Ediciones B, 2008. 363 páginas.
Tit. Or. The Winds of Marble Arch an Other Stories. Trad. Pedro Jorge Romero.
Dada mi admiración por Connie Willis fue ver el título y empezar a salivar. Pero no se fien, es la exageración típica de las editoriales de aquí, lo correcto hubiera diso ‘Los vientos de Marble Arch y otras historias’. Se incluyen en esta primera parte los relatos siguientes:
Informes meteorológicos
Los vientos de Marble Arch
Luna azul
Igual que aquellas que solíamos tener
Daisy, al sol
Correspondencia
Una carta de los Cleary
Carta de Navidad
Guías de viajes
Brigada de incendios
Directos a Portales
Multas de aparcamiento y otras infracciones
Ruido
Todas mis queridas hijas
A finales del Cretácico
Pueden encontrar un buen resumen aquí: Lo mejor de Connie Willis I. Por mi parte decir que me pareció mucho mejor en su conjunto El espíritu de la navidad, pero que a mí Willis nunca me defrauda.
Calificación: Bueno.
Un día, un libro (152/365)
Extracto:
El Blitz. Por supuesto. Eso explicaba el olor a pólvora o lo que fuese. Y la sacudida. Una bomba de gran potencia explosiva.
Pero el Blitz se había producido hacía más de cincuenta años. ¿Era posible que el aire de las bombas hubiese permanecido en el metro durante tanto tiempo, sin disiparse?
Había una forma de descubrirlo. A la mañana siguiente fui en metro a Tottenham Court Road, a una calle llena de librerías, y pedí un libro sobre la historia del metro durante el Blitz.
—¿El metro? —dijo vagamente la chica de Foyle’s, la tercera librería que visitaba—. Quizás en el Museo del Metro haya algo.
—¿Dónde está eso? —pregunté.
No lo sabía, y tampoco lo sabía el vendedor de billetes de la estación de metro, pero recordé haber visto un cartel en el andén de Oxford Circus durante mis idas y venidas del día anterior. Consulté el plano del metro, tomé el tren hasta Victoria y cambié para Oxford Circus, donde tuve que mirar en cinco andenes hasta encontrarlo.
Covent Garden. El Museo del Transporte de Londres. Volví a mirar el plano, tomé la línea Central hasta Holborn, cambié a Picca-dilly y fui a Covent Garden.
Y aparentemente también había sido bombardeada, porque una ráfaga que me quemaba la cara me golpeó antes de haber recorrido un tercio del túnel. Pero no hubo olor a explosivos, ni a azufre, ni a polvo. Sólo ceniza, fuego y desesperación absoluta, eso era todo, todo ardiendo.
El olor todavía me acompañaba cuando me apresuré escaleras arriba y salí al mercado, mientras pasé entre los carritos de venta de camisetas, postales y buses dobles de juguete, hasta que llegué al Museo del Transporte.
También estaba repleto de camisetas y postales, todas con el símbolo del metro o con reproducciones del plano del metro.
—Necesito un libro sobre el metro durante el Blitz —dije a un joven que estaba al otro lado de un mostrador lleno de salvamanteles con la frase «Cuidado con el desnivel» y barajas de cartas.
—¿El Blitz? —repitió, sin saber muy bien de qué le hablaba.
—La Segunda Guerra Mundial. —Lo que tampoco provocó ninguna reacción.
Agitó la mano más o menos hacia la derecha.
—Los libros están por ahí.
No estaban. Estaban al otro lado, tras un expositor de pósteres de anuncios del metro de los años veinte y treinta, y la mayoría de los libros que tenían eran sobre trenes. Pero al fin di con dos historias del metro y un libro de bolsillo llamado Londres durante la guerra. Lo compré todo y también un cuaderno con el plano del metro en la portada.
El Museo del Transporte tenía bar. Me senté a una mesa de plástico y me puse a tomar notas. Casi todas las estaciones de metro se habían usado como refugio, y muchas habían sido bombardeadas: Euston, Aldwych, Monument. «Tras el bombardeo, por todas partes se apreciaba el olor acre del polvo de ladrillo y la cordita», decía el libro de bolsillo. Cordita. Eso era lo que había olido.
Marble Arch había recibido un impacto directo. La bomba había explotado como una granada en uno de los pasillos, arrancando azulejos de las paredes, lanzándolos como cuchillos contra la gente allí refugiada. Lo que explicaba el olor a sangre. Y la ausencia de calor. Había sido una implosión.
Miré Holborn. Había varias referencias a que se había usado como refugio, pero en ninguna parte decía que hubiese recibido un impacto.
Charing Cross sí, dos veces. Había recibido el impacto de una bomba de gran potencia y luego el de una V-2. La bomba había roto las conducciones de agua y había liberado una avalancha de tierra a la zona donde estaban las escaleras. Ahí tenía el olor a tierra húmeda que había percibido: barro al derrumbarse el techo.
Casi una docena de estaciones habían sido bombardeadas la noche del 10 de mayo de 1941: Cannon Street, Paddington, Black-friars, Liverpool Street…
Covent Garden no aparecía en la lista. La busqué en el libro de bolsillo. La estación no había recibido el impacto de ninguna bomba, pero las incendiarias habían caído a su alrededor y la zona entera había ardido. Lo que implicaba que Holborn tenía que haber recibido un impacto directo. Podía haber habido una bomba cercana, con muchos muertos, que fuese responsable del olor a osario de Holborn. Y el hecho de que hubiese habido incendios alrededor de Covent Garden encajaba con el hecho de que no hubiese habido azufre ni conmoción.
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