Sajalín, 2009, 2010. 414 páginas.
Tit. or. No beast so fierce. Trad. Laura Sales Gutiérrez.
Max Dembo sale de la cárcel dispuesto a hacer las cosas bien, buscar un trabajo honrado y alejarse de la delincuencia. Pero el agente de la condicional que le toca en desgracia le pone las cosas difíciles y la cabra acabará tirando al monte. Se va deslizando de nuevo al mundo de la delincuencia, disfrutando del proceso.
Una novela que viene recomendada por pesos pesados como James Ellroy y que no está mal pero no es para tanto. No diría esto de seguir vivo el autor, que fue delincuente en su juventud y que encontró la redención escribiendo y trabajando ocasionalmente como actor (fue mr. Blue en Reservoir dogs). No sea que le diera por hacerme una visita y romperme una pierna.
Lo mejor es lo auténtico que suenan todas las desventuras del protagonista, pero aunque el estilo no está mal (he leído escritores consagrados que lo hacen mucho peor) tampoco es para tirar cohetes. Pero se disfruta la lectura.
Bueno.
—Quiere que todo el mundo sea igual que él. La gente es diferente. Hasta yo lo sé y eso que soy un drogata y un analfabeto. Mira lo gilipollas que es: si supiera que conduzco un coche me metería en la cárcel y enviaría un informe a la Junta de la condicional. Le sabría mal, pero pensaría que es su responsabilidad. ¿Es que no entiende que vivir en Los Ángeles sin coche es como quedarte sin agua en el Valle de la Muerte? Si tuviera que ir a trabajar en autobús, tardaría cuatro horas.
A continuación Willy relató cómo había perdido ya dos puestos de trabajo porque el agente de la condicional les había contado a sus jefes que Willy era un drogadicto y un delincuente, y estaba en libertad condicional. La normativa exigía que la empresa lo supiera, pero la mayoría de agentes hacían la vista gorda. Al propietario de un negocio le daban igual los problemas de un ex presidiario; lo que le preocupaba era que le robaran. Así que despidieron a Willy después de un par de semanas. La empresa dio una excusa barata y el agente nunca se dio cuenta de lo que había sucedido en realidad.
—¿Qué tal te va con Selma?
—Cuando salí, las cosas fueron bastante mal. No me fui a vivir con ella directamente. Ya has visto el bebé, ¿no?
—¿Es suyo, pero no tuyo?
—Pues sí. Yo estuve dos años fuera de la circulación y tampoco es que esperara que se quedara viendo la televisión… Joder, si ni siquiera le dejé una televisión en casa. La vendí y me fundí la pasta en caballo un mes antes de que me trincaran. Pero es que tener un hijo… es una estupidez. Ya nadie tiene hijos sin quererlos, ahora que está por ahí la píldora y esas mierdas. O por lo menos el aborto. Y ni siquiera me dijo nada hasta que estuve a punto de salir. El niño ya tenía cuatro meses. En aquel momento no quería ni verla y cuando salí me quedé en casa de Mary una semana hasta que cobré. A Joe ya lo habían trincado. Pero bueno, Selma pasó por allí un día, una cosa llevó a la otra, y acabamos juntos otra vez. ¿Quién soy yo para tirar la primera piedra? Y la tía me ha tratado bastante bien, teniendo en cuenta cómo ha ido todo. A veces es un coñazo, pero estoy acostumbrado. No estamos mal, la verdad.
Willy se quedó en silencio. Me hizo sonreír; sonaba tan estoico, como si no le hubieran afectado la pobreza y la frustración. Sus mayores ilusiones eran la euforia permanente de los narcóticos y que lo dejaran en paz. Iba tirando, aceptaba las humillaciones del agente de la condicional porque el encarcelamiento era peor, tenía paciencia con el mal genio de su mujer y a lo mejor acababa los cinco años de condicional.
—Pasémonos por casa de Mary —dijo—. Va a flipar al verte.
—Son las tres y media de la madrugada.
—Le importará un carajo que la despertemos. Está acostumbrada.
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