Editorial Seix Barral, 2006. 365 páginas.
No he cambiado mis hábitos de comprador de saldo, este libro es un regalo de mi gran amigo Carlos. Lo recibí con alegría, Eduardo Mendoza es uno de mis escritores preferidos y lo último que había leído de él -la aventura del tocador de señoras- me había hecho reir mucho.
Ambientado en plena época de la transición nos cuenta la historia de Mauricio, un dentista tentado por la política que verá su vida dividida entre dos mujeres; Clotilde y la Porritos. Como trasfondo, una Barcelona ilusionada por la nominación para las olimpiadas y mucho desencanto político.
Para decirlo pronto y claro; no me ha gustado. Ya desde el principio los diálogos me parecían acartonados. Si la anterior novela no cómica de Mendoza Una comedia ligera no me pareció excesivamente brillante, pero tenía su aquel, en esta novela no encuentro nada salvable. Los personajes me parecen poco creíbles, y la situación del protagonista también.
Aún hay más; el desencanto que respira la novela no le va. Es un desencanto de alguien que ha visto los frutos de la transición, no de alguien que vive en ese momento. Si es un juego literario no me parece mal, pero chirría. ¿Cómo puede tratar una novela del fin de la utopía si nos cuenta sus comienzos?
No quiero erigirme en juez porque tampoco me gustó La verdad sobre el caso Savolta y todo el mundo habla maravillas de ella, pero en este caso mi recomendación es negativa. Bajo su responsabilidad.
Escuchando: Commotion. Fundación Tony Manero.
Extracto:[-]
Brihuegas y el cura obrero discutían el orden de las intervenciones.
Mosén Serapio dijo:
—A mí me da lo mismo, pero lo normal es que empiece el nuevo.
—No, hombre, ¿no ves que está más nervioso que un flan?, dijo Brihuegas. Yo abriré, luego viene él y tú cierras.
—Está bien.
Era evidente que entre ellos había una antigua y sorda animadversión. Los tres subieron al estrado sin que el público les prestara atención ni dejara de hablar y de hacer ruido. Cuando estaban sentados subió el joven del chándal y golpeó el micrófono y sopló para ver si funcionaba bien. Como no funcionaba ni bien ni mal, se fue deprisa y no volvió a aparecer. De vez en cuando Brihuegas soplaba el micro sin obtener ningún resultado. Al cabo de unos minutos se oyó en toda la sala un pitido largo y desagradable que restableció el uso del micrófono y de paso hizo callar a la concurrencia. Brihuegas aprovechó la oportunidad para ponerse a hablar inmediatamente y con mucho énfasis. Mauricio le escuchaba con la máxima atención, tratando de descubrir los trucos de la oratoria popular. Era obvio que Brihuegas poseía larga experiencia en aquel terreno, pero su discurso consistía en una sucesión de estereotipos y lugares comunes. A veces perdía el hilo en mitad de una frase. Entonces levantaba la voz, señalaba a los oyentes con ademán conminatorio y exclamaba: ¡Compañeros, os lo digo bien claro para que me entendáis! Y acto seguido se adentraba en un nuevo tema del que tampoco decía nada específico. El público escuchaba con respetuosa apatía y emitía risitas de complicidad cuando el orador aludía con sarcasmo a los partidos rivales o dedicaba pullas a personas conocidas sin citarlas por el nombre. El público estaba compuesto en su mayor parte de hombres de cierta edad, enjutos y arcillosos. Las mujeres, mucho más escasas, con aire beatífico y ajamonado, parecían haber ido acompañando a sus parejas y no por voluntad propia. Ellas y ellos se habían endomingado, quizá en previsión de que a la televisión se le ocurriera hacer acto de presencia. A la espera de este acontecimiento, muchos dormitaban sin disimulo.
Mauricio dejaba vagar la mirada por aquellos individuos tratando de adivinar su ocupación, su procedencia, su nivel intelectual o cualquier otro dato revelador, pero todos se mostraban impermeables a su análisis. Ni su apariencia ni su actitud le permitían deducir si eran obreros o simples desocupados contratados por horas para no dar un mitin en una sala vacía. Tal vez aquellas mismas personas acudían a todas las convocatorias por una módica suma o sólo por la merienda, sin que les importara la ideología del orador. Esta sensación de falsedad paliaba su nerviosismo, pero le hacía preguntarse la razón de su propia asistencia. Ante aquella masa hermética, Mauricio, con su ropa deportiva de buena calidad, se sentía fuera de lugar.
