Anagrama, 2014. 102 páginas.
Tit. or. Une semaine de vacances. Trad. Rosa Alapont.
Una semana de vacaciones de una pareja en la que todo lo que se nos narra es sexual, donde el hombre ejerce una posición de poder sutil pero perversa, donde siempre estamos intranquilos pero sin saber muy bien por qué.
Lo leí recomendado por Lucía Lijtmaer y, al saber el trasfondo de la historia (que no voy a revelar) he sentido mal cuerpo desde el minuto uno. En el libro hay un delicado equilibrio entre las descripciones sexuales, que parece ponerlo directamente en el género erótico, y la violencia subterránea, a base de pequeñas acumulaciones, que van desvelando la verdadera intención de la autora.
Lo que se cuenta, aparentemente excitante, contrasta con lo que se lee entre líneas, decididamente brutal. Crudo como un puñetazo en el estómago.
Muy bueno.
Ella le pregunta si está seguro de que con la vaselina no duele tanto. Él vuelve. «Por supuesto. No duele nada. No notarás nada. Al contrario, sólo sentirás placer». Vuelve a meter la ropa en el armario, que ha dejado abierto. Abre el cajón de la mesilla de noche. Coge el tubo de vaselina y se unta el sexo con una o dos dosis de producto, que extiende cuidadosamente con los dedos a todo lo largo del endurecido miembro. Hinca las rodillas entre las piernas de ella. Le dice que se relaje. Se sujeta el miembro con dos dedos y lo dirige entre sus nalgas. Le dice que tiene unas nalgas maravillosas, apetitosas. Hunde el extremo del sexo en su ano, le repite que le dolerá si no se relaja, que tiene que relajarse, avanza un poco. Le dice que deje de gritar, y que se relaje, que se relaje, que se distienda. Pero ella, por el contrario, aprieta las nalgas. Se contrae. Sus muslos son dos rígidos postes. Él le dice que se relaje. Que ya la ha avisado. Que va a entrar a fondo y si no se relaja le dolerá. Se hunde en ella y se corre. Le dice: «Gracias gracias gracias ah gracias gracias eres un amor», le cubre de besos la espalda y le dice que es la primera vez en toda su vida que quiere tanto a alguien. Que nunca le había pasado. Se tiende a su lado, ella se da la vuelta. La mira. Dice que es la persona a la que más quiere en el mundo. Con diferencia. Que es una persona extraordinaria. Que tiene una personalidad fuera de lo común. Una libertad poco común. Una inteligencia que le fascina. Una mente libre de prejuicios. Ella le dice que también le quiere. Y que le admira. Él responde que es muy amable, que la admira también. Ella querría pedirle algo. Le dice que, como prueba de ese amor que siente por ella, querría que la siguiente vez que se vean no ocurra nada físico, ni un solo gesto. Incluso, si fuera posible, desde mañana mismo. Sólo por ver, para saber si es posible. Para saber si a él una relación no física entre ambos se le antoja factible. Lo interroga con la mirada, a fin de adivinar si en ese caso aceptaría seguir viéndola. O si prefiere dejarlo. «Por supuesto». Él dice que sería perfectamente posible. «Claro que sí, mujer, haremos exactamente lo que quieras, nuestras caricias son una consecuencia maravillosa, pero para mí eso no es lo esencial, no es lo más importante. No es eso lo que cuenta». Ella ya se lo pidió la víspera, no se atrevía a volver a pedírselo. Él se lo promete. Ríe. Le asegura que no hay problema. Ella le pide perdón por insistir, por habérselo hecho prometer, pero como la última vez dijo que no harían nada y pese a todo ha ocurrido… Repite que es una prueba de amor lo que le está pidiendo. Tras poner de manifiesto que ya le da numerosas pruebas, él dice que la quiere tanto que la siguiente vez no sólo no lo harán, si ella sigue pensando igual, sino que cuanto hagan será ella quien lo decida, empezando por la ciudad donde se darán cita. Será ella quien la elija. Él aceptará su elección. Ella le dice que le encanta verle pero que no puede evitar tener un poco de miedo por su futuro. Él le asegura que no hay motivo alguno para tener miedo. Pero que la próxima vez no se acariciarán, puesto que ella no lo desea, y dejarán de besarse en la boca, excepto si ella se lo pide. La besa en la frente mientras le repite que sólo quiere lo que ella quiera. Su felicidad. La toma en sus brazos y la estrecha llamándola por el diminutivo que ha inventado para ella y que ninguna otra persona ha utilizado nunca. Comprime su cuerpo contra el suyo. Le dice que se levante. Es tarde, irán a comer. Ella salta de la cama y se dirige al cuarto de baño para volver a lavarse los bajos. Él le da un pañuelo para que se lo ponga entre las nalgas, a fin de taponar y enjugar el semen que podría escurrirse de camino al cuarto de baño, ella recorre el pasillo, separando las piernas y sujetando el pañuelo entre los muslos, en una postura encorvada. Se lava los bajos cuidadosamente, abriendo bien las piernas, frente al lavabo. El semen le corre por las piernas, hasta los pies, a lo largo de los muslos y la cara interior de las pantorrillas. Frota la manopla de baño desde el tobillo hasta la hendidura entre las nalgas. Luego vuelve a la habitación para vestirse.
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