Círculo de lectores Galaxia Gutemberg, 1999. 926 páginas.
Tit. Or. Darwin’s dangerous idea. Trad. Cristobal Pera Blanco-Morales.
Análisis de la idea central en la teoría de la evolución de Darwin, la idea de la adaptación. Lo central -y lo peligroso de esa idea- es que las especies cambian mediante lo que podríamos denominar un algoritmo adaptativo. Y ese algoritmo se aplica no sólo a la evolución de las especies, también a la sociedad, al mercado, etcétera.
Nunca he leído un libro de Dennett que no se disfrute por su capacidad divulgativa, su inteligencia y sus temas siempre interesantes. Aunque afirma en el prólogo que con los argumentos no se puede convencer a nadie, somos muchos los lectores que disfrutamos con una buena exposición de ideas, como es el caso. Dejo extractos al final.
Muy recomendable. Más reseñas: La peligrosa idea de Dennett y ¿Quién le teme a Darwin?
No se encuentran en este libro ese tipo de argumentos filosóficos de gran complicación técnica que muchos filósofos prefieren. Esto es así porque tengo un problema prioritario del que ocuparme. He aprendido que los argumentos, no importa cuál sea su solidez, caen a menudo en saco roto. Yo mismo he sido autor de argumentos que considero rigurosos e incontestables pero que, con frecuencia, no es que sean refutados o no discutidos, sino sencillamente desdeñados. No me quejo de injusticia, ya que todos debemos pasar por alto argumentos, incluidos aquellos que la historia nos dice que debíamos haber tomado seriamente. Más que nada, deseo desempeñar un papel más directo en el cambio de mentalidad de los que consideran que estas cuestiones pueden no tenerse en cuenta. Mi objetivo es que los pensadores que trabajan en otras disciplinas tomen en serio el pensamiento evolucionista, demostrándoles que lo han subestimado y que han escuchado a las falsas sirenas. Para conseguir este objetivo he de utilizar métodos más ingeniosos. Tengo que contar una historia. ¿No desea el lector cambiar de cambiar de opinión mediante una historia? Yo sé que el lector no quiere hacerlo con argumentos formales; que incluso no quiere oír hablar de un argumento formal como conclusión, así es que voy a comenzar por donde tengo que comenzar.
Imagínese que está haciendo turismo con una persona amada en un país extranjero y esta persona es brutalmente asesinada ante sus ojos. En el juicio resulta que en ese país los amigos del acusado pueden ser llamados como testigos por la defensa y testificar en favor de su inocencia. Observa el cortejo de sus compungidos amigos, obviamente sinceros, proclamando orgullosamente una fe inquebrantable en la inocencia del hombre al que vio cometer el horrible asesinato. El juez escucha asidua y respetuosamente, es obvio que más emocionado por aquella efusión que por toda la evidencia presentada por el fiscal. ¿No se trata de una pesadilla? ¿Viviría en ese país? O, poniendo otro ejemplo, ¿desearía ser operado por un cirujano que le dice que cada vez que oye en su interior una tenue voz que le dice que no tenga en cuenta lo aprendido durante su formación como cirujano, él le hace caso?
¿Quiere esto decir que si reunimos un número suficiente de esos homúnculos silenciosos formarían una persona real y consciente? Los darwinianos dicen que no hay otra manera de hacerlo. Ahora bien, del hecho de que seamos descendientes de robots no se deriva que nosotros seamos robots. Después de todo nosotros somos también descendientes directos de algún pez y no somos peces; somos descendientes directos de alguna bacteria y no somos bacterias. Pero a menos que el dualismo o el vitalismo sean verdad (en cuyo caso tendríamos en nosotros algún secreto ingrediente extra), estamos hechos de robots, o lo que viene ser lo mismo, somos una colección de trillones de máquinas macromoleculares. Y todas ellas descienden de los macros originales. De este modo, algo hecho de robots puede exhibir una conciencia genuina, o una genuina intencionalidad, porque nosotros funcionamos si todo funciona.
No es de extrañar, pues, que exista tanto antagonismo contra el pensamiento darwiniano como contra la Inteligencia Artificial. Ambos asestan, conjuntamente, un golpe fundamental al último refugio al que se había retirado la gente frente a la revolución copernicana: a la mente como un sanctasanctórum que la ciencia no puede alcanzar (véase Mazzlish 1993). Es una larga y amplia carretera que va desde las moléculas hasta las mentes, con muchos espectáculos divertidos a lo largo del camino, y sólo nos demoraremos ante los más interesantes en los siguientes capítulos. Pero ahora ha llegado el momento de contemplar más de cerca los comienzos darwinianos de la Inteligencia Artificial.