De repente Brihuegas puso fin a su intervención con tanta brusquedad como la había iniciado. Hubo un breve silencio en la sala y luego sonaron algunos aplausos tibios. El orador atajando con un gesto el homenaje y señalando a Mauricio dijo:
—Vale, gracias. Y ahora oiréis lo que os va a decir aquí el compañero.
Mauricio sacó del bolsillo unas cuartillas dobladas y las colocó sobre la mesa, carraspeó y empezó a leerlas con voz temblorosa. No era su primera intervención pública, pero en las ocasiones anteriores conocía la materia sobre la que había de disertar y también a su auditorio. Por fortuna, las exageradas muestras de indiferencia de sus oyentes demostraban que no se esperaba nada de él. Bueno, pensó, mejor para todos. Conforme iba leyendo se iba sintiendo más aplomado. Al acabar recibió su correspondiente tanda de aplausos y una palmada en el hombro propinada por Brihuegas.
—Has estado muy bien, leñe.
—¿Se ha entendido lo que quería decir?
El viejo luchador se encogió de hombros y respondió:
—No lo sé, supongo que sí. Yo, como comprenderás, tenía la cabeza en otro sitio. ¿Y el mosén?, ¿por qué no arranca? Ah, ya lo entiendo: el muy carbón se ha traído a su morcillera.
En efecto, sin dar tiempo a que el cura obrero tomara la palabra, había subido al estrado una mujer joven, de porte atlético, vestida con una falda corta y un jersey negro muy ceñido. En la mano llevaba una guitarra. Se la colgó del cuello y sin más preámbulo se puso a cantar una ranchera.
Que no me rajo
¡que noooooo…
me rajooooo!
El público seguía en vilo la actuación. Después de dos rancheras, un bolero y una canción de protesta y con la misma celeridad con que había subido al estrado, saltó al suelo y desapareció por el pasillo oscuro con la guitarra todavía colgada del cuello.
El cura obrero aprovechó aquel momento de estupor para empezar su alocución. Fue conciso, habló en tono coloquial y fue premiado con una fuerte ovación. Mauricio advirtió con extrañeza que ni mosén Serapio
ni Brihuegas habían mencionado en sus intervenciones el programa del partido en cuyo nombre hablaban, ni tampoco habían pedido el voto de los espectadores.
Cuando Mauricio en un aparte le preguntó la causa de la omisión, Brihuegas dijo:
—Ni falta que hace. Estos capullos sólo vienen a matar el rato; a la hora de votar hacen lo que les sale del pijo. Entonces a qué cono venimos, me preguntarás. Pues te lo explico en dos palabras: venimos porque los demás partidos vienen, y si nosotros no, pues van y se ofenden y entonces sí que no nos vota ni Cristo. Así es la política, chico: una gilipollez.
Mosén Serapio interrumpió este coloquio:
—Venga, se os convida a una cervecita. Al fin y al cabo, estáis en mi territorio. Y dirigiéndose a Mauricio añadió: ¿Qué?, ¿canguelo?
Al salir, el cura obrero iba estrechando la mano de los rezagados. A algunas mujeres les hacía mamolas cariñosas. Todos le conocían y esto disipó las dudas de Mauricio sobre la autenticidad de la audiencia.
Brihuegas iba muy enfurruñado, porque a él no le saludaba nadie.
Al salir a la calle era noche cerrada. Las farolas de mercurio, muy altas y nimbadas por la humedad, daban al rostro del cura un aspecto cadavérico. Dijo:
—Vamos aquí al lado.
Las aceras estaban llenas de motocicletas y menudeaban corrillos de jóvenes vestidos de un modo estrafalario que miraban a los transeúntes con aire de perdonavidas. En compañía de los otros dos, Mauricio se sentía seguro. Superado el trance del discurso, empezaba a encontrarle gusto a aquella aventura singular. Todo lo miraba con curiosidad y con desconcierto.
16 comentarios
Vaya, pues menos mal que no lo traje ayer de la biblioteca, que me tentó desde la mesa de las novedades, pero como tenía un número limitado de libros que podía coger tuve que dejar alguno y este fue de los elegidos para una lectura posterior.
Con este autor me resulta difícil acertar, mientras hay novelas suyas que me parecen muy divertidas otras las encuentro fallidas, como «Sin noticias de Gurb», que también parece que gusta a muchas personas.
De momento queda para cuando no encuentre otra cosa en la biblioteca.
