Cuentos tradicionales adaptados con un lenguaje costarricense y con algunos personajes míticos como el Tïo Conejo, personaje pícaro que con su inteligencia consigue vencer a otros animales más poderosos.
La autora y sus cuentos son muy famosos en la zona del caribe y yo llego a ella a través del Atlas, pero a mí me han dejado bastante indiferente. Son una adaptación de una adaptación y si bien el uso del lenguaje es fresco y lleno de localismos que lo hacen interesante el contenido es demasiado conservador.
Que sí, que no debemos leer las obras del pasado con los ojos del presente, pero que el cuento de cenicienta esté aquí adaptado con dos hermanas, una negra y una rubia, una muy mala y una muy buena (¿Adivinan cual es la buena?) y que en vez de ir al baile vayan a la iglesia… pues como que no.
Parece mentira que la autora fuera más tarde comunista, renovadora de la docencia en su país y fundadora de escuelas Montessori. Supongo que tendrá otras obras diferentes, pero esto es lo único que he podido encontrar aquí y bueno, pues ni fu ni fa.
Se deja leer. A ratos.
Una viejita tenía una huerta que era una maravilla.
Allí encontraba uno todo: rabanitos, culantro, tomates, zapayitos y chayoticos tiernos, lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar los quelites de las matas de chayote y de zapayo comidos, y después, daños por todo lado. Entonces hizo un gran muñeco de cera y lo plantó en la puerta.
Pues, señor, el caso es que tío Conejo era el de aquel tequio; se metía en las noches y se daba cuatro gustos gurruguseando por todo.
Cuando llegó y se encontró con aquel espantajo, se escondió detrás de unas matas a examinarlo, y al convencerse de que no se movía y que era de mentiras, la picó de valiente, se acercó y le dijo: —¿Idiay, hombré, a ver qué es la cosa? Echémonos, a ver si vos me podés atajar.
Y tío Conejo le metió su moquete, pero como el muñeco era de cera, tío Conejo se quedó pegado. Le dio mucha cólera y le metió otro moquete y se quedó pegado. Por despegarse comenzó a patalear y se quedó pegado de las dos patillas; metió la cabeza y se le pegaron las orejas.
En esto amaneció y salió la viejita a su huerta y se va encontrando con mi señor, bien pegado del muñeco.
—¡Ajá, con que ya di con lo que era! ¿Con que vos eras, confisgado, el que estabas acabando con mi huerta? Aguardate ai y verás. Ahora te voy a pelar, a ver si te quedan ganas —y lo cogió y lo metió entre un saco; lo amarró y lo dejó a un ladito en la cocina, mientras iba a traer el agua.
«¡Ah, vaina la que me fue a pasar!», se puso a pensar tío Conejo. Y comenzó a pegar unos grandes gritos: —¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!
En esto iba pasando tío Coyote y, a los gritos, se fue metiendo hasta la cocina a ver qué era. Cuando llegó junto al saco, preguntó: —¿Quién está aquí?
Tío Conejo le contestó: —Pues yo, tío Coyote, que me tienen entre este saco porque me quieren casar con la hija del rey, y yo no quiero. Yo no me quiero casar.
Tío Coyote le dijo: —¡Qué mamada! ¡Con la hija del rey!
¡Así quién no…! ¿Qué más querés?
Tío Conejo le dijo: —Pues ni aun así. Ya ves que es la hija del rey, y todavía si me la dieran encasquillada en oro, diría que no. ¡Qué vaina! ¡Qué vaina! El buey solo bien se lame. Yo que pensaba morir soltero…
Tío Coyote dijo: —¡Cuándo yo! ¡Más bien estaría bailando de la contentera! Yo sí que no me haría el rosita como vos.
Entonces tío Conejo le propuso: —Mirá, ¿por qué no me soltás y te metés vos en mi lugar? En la ceremonia el novio va a estar metido entre el saco, para que la princesa no se dé cuenta, porque el rey es el de la gana de que yo me case con su hija. Y una vez pasada la ceremonia, el rey tiene que convenir.
El muy no nos dejes de tío Coyote, sin acordarse de que ya otras veces tío Conejo le había jugado sucio, convino. Desamarró el saco y salió tío Conejo; se metió él, y tío Conejo lo amarró y ¡paticas! por aquí es camino…
Se escondió entre unos matorrales para ver en qué paraba aquello.
Volvió la viejita con su tinaja de agua. Puso una olla de agua al fuego y se sentó a esperar. Tío Coyote, donde oyó gente, por quedar bien comenzó a decir:
—¿Idiay, a qué hora viene la princesa? Ahora sí, ya tengo ganas de casarme.
—Sí, princesa te voy a dar yo sé por dónde —le contestó la viejita.
Cuando el agua estuvo hirviendo, desamarró el saco y se asomó. —¿Ajá, con que de conejo se volvió coyote? Está bueno.
Y tío Coyote, vuelto una aguamiel, respondió: —Sí, señora, pero yo sí tengo mucho gusto en casarme.
La viejita cogió su olla de agua hirviendo y se la echó por la trasera.
El pobre tío Coyote salió en un alarido, y en carrera abierta. Cuando lo vio pasar tío Conejo le gritó:
—¡Adiós, tío Coyote c… quemao, por amigo de ser casao!
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