Es tan absurdo quejarse de que la gente es egoísta y traidora como quejarse de que el campo magnético no aumenta a menos que el campo eléctrico tenga una disposición en espiral.
John von Neumann (Citado en William Poundstone, Prisoner’s Dilemma)
Este capítulo trata de otro mito, Stephen Jay Gould, el refutador del darwinismo ortodoxo. A lo largo de los años, Gould ha puesto en marcha una serie de ataques contra diversos aspectos del neodarwinismo contemporáneo y aunque ninguno de estos ataques ha probado ser a lo sumo algo más que una leve corrección de la ortodoxia, su impacto retórico sobre el mundo exterior ha sido inmenso y distorsionante. Este hecho me plantea un problema que no puedo pasar por alto ni posponer. En mi propio trabajo, a lo largo de los años, he apelado a menudo a consideraciones evolutivas y he corrido, casi con la misma frecuencia, contra una corriente de resistencia: mis apelaciones a favor del razonamiento darwiniano han sido rudamente rechazadas como ciencia desacreditada y pasada de moda, por filósofos, psicólogos, lingüistas, antropólogos y otros, quienes me han hecho saber, jocosamente, que toda mi biología era errónea; yo no había hecho mis deberes, puesto que Steve Gould había demostrado que el darwinismo, después de todo, no se encontraba en tan buena forma, sino, por el contrario, muy cerca de la extinción.
Esto es un mito, pero un mito con mucha influencia, incluso en los templos de la ciencia. En este libro, he tratado de presentar una visión ajustada del pensamiento evolucionista, apartando al lector de los malentendidos más frecuentes, y defendiendo la teoría contra las objeciones mal fundamentadas. He contado con mucha ayuda y consejos de expertos y, por ello, confío en tener éxito.
Estos «ingredientes», naturalmente, los manejamos de un modo aparentemente no algorítmico, aunque este hecho fenomenológico es engañoso. Penrose presta una cuidadosa atención a lo que parece ser un matemático, pero pasa por alto una posibilidad -naturalmente, una probabilidad- que es familiar a los investigadores de la inteligencia artificial: la posibilidad de que implícita en nuestra capacidad general para tratar con tales «ingredientes» haya un programa heurístico de una complejidad que nos deja mentalmente perplejos. Este complicado algoritmo nos aproximaría a la competencia del perfecto entendedor y sería «invisible» para su beneficiario. Cada vez que decimos que resolvemos algún problema por «intuición» lo que realmente queremos decir es que no sabemos cómo lo hemos resuelto. El método más simple para hacer un modelo de «intuición» en un ordenador es sencillamente negar al programa de ordenador cualquier acceso a su propio trabajo interno. Cuando resuelve un problema y le preguntamos cómo lo ha resuelto, debe responder: «No lo sé; la solución me llegó por intuición» (Dennett 1968).
Como George Williams [1988] ha señalado, no sólo es común el canibalismo (comerse los coespecíficos, incluso parientes cercanos), sino que en muchas especies matar a los gemelos o «gemelo-cidio» (no lo podemos llamar crimen dado que ellos no saben lo que hacen) es casi la regla, no la excepción. (Por ejemplo, cuando nacen en el mismo nido dos o más polluelos de águila, el primero que rompe el cascarón es muy probable que mate a su gemelo más joven, si le es posible, lanzando el huevo fuera del nido o incluso empujando fuera al polluelo que acaba de romper el cascarón.) Cuando un león adquiere una nueva leona que está aún criando cachorros nacidos de un apareamiento anterior, la primera decisión del nuevo trato entre ambos animales es matar a estos cachorros, para que la leona puede entrar más rápidamente-en un período fértil. Los chimpancés son conocidos por implicarse en comba fes a muerte contra otros chimpancés, y los langures machos, monos de la India, matan a menudo a los hijos de otros machos para conseguir acceso reproductivo a las hembras (Hrdy 1977). De modo que, incluso nuestros parientes más cercanos, se implican en conductas horribles. Williams llama la atención sobre el hecho de que en todas las especies de mamíferos que han sido cuidadosamente estudiadas, la tasa de participación de sus miembros en matanzas de coespecíficos es varios miles de veces mayor que la más alta tasa de homicidios en cualquier ciudad norteamericana.
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