Brian Greene. Hasta el final del tiempo.

septiembre 27, 2022

Brian Greene, Hasta el final del tiempo
Planeta, 2020. 510 páginas.
Tit. or. Until the end of time. Trad. Joan Lluís Riera Rey.

Nada hay más seguro que la muerte. Brian Greene dedica todo este libro a explicarnos que esa frase también es cierta para el universo, que empezó con un gran estallido hace unos 13.700 millones de años y también tendrá un final cuando la entropía alcance su punto máximo. Con un tono divulgativo al alcance de cualquiera nos ilumina sobre conceptos tales los agujeros negros, la segunda ley de la termodinámica o la desintegración de las partículas elementales.

Una parte importante del libro está dedicada a cómo los seres humanos lidiamos con el concepto de la muerte, el relato que hacemos de nuestra existencia, qué es el arte o nuestra confianza en las religiones para dar sentido a cosas que no lo tienen.

Ha sido una lectura muy estimulante aunque, dado que los últimos días estoy pensando demasiado en la muerte, no es que me haya quedado muy tranquilo, precisamente.

Bueno.

Y eso es lo verdaderamente sorprendente. Durante los cinco mil años que posiblemente hayan transcurrido desde que se creó el Gilgamesh, la historia ha sido testigo de innumerables transformaciones en nuestro modo de comer y refugiarnos, de vivir y comunicarnos, de medicarnos y de procrear, pero aun con todo eso, nos reconocemos de inmediato en la narración. Gilgamesh y su hermano de armas Enkidu parten a una aventura que pondrá a prueba su coraje, su moral y, en último término, su sentido de quiénes son: unas Thelma y Louise del Neolítico. Hacia el final de su epopeya, mientras Gilgamesh se cierne sobre el cuerpo sin vida de Enkidu, se lamenta en unos términos desgarradores que nos resultan muy familiares:
Cubrió entonces el rostro de su amigo como el de una novia, como un águila revoloteaba en torno a él, como una leona cuyas crías le han sido arrebatadas, sus pasos una y otra vez andaba y desandaba, se arrancaba sus rizados cabellos y los arrojaba, se quitaba con violencia sus espléndidas galas y las tiraba [como] si fuesen un tabú⁠[25].
Como tantos otros, yo he estado ahí. Hace décadas, cuando en mi pobre y minúsculo apartamento iba de una estancia a otra dando tumbos, intentaba escapar frenéticamente de la noticia de la repentina muerte de mi padre. Incluso con una distancia de cientos, sino miles de generaciones, es mucho lo que todavía compartimos con nuestros antepasados.
Y no es solo que todos los humanos nos aflijamos y lloremos, nos emocionemos y gocemos, exploremos y nos maravillemos. También compartimos el ansia por expresar todo eso, por procesarlo todo a través de la narración. Gilgamesh quizá sea el relato escrito más antiguo que se ha preservado, pero si nuestra especie ya escribía historias hace cinco mil años, es seguro que mucho tiempo antes ya nos las contábamos. Es lo que hacemos. Y llevamos mucho tiempo haciéndolo. La pregunta es por qué. ¿Por qué habríamos de renunciar a cazar un bisonte o un jabalí más, o a recoger más raíces y frutos, solo para pasar tiempo imaginando aventuras con dioses petulantes y viajes a mundos fantásticos?
El lector me responderá: porque nos gustan las historias. Desde luego. ¿Por qué si no habríamos de ir al cine esta noche aunque mañana tengamos que entregar tal o cual informe? ¿Por qué si no habríamos de sentir un placer culpable cuando dejamos de lado el «trabajo de verdad» para seguir leyendo esa novela o viendo esa serie? Sí, ahí está el principio de una explicación, pero hay más. ¿Por qué comemos helado? ¿Porque nos gusta? Claro que sí. Pero, tal como han defendido convincentemente los psicólogos evolutivos, el análisis puede ir todavía más al fondo de la cuestión

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