Blanca Riestra. Pregúntale al bosque.

mayo 6, 2020

Blanca Riestra, Pregúntale al bosque
Pre-textos, 2013. 160 páginas.

Blanca Riestra es una autora con la que no sintonizo pero, a lo tonto, ya me he leído tres libros de ella aunque por estos azares ocupacionales es el primero que reseño. Y es también el que más me gustó, porque tiene un aire biográfico que le favorece. Cuando inventa sobre carreteras americanas se escora demasiado a los tópicos y a la imitación de Bolaño.

Aquí dos reseñas: Pregúntale al bosque y Pregúntale al bosque

Se deja leer.

La siguiente escena transcurre en Arturo Soria a finales de invierno, la calle corre paralela a la Castellana, llena de árboles que a ella ahora se le antojan graves, casi funestos. Digamos que tiene treinta y ocho años. Es la verdad. Hoy, veinticinco de marzo, es un día clave que marcará el principio de algo, una caída en pendiente.
Le han dicho que no desayune y en efecto tiene el estómago vacío. Se mira en el cristal del autobús que atraviesa Arturo Soria. Se examina. Digamos que parece cabreada, todavía joven. Lleva el pelo como las niñas de los colegios de monjas. Se pinta los labios de carmín. Hoy también.
Vuelve a mirarse, una sensación trágica la envuelve. Mira a León, que le acompaña y parece nervioso. Aun así se extraña de que todo sea menos trágico de lo que debiera.
Cada vez tiene más ojeras, «i* un par de heridas que la atontan, como esos golpes que entumecen las pier-
nas o los brazos. Heridas que tienen que ver con lo inacabado de todo, con lo roto de todo.
Tiene la impresión de que cada vez le cuesta más hablar. A veces piensa que eso es malo. Ha dejado de hacerlo, como mecanismo de defensa, la gente ensuciaba demasiado aquel pedazo de ardor que ella llevaba en el bolsillo. Supongo que ahora parece que no tiene nada que decir.
Arturo Soria desfila ante ella con sus edificios feos, las casas arboladas que albergan empresas informáticas o residencias de ancianos, consulados, casas de pisos. El viaje se hace eterno.
León no la mira, está atento a su móvil. La mañana está sucia como un cristal empañado por el humo. A su alrededor los tipos biempensantes ignoran quiénes son y adonde van. O quizás lo sospechen. La clínica a la que se dirigen es conocida y tiene un nombre evocador. Se sonroja. A través de los cristales, los árboles golpean su ventana.
A la entrada de la clínica se agolpan los novios, los padres, los hermanos. Fuman.
Acostada en la camilla, junto a una chica marroquí, la anestesia empieza a hacer efecto.
Drogada, habla francés, le dicen luego. Francés de metéque, pero francés al fin y al cabo. De qué manera esa lengua se ha convertido en la suya propia.
La chica marroquí pregunta: ¿Podré tener hijos después de abortar?

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