Páginas de espuma, 2013. 166 páginas.
Cuando estudiaba interpretación miraba a mis compañeros; unos me gustaban más, otros menos y algunos nada en absoluto. Pero cuando entraba Sally al escenario sabías que estaba unos peldaños por encima de todos los demás. Si te esforzabas mucho igual, alguna vez, podrías acercarte a lo que ella lograba con toda naturalidad. La misma sensación tengo con Eloy Tizón, cuando lo lees, te das cuenta de lo encima que está de todos los demás. En este libro se incluyen los siguientes cuentos:
Fotosíntesis
Merecía ser domingo
Ciudad dormitorio
La calidad del aire
Los horarios cambiados
Volver a Oz
Alrededor de la boda
Manchas solares
El cielo en casa
Nautilus
Como me lo prestaron no puedo volver a echarle un vistazo o incluso releerlo, aunque ganas no me faltan. La prosa de Tizón es de las mejores que he leído nunca, y sus historias me fascinan. Que en medio de un cuento se diga de pasada que una gran ciudad se ha convertido en un cráter, cuando no tiene nada que ver con la historia, me encanta.
En realidad poco más quiero decir, lo que hay que hacer es correr a leerlo, cuanto antes mejor. Suscribo lo que dice malherido (que en contadas ocasiones elogia a nadie):
Eloy Tizón es el mejor cuentista español de todos los tiempos. Eso, para empezar.
Técnicas de iluminación es un libro extraordinario. Esto, para acabar.
Entre medias, llámalo crítica.
Lean cualquier reseña en la red: Técnicas de iluminación, Eloy Tizón, Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón y “Técnicas de iluminación” de Eloy Tizón.
Calificación: Imprescindible.
Extracto:
Le pedí que me besara pero ella dijo que no, que besarnos allí, en ese momento, podía ser contraproducente. Yo, sin entender, asentí. Desde entonces esperé durante años, con una paciencia luminosa, a que ocurriese el milagro de ese beso contraproducente. Y luego hubo una tarde tormentosa de barcas en el estanque y cisnes a lo lejos como paraguas blancos, abiertos.
Ella no me besó. Los besos son importantes. Por culpa de un beso de buenas noches denegado por su madre cuando era niño, Proust teje toda una neurosis familiar en forma de novelón asmático, policromado, que en el fondo es todo él una indagación detectivesca alrededor de los besos furtivos o fantasmales, de los besos no dados o no recibidos o dados y recibidos a destiempo o a las personas equivocadas. Hay un trastrueque de cuerpos y soledades circulando por la novela de Proust, alguna de cuyas páginas a veces refracta la luz como un vaso facetado. Una novela policiaca sin crimen en la que todas las pruebas acusatorias se encuentran allá atrás, en el pasado. Lejos. Besos con sabor a magdalena mojada en té de lágrimas o besos con sabor a playa normanda o besos de bocas niñas, acatarradas, en un permanente carnaval de celos y de labios. En el paréntesis de un beso no pronunciado el mundo, de repente, deja de llover o se hace música y duele. Triste pero forzoso es admitir que los besos no recibidos han hecho más por la literatura que los besos recibidos.
No te marches aún, espera, por favor, todavía es pronto, somos jóvenes, aún queda mucha noche por delante hasta que amanezca. Qué prisa tienes. Tenemos. Ven, déjame que te explique, déjame que te cuente, luego te acompañaré hasta tu casa, te lo prometo. Quiero decirte algo, compartir contigo un secreto, necesito confesarte que. Pasaban grandes taxis negros, funerales, con reflejos de chistera, hondos de tapicería y luces cuchicheantes, al fondo de los cuales una muchacha camino de alguna fiesta se acurrucaba, retocándose el maquillaje .- pellizcándose el panty. Hasta uno llegaba el perfume solitario de las cos/as, la sutileza del viento, el relente de la hora, y todo, el universo entero, era como un telegrama urgente, una de esas páginas escritas con tinta violeta que parecen, más que escritas, aleteadas. Papeles que se van volando. Ropa que cae del cielo y va a posarse en la acera. La felicidad de ser dos y caminar al lado de esa muchacha de noche sin decir nada, tan solo eso, ser dos, sintiendo su respiración serena, el roce de sus pasos y el aroma tenue de su cutis, a veces ella perdía el equilibrio y chocaba contra uno, era bonito aquel choque.
Ella llevaba puesta una gorra de golfillo callejero que le daba cierto aire de, yo qué sé, ¿huérfano dickensiano? Las puntas de su pelo salían disparadas en todas direcciones. Un revoloteo de pecas en la nariz desmentía su gesto grave. Las piscinas, ya cerradas, devolvían el calor acumulado durante aquel pesado día de junio, julio, agosto. Las piscinas, con sus trampolines en sombras y el rumor gástrico de sus depuradoras. Un gato que saltaba quedó detenido en el aire, inmovilizado en su salto, las patas y la cola borrosas.
Un comentario
Vaya, qué reseña tan entusiasta y tan convencida de la valía del libro. A la wish-list que va 😉