Plaza y Janés, 2009. 416 páginas.
Biografía de Marga d’Andurain, que llevo una vida a contra corriente, llegó a dirigir un hotel el Palmira, se empeñó en visitar La Meca y acabó encerrada en un harén, traficó con opio en el París de la ocupación alemana y murió de manera misteriosa arrojada desde un barco.
Vaya por delante que el libro me ha parecido un tostón. El tono del relato está más cercano a una novela de aventuras que a una biografía. No hay mucho rigor: se dice muchas veces en el libro que Marga podía haber sido espía de los ingleses pero no se aporta ninguna documentación a favor ni en contra, y así con todo. Rumores, se dice, se comenta, pero hechos contrastables pocos. He intentado confrontar alguno por internet pero apenas hay información disponible.
Además le cogí paquete a la protagonista, que lejos de ser una aventurera indómita me parece alguien deslumbrante pero que va allí donde le lleva el viento. Un libro con muchas páginas pero sin demasiado contenido.
No me ha gustado.
El venerable Abdallah le propuso a Marga alquilarle una parcela en su huerta para que allí pudiera construirse una casa mientras esperaba a que la Administración le diera permiso para su proyecto de criar ganado. «Determiné establecerme en Pal-mira y montar una granja o criar ganado como había hecho en América del Sur. Sólo me faltaba convencer a mi marido.Volví a El Cairo y todo se arregló sin problemas.» Marga y la baronesa Brault acompañaron al mayor Sinclair de regreso a la ciudad de Haifa y de ahí tomaron la serpenteante carretera de la costa hasta El Cairo. La aristócrata inglesa ya no sentía ninguna simpatía por su compañera de viaje y más ahora que sabía que ella y Sinclair eran amantes. Lady Brault —más tarde Marga se enteraría de que era agente del Servicio de Inteligencia británico— pasaría a engrosar la larga lista de personas que se dedicarían a desprestigiarla públicamente.
Madame d’Andurain regresó de su viaje a Tierra Santa bronceada, relajada y dispuesta a comenzar una nueva vida junto al hombre del que se había enamorado. Pero antes quería dejar a su familia bien instalada en Palmira. No fue difícil convencer a Pierre, aburrido de los partidos de polo y de llevar las cuentas del salón de belleza, para que abandonara El Cairo y se dedicara al lucrativo negocio de la cría de caballos. Quince días
más tarde el conde d’Andurain y su hijo Pió, de dieciséis años, partían en un coche cargado de baúles y maletas, rumbo al oasis de Palmira. Mientras, Marga se encargaría de la mudanza y de liquidar su famoso salón de belleza. Sus amigos ingleses prometieron hacerles una visita y de paso conocer las espléndidas ruinas de la antigua acrópolis.
Tal como Marga imaginó, Pierre, que había sido ascendido a capitán y era el oficial de mayor graduación en todo el destacamento de Palmira, fue muy bien recibido por sus compañeros. No le fue difícil congeniar con estos jóvenes oficiales de caballería, expertos jinetes, que galopaban a gran velocidad por el desierto a lomos de camello. Pierre comía con ellos en la cantina, jugaba a las cartas y al atardecer los acompañaba a caballo en sus salidas de reconocimiento. Desde el primer momento el sheik y su hijo pequeño Hamid, que hablaba muy bien el español porque había vivido una larga temporada en Argentina, ayudaron a los d’Andurain a instalarse en Palmira. En poco tiempo dispusieron de una pequeña y fresca vivienda, construida a la manera local con los muros de adobe y piedra, en la propiedad del jeque. Marga recordaba que la casa se encontraba a un paso de un manantial de agua «caliente y sulfurosa, donde lavábamos nuestros cuerpos, la ropa y la vajilla. Era nuestro mayor placer en esta precaria vida en el desierto».
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