Seix Barral, 2002. 286 páginas.
Tit. Or. A noble radiance. Trad. Ana Mª de la Fuente.
El hallazgo de un cadáver en una finca abandonada reabre el caso de la desaparición del hijo de un noble un año antes. El comisario Brunetti se encargará de averiguar qué es lo que pasó, quienes fueron los secuestradores y en qué circunstancias se produjo la muerte.
Tenía ganas de leer algo de esta autora, sobre todo por el paisaje de las investigaciones del comisario, una Venecia desconocida para el turista, con la trastienda del poder, la nobleza manejando los hilos y el odio a esa Roma por parte de la liga norte.
Bien la trama, el aderezo de las relaciones de pareja del comisario y yo contento por ver que no he perdido el don de adivinar quién es el asesino antes de la mitad del libro.
Una lectura agradable.
—Está cerca de Belluno, ¿verdad? —Me parece que sí. ¿Por qué? —Quizá mañana tenga que ir. —¿Por qué?
—Han encontrado el cuerpo del chico Lorenzoni. Cerca de Belluno.
Ella tardó en decir algo.
—Oh, pobre chico. Y pobres padres. Es terrible. —Otra larga pausa—. ¿Lo saben?
—No; tengo que decírselo ahora. Antes de cenar.
—Oh, Guido, ¿por qué siempre te toca hacer esas cosas horribles?
—Si otros no hicieran cosas horribles, yo no tendría que hacerlas, Paola.
Él temió que su respuesta la molestara, pero ella hizo como si no la hubiera oído y se apretó aún más contra él.
—A pesar de que no los conozco, me dan mucha pena. Qué espanto. —Y él la sintió ponerse tensa al pensar que hubiera podido haber sido su propio hijo—. Qué horror. ¿Cómo se puede hacer algo así?
Él no tenía respuesta para esto, como no la tenía para ninguna de las grandes preguntas de por qué la gente cometía crímenes o se atacaban unos a otros salvajemente. Él sólo tenía respuestas para las preguntas pequeñas.
—Lo hacen por dinero.
—Pues peor todavía —fue su inmediata respuesta. Ojalá los atrapen —y enseguida rectificó—: Ojalá los atrapéis,
Lo mismo pensaba él, y lo sorprendía la fuerza con que deseaba encontrar a los que habían hecho aquello. Pero no quería hablar de eso, ahora no. Él quería contestar la pregunta de por qué había dicho que la quería. No era hombre acostumbrado a hablar de sus emociones, pero quería decírselo, atarla a él de nuevo con la fuerza de sus palabras y de su amor.
—Paola —empezó, pero antes de que pudiera decir más, ella se apartó cortándolo bruscamente.
—Las setas —dijo retirando la sartén del fuego con una mano y abriendo la ventana con la otra. Y las palabras de amor se fueron volando por el aire con el humo de las setas.
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