Emilio Bueso. Ahora intenta dormir.

marzo 2, 2020

Emilio Bueso, Ahora intenta dormir
Valdemar, 2015. 326 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Vecina
Tras una persiana veneciana
Lamphead
La resaca de ella
Abuela
Innsmouth, Massachusetts
Controller
Barrer, quizás soñar
De lobos y hombres
Cartero de medianoche
Dial
Del vértigo en un hospital
En falta las palabras
La próxima vez que desate la tormenta
Al garete
Me sigue desde hace rato
Bola de mierda
El hombre revenido

Entre los cuales no hay ninguno malo, Emilio tiene oficio y sería difícil que lo fueran. Pero me ha dado la impresión de ser una recopilación de inéditos y cosas sueltas que viene bien para tener todo lo del autor pero de calidad desigual.

Algún lector antes de mí en la biblioteca marcó sus relatos preferidos y coinciden casi con los míos. El mejor Barrer, quizás soñar un relato soberbio sin ningún pero. De altura. Después Bola de mierda, pese a que en el prólogo el autor lo califica de primerizo tiene más garra que muchos de los otros. Abuela también me ha gustado con su punto de surrealismo.

El resto no me han llamado excesivamente la atención. Pongo como ejemplo de mis quejas el último El hombre revenido. Buen ambiente, descripciones pesadillescas de un pueblo sumido en un caos por un misterioso hombre que trae desgracias. Pero finalmente ¿Qué? ¿Cual es el destino del relato?

Lo he disfrutado pero. Otras reseñas: Ahora intenta dormir y Ahora intenta dormir

Recomendable.

Diría que no he visto a ninguna persona en horas. Sí me he cruzado con Soo.
Y a Soo le han atravesado la garganta y la cabeza con una única forma de soledad. Ahora la oscuridad le come toda la boca por las noches. Y le sale por el cogote, le gotea de las orejas.
Llevo desde el anochecer caminando. Caminando. Vengo del cementerio que hay junto a los muros coronados por alambradas de espino, como uno de esos dioses de los cristianos. Hoy es noche de Chuseok. Estamos en el día decimoquinto del octavo mes, pleno verano. Yo, al igual que todo el país, lo he celebrado visitando las sepulturas de mi familia. He ofrendado el Olbyeosinmi sobre la tumba de Hwang. He dejado junto a su piedra un cuenco de madera con los primeros granos de arroz del año y una varita de incienso. He llorado más rato del que debía y se me han escapado así los minutos y los latidos. Alguien me ha advertido de que se me hacía tarde y he terminado corriendo hacia la parada del autobús, pero no he llegado a tiempo de subirme a la guagua desvencijada de fabricación húngara que recorre estos caminos con el crepúsculo. Crepúsculo. Conque ahora no me queda más que caminar hacia mi casa de acogida.
Si me esfuerzo llegaré antes de que amanezca. Mañana es Acción de Gracias, por lo que no hay que ir a la granja. Estoy demasiado cansada como para siquiera pensar en ir a la granja. Y eso que mi casa de acogida está junto a una hacienda rodeada de campos de arroz como la que acabo de dejar a mis espaldas hace nada.
Vivo en una igual que esa. Dicen que hay más de medio millar en esta provincia. Supongo que debieron de cons-
truirlas todas a la vez, empleando los mismos planos y la misma partida de trabajadores. Tienen el mismo gris ceniza y la misma forma de minúscula nave industrial cuadrada, con el tejado a dos aguas. Aguas. En una vivienda así están mis doce libros, mi futón, las fotos de Hwang y la palangana que uso para asearme y refrescarme al final del día. Dicen que tu casa está donde están tus libros.
No suelen decir que El Líder es quien dice dónde paran lo uno y lo otro. Si alguien lo hace termina durmiendo en un barracón sin libros que tiene cuatro reflectores antiaéreos y una silla eléctrica por toda iluminación. Yo hablé más de la cuenta, y aunque luego me arrepentí, he acabado trabajando en una granja mucho más gris que éstas.
Diría que la mía es una que alcanzaré si sigo por este camino, aunque la red de carreteras se ha complicado un poco con los años y ahora me asalta el temor de haberme equivocado de desvío. La sola idea de haber extraviado el ramal de vuelta a casa me hace mirar en todas direcciones para cerciorarme de que el escenario me resulta familiar, para buscar algún punto de referencia que me tranquilice.
Pero hay poca luz, me cuesta distinguir las cosas.
Creo que pronto me saldrá al paso uno de los pocos focos que siempre están encendidos por aquí. Apunta a una enorme valla publicitaria que hay junto al camino. En ella aparecen los Kim, vestidos con sus guerreras y con sus sonrisas. El Querido Líder y El Gran Líder. Sus estampas no pueden quedarse a oscuras, sólo nosotros hacemos eso.

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