Edmund de Waal. El oro blanco.

noviembre 13, 2023

Edmund de Waal, El oro blanco
Seix Barral, 2016. 530 páginas.
Tit. or. The white road. Trad. Ramón Buenaventura.

Después del exito de La liebre con ojos de ámbar de Waal se lanza a contarnos la historia de la porcelana, el oro blanco, que conoce de primera mano puesto que es ceramista y ha trabajado mucho con ella.

De las montañas de China hasta los acantilados de Inglaterra se nos cuenta como el saber se ha ido transmitiendo, redescubriendo, investigando, para obtener esa sustancia tan particular y fascinante. Cómo se crean montañas de trozos rotos allí donde la tradición se pierde en la noche de los tiempos. Cómo ha obsesionado a las personas hasta extremos inimaginables.

Todo mezclado con sus vivencias personales, ya que él también tuvo que dominar la porcelana, ir haciéndose un nombre, cocer vasijas decentes y por fin llegar a entrar en los museos con exposiciones que en ocasiones están escondidas. A veces el tono lánguido y moroso de la narración me ponía nervioso, pero en conjunto no está mal.

Bueno.

Si miro al sur desde aquí, desde el fondo del valle, alcanzo a distinguir el río, que tiene una anchura de varias decenas de metros y que cruza la ciudad, fluyendo desde el norte hacia el Yangtsé. Otros afluentes se le incorporan, serpenteando laderas abajo. A mi espalda, a cincuenta kilómetros, están las colinas que integran la montaña de Kao-ling, y se alzan montañas en todas direcciones. Los bosques son densos borrones verdinegros. Veo la carretera, pero no hay más sonido que el de la brisa entre los bambúes y los grillos entre las hierbas altas.
He estado mirando todos los mapas. Los hay chinos, del siglo XVII, esquemáticos, en los que se muestra la disposición de las casas y los kilns y los ríos. Hay también los mapas que elaboraron los jesuitas un siglo más adelante, los primeros empecinados intentos de hacer el país explicable para Occidente, y luego los mapas extrañamente anémicos de los libros de arqueología de la región —con las variantes toponímicas añadidas a las colinas y los ríos, por fortuna.
Entre los preferidos está uno de 1937, obra de un tal A. D. Brankston, un joven inglés, que trepó por esas colinas y bosquejó un mapa a una escala de «aproximadamente tres millas por pulgada», con pequeñas casetas mal dibujadas indicando la presencia de kilns. Hay muchas lagunas en sus mapas, por rumores de bandidaje. Hace que este paisaje tenga un parecido con el Hampshire.
Pero nada me ha preparado para esto. Es un hermoso puzle, este paisaje. Tiende ante mis ojos su tierra y sus bosques y su agua y sus pueblos. Y, por la razón que fuese, por la acción de las personas y del azar, el comercio y el gusto se juntaron aquí para crear el centro de la porcelana mundial.
Tengo un plan. Quiero subir al monte y seguir el camino viejo que la materia prima de la porcelana seguía para regresar a la ciudad.

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