Errata naturae, 2013. 142 páginas.
Trad. Javier Palacio Tauste.
Se traducen en este volumen todos los fragmentos sueltos que hay de Epicuro, cuya filosofía en defensa del placer ha sido en muchos casos malinterpretada. Un epicúreo es alguien que se entrega sin medida a los placeres, pero el propio filósofo le pedía a un amigo que le trajera un poco de queso para poder darse un festín. Pero la desaparición de la filosofía de las aulas están acabando con esto, como casi nadie sabe quién era Epicuro tampoco se le puede malinterpretar.
Se incluyen tres mini ensayos previos a los textos -que son pocos. El más famoso es del de Pierre Hadot (aparece en otras ediciones) pero es el que menos me ha gustado. Sobre la parte filosófica excelentes los comentarios de Lledó y sobre la biografía también muy buena -como es habitual- la parte de García Gual.
Dejo muestras abundantes para que se hagan una idea. Muy recomendable no sólo para leer las cosas de las fuentes, sino también por curiosidad.
También a la autosuficiencia la consideramos un gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco sino para que, si no tenemos mucho, nos contentemos con poco, auténticamente convencidos de que más agradablemente gozan de la abundancia quienes menos tienen necesidad de ella y de que todo lo natural es fácilmente procurable y lo vano difícil de obtener. Además los alimentos sencillos proporcionan igual placer que una comida excelente, una vez que se elimina del todo el dolor [131] de la necesidad, y pan y agua procuran el máximo placer cuando los consume alguien que los necesita. Acostumbrarse a comidas sencillas y sobrias proporciona salud, hace al hombre solícito en las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone mejor cuando alguna que otra vez accedemos a alimentos exquisitos y nos hace impávidos ante el azar.
Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que se dan en el goce, como creen algunos que desconocen
o no están de acuerdo o mal interpretan nuestra doctrina, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en el [132] alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas opiniones de las que nace la más grande turbación que se adueña del alma. De todas estas cosas, el principio y el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen todas las demás virtudes, porque enseña que no es posible vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni vivir sensata, honesta y justamente sin vivir feliz. Las virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir feliz es inseparable de ellas.
Frente a las demás cosas es posible procurarse seguridad, pero frente a la muerte todos los hombres habitamos una ciudad sin murallas.
Yo preferiría proclamar con sinceridad, al investigar lo concerniente a la naturaleza, lo útil para todos los hombres, aunque nadie llegara a comprenderme, que prestar conformidad a las vanas opiniones y recoger el cerrado aplauso dispensado por el vulgo.
La veneración del sabio es un gran bien para quien lo venera.
Éste es el grito de la carne: no tener hambre, no tener sed, no tener frío; quien tenga y espere tener esto también podría rivalizar con Zeus en felicidad.
Aun en medio de la tortura el sabio es feliz.
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