Hace mucho que no te comento, aguerrido lector. Es muy probable que vaya a Barna el puente de diciembre (mándame tu móvil al mail again, plis), a ver si podemos tomarnos algo.
Creo que prefiero seguir teniendo el buen pálpito con Mendoza, el que me dejó con otras novelas, y no probar con esta. Las decepciones son demoledoras.
Ups, ayer por la noche lo recomendé. Vaya, vaya…
Por cierto, por cierto. Graciasa ti ando detrás de Confesión de un Asesino y….no hay forma de conseguirlo. ¿tendré que matar para revivir lo que sienta el prota, sea esto lo que sea, o mejor sigo buscando?
Un abrazo
Thersuva, yo soy de los que le encantó Sin noticias… así que ¿quién sabe? Igual te gusta ésta.
M, ya te lo he mandado.
Borgleone, lo dicho, lo que a unos gusta otros detestan y viceversa. Si te interesa COnfesión… y vives por Barcelona o cerca no tengo inconveniente en prestártelo. Si no, no sé, yo lo compré de segunda mano en una librería de viejo de Granada. Puedes buscarlo en Iberlibros.
No sabes como agradezco tu intención y al menos de momento no te comprometeré.
Vivo en Gandia (Valencia) y dentro de poco he de ir a Madrid por cuestiones laborales, intentaré buscarlo allí y si la suerte me esquiva, y ademas de esquiva es mala, ya me pongo en contacto contigo.
Muchas gracias
PD: ¿me ha parecido leer que compartimos profesión informática?
Ah, Palimp, sí me parecía que a tí te había gustado «Sin noticias de Gurb», voy a ver si tienes por aquí un comentario y lo leo.
Personalmente creo que algunas veces la decepción con algunas novelas es proporcional a lo que se espera de ellas, y yo esperaba mucho de Gurb.
Borgleone, efectivamente, compartimos profesión informática. Si no encuentras el libro, ya sabes.
Thersuva, no he puesto ninguna reseña de ‘Sin noticias’. Eso sí, cuando la leí, hace ya mucho tiempo, ni siquiera sabía con lo que meiba a encontrar.
Yuhuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, lo encontre, lo encontre.
Al final Confesion de un Asesino lo encontre y lo devore. Gracias por el ofrecimiento y…una pasada de libro. da pena que se acabe (debo tener el alma negra
En cuanto a Mauricio…al final tambien tenias razon todo se diluye en nada, una lastima.
Recibe un abrazo y otra vez gracias
Enhorabuena y gracias a ti por el comentario. Me alegra que te guste Roth.
Un abrazo.
Hola, no soy comentarista habitual en esta web,pero solo keria dar mi opinion sobre Mauricio: la verdad es que a mi me ha encantado. Me parece muy interesante la manera del autor de presentar el trasfondo político y la desgana y desilusión a traves de progundos retratos psicológicos de los personajes, cacda cual más interesante.
De hecho, me atrevo a recomendar su lectura.
El libro no es que sea malo, pero esperaba más de Eduardo Mendoza. Me gusta escuchar opiniones diferentes, gracias por tu comentario.
Estoy totalmente de acuerdo con que Mauricio es un libro hueco. Y que conste que no sé cuántas veces habré leído la cripta y la he recomendado. Ya sé que no tienen nada que ver.
¡Bien! Alguien más de acuerdo… ya tenía la sensación de ser un bicho raro. De Mendoza me gusta casi todo, pero este Mauricio…
Hola, acabo de leer Mauricio… y me parece interesante como novela y refleja una época muy concreta de la ciudad de Barna, las decepciones políticas ( gobierna CIU ) las decepciones vecinales, el inicio de la personas con sida, desconocido para mucha gente en aquel momento, etc.. las olímpidas, y cada vez creo más en novelas como ésta para enseñar a llos jóvenes algo de hstoria de una ciudad, cuando nos cuenta los problemas del PSOE que gobierna y debe hacer la reconversión industrial… En fin, no es una novela densa, pesada sino amena y porque pedir a veces a los autores novelas de «alta cultura » si lo que deseamos la mayoria es leer para entretenernos. que rollo …
En este caso las críticas no vienen porque el libro no sea de ‘alta cultura’, tampoco lo es ‘Sin noticias de gurb’ y me encantó. Sólo que este libro, personalmente, no me ha gustado.
necesito que eduardo, si es mendoza clark, que me escriba, gracias de antemano