Menos cuarto ediciones, 2005. 334 páginas.
Antología del microrrelato hispánico
Tal como explica David Lagmanovich el microrrelato -o minificción- cobra altura en el siglo XX. No es que antes no los hubiera, pero es en el mundo moderno, con nuestras prisas urbanas, cuando los escritores buscan la condensación máxima: menos es más. No hace mucho la revista Wired pidió a treinta escritores que escribieran un cuento en no más de seis palabras (Lo leí en Apostillas literarias, que nos mandaba a un artículo en Letras Libres). Algunos de los resultados no estaban mal:
Steven Meretzky propuso “Muy confundido, leyó su propio obituario” (He read his obituary with confusion); Bruce Sterling escribió “Era muy caro seguir siendo humano” (It cost too much staying human), y Ben Bova puso “Salvó al mundo volviendo a morir” (To save humankind he died again), los que podrían ser, además, brillantes inicios de novela. En cuanto a la ya mencionada Atwood, empleando una audaz elipsis jugó con la lógica secreta que vincula dos hechos o noticias: “Hallan cadáver incompleto. Médico compra yate” (Corpse parts missing. Doctor buys yatch).
Pero ninguno a la altura del microrrelato de Hemingway que inspiró la idea: “For sale: baby shoes, never worn”, cuya traducción puede ser todavía más corta pero igual de impactante: Vendo patucos, sin usar. No podrían imaginar lo triste que me parece.
Aunque los hay más cortos, el arquetipo para los lectores hispanoamericanos es el del dinosaurio de Augusto Monterroso:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí.
No quiero olvidarme de citar la bitácora Cuentos de cien palabras, en la que Jordi Cebrián ha publicado una cantidad enorme de cuentos con exactamente cien palabras, entre los que se encuentran joyas como la siguiente:
Me leyeron el futuro, y me informaron de cual iba a ser el último libro que leería antes de morir. Se trataba de una obra menor de Joyce, quien nunca me había interesado. Pese a todo, me hice el firme propósito de no leer jamás, por si acaso, nada de ese autor.
Han pasado muchos años. Conocí a una mujer excepcional, de la que me enamoré. Es doctorada en literatura, especializada en Joyce, e insiste en que debo conocer toda su obra. Me avergoncé de contarle mis miedos, y, por amor, arriesgo la vida leyendo los libros que me recomienda.
El libro reune a una gran cantidad de escritores junto con dos o tres relatos mínimos. Divididos en cuatro partes, empieza con los precursores e iniciadores, entre los que están Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez o Alfonso Reyes, sigue con los clásicos -no podían faltar Borges, Cortázar y Monterroso y con la sección Hacia el microrrelato contemporáneo -con autores de la talla de Ana maría Matute, Max Aub y Virgilio Piñera– y acaba con el microrrelato hoy, con una gran cantidad de autores entre los que están Mario Benedetti, Javier Tomeo, Juan José Millás, Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano o Antonio Di Benedetto.
No todos tienen la misma calidad, pero el conjunto es muy atractivo. Para degustar poco a poco.
Escuchando: Ese Viejo Rock & Roll. Revólver.
Extracto:[-]
El hijo de la lavandera
Al hijo de la lavandera le tiraban piedras los niños del administrador porque iba siempre cargado con un balde lleno de ropa, detrás de la gorda que era su madre, camino de los lavaderos. Los niños del administrador silbaban cuando pasaba, y se reían mucho viendo sus piernas, que parecían dos estaquitas secas, de esas que se parten con el calor, dando un chasquido. Al niño de la lavandera daban ganas de abrirle la cabeza pelada, como un melón-cepillo, a pedradas; la cabeza alargada y gris, con costurones, la cabeza idiota, que daba tanta rabia. Al niño de la lavandera un día lo bañó su madre en el barreño, y le puso jabón en la cabeza rapada, cabeza-sandía, cabeza-pedrus-co, cabeza-cabezón-cabezota, que había que partírsela de una vez. Y la gorda le dio un beso en la monda lironda cabezorra, y allí donde el beso, a pedrada limpia le sacaron sangre los hijos del administrador, esperándole escondidos, detrás de las zarzamoras florecidas.
Este tipo es una mina
No sabemos si fue a causa de su corazón de oro, de su salud de hierro, de su temple de acero o de sus cabellos de plata. El hecho es que finalmente lo expropió el gobierno y lo está explotando. Como a todos nosotros.
De L’Osservatore
A principios de nuestra Era, las llaves de San Pedro se perdieron en los suburbios del Imperio Romano. Se suplica a la persona que las encuentre, tenga la bondad de devolverlas inmediatamente al Papa reinante, ya que desde hace más de quince siglos las puertas del Reino de los Cielos no han podido ser forzadas con ganzúas.
Esa hormiga
Esa hormiga odiaba al león. Tardó diez mil años pero se lo comió todo, poco a poco, sin que él se diera cuenta.
Sobre libros no hay nada escrito
Reunir tantos libros, estudiar tanto murmura el ahora ex estudiante, mientras la patrulla deletrea títulos y el jefe dictamina con un dedo para que vengan de pronto cuatro milicos a quemar lo que quieran, y todavía cuadrándose, con cada veredicto, a la orden cabo Gutenberg..
En defensa del oficio
Los que no escriben saben que escribir es fácil. Que para ello sólo es necesario un jardín, una mujer y un hombre que, por alguna circunstancia de la vida, ha olvidado la cita. Los que no escriben saben que eso es suficiente para escribir una novela o un cuento, según si en medio del hombre y la mujer interviene un tercero con intenciones de contrariarlo todo. De eso dependen la extensión y la intención de la historia. Sin embargo, los que escriben piensan todo lo contrario, y si se empeñan en estar horas enteras frente a la página en blanco, quemándose las pestañas y la sesera, creando largos e intrincados argumentos, es sólo porque quisieran encontrar, finalmente, esa verdad que de tan buena fuente saben los que no escriben.
La niña
La niña llegó en el barco de carga. Tenía la naricilla gorda, hinchada, y los ojos de otro color que los suyos. En el pecho le habían puesto una tarjeta que decía: «Sabe hablar algunas palabras en español. Quizá alguien español la quiera».
La quiso un español y se la llevó a su casa. Tenía mujer y seis hijos, tres nenas y tres niños.
—¿Y qué sabes decir en español, vamos a ver?
La niña miraba al suelo.
—¿Ser nice? —Y todos se reían—. Me custa el soco-late. —Y todos se burlaban.
La niña cayó enferma. «No tiene nada», decía el médico. Pero se estaba muriendo. Una madrugada, cuando todos estaban dormidos y algunos roncando, la niña se sintió morir. Y dijo:
—Me muero. ¿Está bien dicho?
Pero nadie la oyó decir eso. Ni ninguna cosa más. Porque al amanecer la encontraron muda, muerta en español.
4 comentarios
És que el minirelat és com els posts dels blogs!
Poco, breve y que deje un buen sabor de boca para querer repetir.
Queria felicitarlos por el blog y contarles que este 3 de julio se han cumplido 125 años del nacimiento de KAFKA, si desean pueden ver la noticia aqui: http://lavomitona.blogspot.com/
saludos
Gracias por el enlace y un saludo.