Mondadori, 2013. 446 páginas.
Tit. Or. Embassytown. Trad. Gemma Rovira Ortega.
En un planeta en los confines del ínmer un nuevo embajador provocará una crisis que puede llevar al colapso de la colonia.
Mieville es en sus últimos más comedido, menos barroco, y ha ganado mucho con el cambio. Dos conceptos muy interesantes aparecen en este libro: la existencia del inmer, algo que está por debajo del propio universo por el cual se ha descubierto que vivimos en el tercer universo que ha existido, y en el que existen restos de civilizaciones antiguas, como faros que avisan de posibles peligros.
El otro es los anfitriones, una especie que se comunica con dos voces, y que es incapaz de mentir porque para ellos el habla es una puerta a la conciencia (y es imposible comunicarse con ellos si no es abriendo a la vez una puerta). Los pocos humanos que lo han conseguido son los embajadores, y el modo cómo lo consiguen no voy a revelarlo aquí (por otro lado, tampoco hagan caso a la contraportada del libro que hace falsos spoilers).
La premisa de ese lenguaje me parece totalmente imposible, pero aplaudo la habilidad del autor de hacerla totalmente creíble y coherente, como ya hacía, por otra parte, en ‘La ciudad y la ciudad’.
Mieville se está convirtiendo en un valor seguro dentro de la ciencia ficción contemporánea.
La LCA —Lingüística de Contacto Acelerado— era, según me contó Scile, una especialidad que combinaba pedagogía, receptividad, programación y criptografía. La utilizaban los exploradores-eruditos de las naves pioneras de Bremen para establecer una comunicación muy rápida con los indígenas a los que encontraban o que los encontraban a ellos.
En los diarios de esos primeros viajes, la emoción de los lingüistas LCA es conmovedora. En continentes, en mundos vividos y monótonos, registran los primeros momentos de comprensión con colecciones de exots. Idiomas táctiles, palabras bioluminiscentes, todo tipo de sonidos que puedan producir los organismos. Dialectos comprensibles únicamente como palimpsestos de referencias a todo lo ya dicho, o en los que los adjetivos son de mala educación y los verbos, pecaminosos. He visto el diario trid de un lingüista LCA atrincherado en su cabina, en cuya nave han embarcado lo que entonces él todavía no sabe que son Corscans, pues es el primer contacto. Tiene miedo, como es lógico, de esas cosas enormes que aporrean su puerta, pero registra la emoción que siente por haber comprendido las estructuras tonales de su habla.
Cuando los lingüistas LCA y las tripulaciones vinieron a Arieka, empezaron más de doscientas cincuenta kilohoras de perplejidad. No se trata de que la lengua de los Anfitriones sea especialmente difícil de entender, ni especialmente variable, ni excesivamente diversa. Sorprendentemente, había pocos Anfitriones en Arieka, desperdigados alrededor de una única urbe, y todos hablaban el mismo idioma. Con el material de audio y los programas informáticos de los lingüistas no fue difícil acumular una base de datos de palabras-sonido (los recién llegados las consideraban palabras, aunque la separación que hacían era un tanto arbitraria). Los eruditos entendieron rápidamente la sintaxis. Como todas las lenguas exot,
tenía su parte de estupefacción. Pero no había nada lo bastante extraño para derrotar a los lingüistas LCA o a sus máquinas.
Los Anfitriones se mostraban pacientes, parecían intrigados por sus huéspedes y, hasta donde podía deducirse de su educada reserva, los toleraban. No podían acceder al ínmer, ni dar paseos exóticos, ni siquiera tenían motores sublux; nunca abandonaban su atmósfera, pero por lo demás eran avanzados. Manipulaban la vida con una finura asombrosa, y no parecía extrañarles que hubiera vida en otros lugares.
Los Anfitriones no aprendían nuestro Anglo-Ubiq. No parecía que lo intentaran siquiera. Pero en cuestión de unos pocos miles de horas, los lingüistas Terres entendían casi todo lo que decían los Anfitriones, y sintetizaban preguntas y respuestas en el único idioma Ariekene. La estructura fonética de las frases que hacían pronunciar a sus máquinas —los cambios tonales, las vocales y el ritmo de las consonantes— era precisa, exacta hasta donde podía comprobarse.
Los Anfitriones escuchaban, y no entendían ni un solo sonido.
3 comentarios
Lo pondré en busca y captura. Gracias por la pista.
A mi me gusto mucho la novela. La credibilidad que comentas sobre un concepto de asociación entre conciencia y mente puede rallar la fantasía pero lo defiende con una maestría sorprendente. Y eso es o debería ser lo fundamental casi toda la ciencia ficción se centra en elementos imposibles. Su verosimilitud es fundamental para que un escritor de ciencia ficción tenga los mínimos de calidad que podemos exigir.
Soy un fan incondcional de China y un autor con una voz tan propia y tan fuera de lo habitual que hay que proteger .
No se si explotará el universo creado en Embassytown , creo que se respeta demasiado para caer en secuelas que poco aportarán. China siempre arriesga con sus novelas y por eso me encanta.
Acuerdo con todo lo dicho.