Luis Ezquerra. El asesinato del puto perro del Huraño.

septiembre 26, 2022

Luis Ezquerra, El asesinato del puto perro del Huraño
Caligrama, 2021. 420 páginas.

En un pueblo de la España profunda han asesinado al perro del Huraño. El tipo más hijo de puta del pueblo. Y le encarga al Cartero, detective aficionado de poca monta, que resuelva el crimen. Se juega mucho.

No estamos ante la típica novela de detectives porque desde el principio sabemos quién ha matado al perro, pero el Cartero irá averiguando secretos inconfesables que se articulan alrededor de dos tramas, la que rodea al Huraño y la de un asesino en serie que puede ser -o no- el propio Huraño.

Escrita con un lenguaje muy cuidado y llena de sabor local te mantiene en vilo todo el rato y bucea en la psicología de una auténtica mala persona.

Está bien.

Mujer, trabajo y ahora el pueblo me importan un carajo. La resiliencia me brota por las orejas y la despacho con una patada en sus partes.
Almuerzo en mi presencia. Mi mujer ronca hasta que le da la gana. Estoy rompedor. De esos días que el mundo es un balón, y está en tu pie darle una patada y mandarlo a tomar por culo.
Se me ocurre de pronto. ¿Por qué no? Aprovecharé el reparto de correspondencia para interrogar a unos cuantos. Natural, sin darle importancia.
Me abrigo, abandono la casa y bajo la luz farolera me encamino al coche. Entro y me acomodo, aprieto el embrague y el botón de contacto, y de pronto una figura encapuchada se planta en mi parabrisas. ¡Joder!
Mi corazón berrea a saltos. ¡Joder! ¿Quién?
En su mano se mueve algo vivo. Es un pájaro y su cabeza gira inquieta. La figura alza la capucha a la altura de su boca y muerde salvaje, descabeza de una dentellada al pájaro.
—Joder! ¡Oh, Dios mío! ¡Qué!
Abre su boca y come de forma ostentosa la cabeza del animal. Las náuseas me inundan. Y, de pronto, estampa el sangrante cuello y cuerpo en mi parabrisas que se impregna de un rojo espeso. Las arcadas me superan. Una voz ronca grita:
—¡Su cabeza! —Y desaparece.
Apenas salgo del coche, la vomitona se desparrama por la acera. Las arcadas no cesan. Poco a poco me impongo una cierta calma.
Me dispongo a gritar y pedir ayuda. ¡No y no! Juega con mi miedo, y el pueblo tendrá de qué hablar durante días. El Huraño es mucho Huraño, y yo poca cosa.
¡Una mierda, Huraño!
Saco algunos trapos de la guantera y con ostentosos temblores intento limpiarlo. Ayudo con pañuelos de papel y el agua del parabrisas.
De regalo me ha dejado el cuerpo del pájaro. Es una lechuza.
¡ 1 )cgollada, y la cabeza comida en mis narices! ¡Y la sangre por el parabrisas! Intento centrarme, es imposible. La sombra con la t apucha respira sobre mi cogote.
Aparco unas calles más abajo del lugar de trabajo y me encamino, la madrugada es grisácea. Unos pasos a mi espalda repican, prepotentes e incrementándose. El nerviosismo me acogota. Se aceleran nervudos y sicarios. Me desboco y mis pasos corren. Se para un autobús a unos metros y abre su puerta. Detengo mis prisas y me domino. Los pasos me superan y se suben, da las gracias al conductor. Su mirada me interroga, ¿subo o no? Mi pecho agitado, mis ojos enloquecidos. Su mirada se apiada de mi locura.
Y mis ojos le contestan: «¡Qué coño sabes tú!». Y creo que lo entiende, pero le da igual, e impávido se larga.
En la oficina de Correos, Guadix, plaza de Las Palomas, apenas saludo al jefe, me pregunta si me encuentro mal. «Sí, algo me sentó mal ayer»; y sin más conversación procedo a clasificar la correspondencia por orden de reparto. Después es mi costumbre acudir a La Oriental para comprar mi pastel favorito, un Felipe, en misma plaza Las Palomas, pero mi estómago es un molinillo girando sin parar. Acudo a la bodega Calatrava a tomar el café y bocadillo.
Mordisqueo algunos picos del bocadillo y bebo dos cafés. De un trago, una copa de whisky. Y en la oficina empaqueto la correspondencia y salgo al reparto.
Reparto en mi pueblo, oficina rural. En Guadix clasifico y embarrio la correspondencia, en mi pueblo la reparto, y vuelta para contabilizar lo repartido y devuelto. A mediodía, me encuentro en la panadería de los Molineros. Evaristo, del clan de los Molineros. El de los puñetazos en la mesa, el marido de Celia. Me cae fatal y es recíproco. No obstante, es un testigo importante, con un móvil sustancial. ¿Cómo ignorarlo? ¿Y cómo entrarle?

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