros que he leído en mucho tiempo. Si ya me saturó La ciénaga definitiva mucho más lo iba a hacer esta especie de pastiche, de lugar donde todo es horrible pero de una manera que intenta ser graciosa y en mi opinión no lo consigue (en mi caso maldita la gracia que me ha hecho).
Lo que cuenta no me ha interesado, me ha parecido cansino. La prosa es del montón. Y el final intenta ser original o gracioso y no es ninguna de las dos cosas. Aunque lo poco que he leído por ahí gusta mucho.
Malísimo.
La experiencia los instruyó. Al principio soñamos un poco junto con ellos. ¿No se podrían tal vez levantar sobre la cola los aparatos inmovilizados, abatir sus alas inertes y apuntar hacia el cielo sus narices de cohete? Ironía de la situación: a causa de esos aterrizajes forzosos, Caer cuenta permanentemente con un buen centenar de pilotos expertos. Primero los mimamos, acariciamos la esperanza de que serán lo bastante expertos en aeronáutica como para construir con las piezas de sus aparatos averiados un cohete digno del de Ilinuk -pólvora que retorna a su emisor, fogonazo de nuestra ambición por ñn ve-hiculada— o, a falta de ello, uno de esos helicópteros que, según dicen los supervivientes, despegan verticalmente; pero no consiguen nada y pronto pasan a ser, de todas las larvas de Caer, las más blandas y rastreras. ¿Cabría pensar, sin embargo, que fueran las de nuestros futuros cuerpos bien desacoplados?
Pero su metamorfosis tarda y nosotros yacemos en Caer, amorfos, tirados, todo barriga, papaday mofletes. ¿La utilidad de los mofletes, por favor? Están ahí sólo para recibir bofetones o pellizcos, eso es. Caer nos atrapa y nos agarra por los mofletes. Aveces se imprime en ellos una sonrisa de sumisión abyecta como si fueran de mantequilla, ¡qué horror! ¡Deshagámonos de nuestros mofletes! Ataquémoslos por detrás, con los dientes, mordámoslos por dentro, y mastiquemos, raspemos, al ñnal lo conseguiremos. Y entonces, adiós a lo blando, iremos sin mejillas. Ya sometemos nuestros cuerpos a rudos ejercicios, al calor y al frío y a contrapiés incesantes con la esperanza de que esos rigurosos tratamientos sacudirán su letargo natural. Nos golpeamos el torso con los puños cerrados a ñn de demostrar nuestra fuerza. ¡Bom! ¡Bom! Después necesitamos ayuda para ponernos de pie.
¡ Iiiiiiiiiiiiiiii i i i i i i i i i i i i i i i i i i i i i iiiiiiiiiiiiiiiiiiiilllllllllllllllllllliiiiii iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiüinuuuuuuuuuuuuuuuuk!
No tenemos más que abrir la boca y redondear los labios. Siempre hay en el cielo alguna ave marina para lanzar nuestro grito. Pero, a pesar de todo, preferimos manifestar nuestro desacuerdo, nuestra cólera, nuestro despecho mediante un silencio de reproche e indignación. Es por eso que en Caer ya sólo se oyen las gaviotas reidoras. Esas risas dan miedo a los más pequeños. ¿Qué hacer? ¡Intervenir! Cuando un niño llora, aprovechamos su buena disposición para pegarle. Después llamamos juego de bolos a arrancar tallos de caña y juego de canicas a seleccionar habasy lentejas, y el ingenuo mequetrefe se pone a trabajar en serio.
Nosotros también tenemos nuestros entretenimientos. Los supervivientes nos enseñaron el juego de las damas y el ajedrez-, nosotros simpliñcamos las reglas, tal como simplificamos las de vivir y morir. Más exactamente, prescindimos de la intervención hipócrita de peones y piezas; nuestros dedos desnudos se aferrany se retuercen sobre los tableros, el vencedor será el que haya roto todos los dedos de su adversario. Eso es juego limpio, a nuestro parecer. Por ello nadie cuestiona el principio de la delación, que es el fundamento mismo de nuestra organización social. Así, nos vigilamos los unos a los otros con cariño de madre, y esta atención continuada constituye uno de nuestros poquísimos motivos de orgullo.
¿Somos buenos? Pocas ocasiones tenemos para comprobarlo. El espantajo clavado en el corazón de Caer aleja poco a poco cualquier vida, es el origen de nuestra desgracia. Algunos se arman con antorchas y van a prenderle fuego, pero su mueca es tan atroz que sin darse cuenta aflojan el paso y, de repente, aunque con la misma determinación en la mirada, se dan cuenta de que están caminando hacia atrás. Ello produce inmolaciones crepitantes y apestosas.
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