Colección de relatos de este maestro del terror conocido, sobre todo, por la serie de películas Hellraiser. Incluye los siguientes relatos:
El libro de sangre
El tren nocturno de carne
El charlatán y Jack
El blues de la sangre de cerdo
Sexo, muerte y luz de estrellas
En las colinas, las ciudades
Terror
Acontecimiento infernal
Jacqueline Ess: últimas voluntades y testamento
Que, sin estar mal, en general me han dejado bastante indiferente. No tanto por las frases excesivamente recargadas de adjetivos truculentos, ni porque se estiren durante demasiadas páginas acontecimientos nimios. Más bien porque la trama detrás del barroquismo no me ha impresionado demasiado. Destacaría El blues de la sangre de cerdo, que sí me ha gustado mucho.
Está bien.
Se podía oler a los niños antes de verlos, su joven sudor se había vuelto rancio en aquellos pasillos de ventanas enrejadas, su aliento amargo, sus cabezas mustias. Más tarde, se oían sus voces, unas voces moldeadas por la rigidez de su encierro.
No corras. No grites. No silbes. No pelees.
Lo llamaban Centro de Rehabilitación para Delincuentes Juveniles, aunque, en realidad, era una maldita prisión. Todo cerraduras, llaves y guardianes. Los pocos gestos de liberalidad que existían en el centro no conseguían ocultar la cruda realidad; Tetherdowne era una auténtica prisión, con un nombre más suave quizá, y los internos lo sabían.
No es que Redman tuviera depositada ninguna ilusión en aquellos que iban a ser sus alumnos. Eran duros, y si estaban encerrados era por alguna razón. La mayoría de ellos intentarían robarte apenas te hubieran puesto la vista encima; te mutilarían, si les apeteciera, sin pestañear. Había estado demasiado tiempo en el Cuerpo para creer en aquellos argumentos sociológicos. Conocía a las víctimas, y conocía a los chicos. No se trataba de deficientes mentales incomprendidos, eran perspicaces, agudos y amorales; tanto como las cuchillas que solían esconder bajo sus lenguas. No tenían necesidad alguna de sentimientos, tan sólo querían salir de allí.
—Bienvenido a Tetherdowne.
El nombre de la mujer era Leverton, o Leverfall, o…
—Soy la doctora Leverthal.
Leverthal, sí. La perra que había conocido en…
—Nos conocimos en la entrevista.
—Sí.
—Es un placer verle, señor Redman.
—Neil; por favor, llámeme Neil.
—Intentamos no tuteamos en presencia de los chicos para que no tomen demasiada confianza. Por eso preferiría que el uso del nombre quedara exclusivamente reducido a las horas de asueto.
Ella no dijo el suyo. Probablemente sería algo hermético, Yvonne. Lydia. Ya se le ocurriría algo apropiado. Aparentaba unos cincuenta, aunque probablemente sería diez años más joven. No llevaba ningún maquillaje, el pelo recogido tan rígidamente que parecía que los ojos iban a salírsele de las órbitas.
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