Bitácoras y Libros XII: De vuelta a casa

noviembre 23, 2010

EL pasado sábado celebramos la duodécima edición de Blocs i Llibres / Bitácoras y Libros en Barcelona. Después de casi medio año y con poco tiempo de aviso estuvimos casi en familia, pero nos lo pasamos muy bien.

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Los participantes con bitácora fuimos:

Anna (Veleidades vitales)
El Listo (El Listo)
Franco Chiaravalloti (Decati SOnde Teibol
Frida, (Porque el mundo me ha hecho así)
María José (32 líneas)
Musa Rella (Las tres musas)
Vigo (La librería, Poemas en inglés, Poemas en francés)
Palimp (Cuchitril Literario)

Tras la cena fuimos a nuestro bar de siempre, donde pillamos mesa de milagro y nos estuvimos todo el rato hablando y sin pedir nada, ya que no se acercó nadie a atendernos, y no nos importó. Vimos al escritor Javier Calvo y al actor Alex O’dogherty.

Nos despedimos sin tardar tanto como la otra vez… y es que la edad no perdona. La próxima reunión está prevista para enero, así que preparen las agendas, que esta vez se avisará con tiempo.

Los deberes:

Son las dos de la noche Hora de volver a casa. Voy hacia donde tengo aparcado el coche. Le doy al mando. Bip Bip. Las luces del hyundai coupé me saludan, Entro dentro y meto la llave en el contacto. Pongo la radio. Suena el último éxito de Nirvana, ¡Qué bien que vengan a Barcelona la próxima semana! Ya tengo las entradas y tengo ganas de que el tiempo pase rápidamente hasta que llegue el día del concierto. Apenas hay tráfico. Todos los semáforos en verde. En apenas unos minutos cruzo Barcelona por la Diagonal y me planto en Pedralbes. Callejeo unas esquinas más y ya estoy por fin en el hogar dulce hogar. El conserje sube la valla de la entrada. Aparco. Me meto en el ascensor. Estoy cansado y me quito los zapatos. Le doy al ático. Al abrirse la puerta del ascensor aparece directamente el recibidor de mi apartamento. Dejo el móvil y ia cartera en el mueble de ta entrada. La claridad de la luna hace que el reflejo azulado de la piscina de la terraza, se propague al interior por las paredes del comedor. Enciendo las luces y subo las escaleras. Entro en la habitación de mis dos hijas. Me acerco hacia ellas y sin que se den cuenta le doy a cada una un beso de buenas noches. Entro en mi despacho y conecto mi ordenador para mirar el correo. Entre varios e-mails intrascendentes, me alegro al encontrar uno de mi editor, en el que me comunica que mi último libro de ensayos: «Pornoliteratura y otras florituras» ya está entre ios libros más vendidos del último mes. Recibo también una invitación de varios días para un ciclo de conferencias en ia Universidad de Austin. Tendré que consultar ia agenda. En el comedor veo que mi mujer se ha traído de! taller el último cuadro en el que trabaja. Desde hace unos meses está muy inspirada y su pintura me parece cada vez más bella. Entro en la habitación. Me desvisto y me meto en la cama. Ella se gira al notar el contacto y medio abre los ojos

– ¿Qué tal te lo pasaste?

– Estuvo bien. Nos reímos mucho. Todos me felicitaron por el libro. Ya sabes como son estas cosas.

– ¿Viste el cuadro?

– Sí, me gusta. Los colores son más intensos. Y se nota una especial delicadeza en cada pincelada,

– Vale, vale. Yo también te quiero. Lo habíamos manaña.

– Ok, Bonita -le digo mientras acaricio sus cabellos y dejo que estos se entremezclen entre mis dedos,


Acaba la reunión y me encamino para casa. Camino despacio por las ramblas, cuando alguien se coloca silenciosamente a mi lado. Es Terelu. He soñado tantas veces con ella que no me sorprende tenerla a mi lado. Le invito a venir a mi casa y acepta encantada, mirándome con lujuria. Me pregunta si puede llamar a una amiga. Claro, le digo. Nos está esperando en el portal Es Lucía Lapiedra. La noche, por fin, se pone interesante.


-Bueno, pues hasta la próxima, pero que sea pronto.

Me dirigía hacia la boca de metro cuando caí en la cuenta de que un sábado de
madrugada la espera podía ser de veinte minutos y mi vejiga no aguantaría ni tres. Así
que opté por entrar en aquel bar tipo pub irlandés tan de moda en los noventa. Me pedí
una cerveza en la barra y acto seguido fui al aseo. Desde allí se oían unas risotadas
tremendas y afiné el oído.
-Yo tengo mucho talante, tanto por detrás como por delante.
Salí de allí rápidamente a por mi cerveza, pero no conseguía ver quién era el dueño de
aquella voz tan peculiar.
-Montilla, te vamos a hacer papilla.
La gente se arremolinaba y no había forma.
-Y ahora cantemos el himno no oficial de la campaña: todos queremos Más, todos
queremos Más, todos queremos Más, Más y Más, y mucho Más.
Cuando por fin pude acceder a la primera fila me encontré abrazados a un conocido
travestí con un aspirante a presidente, dos candidatos en plena c(h)ampaña.


Me gustaría tener que escapar de un par de dinosaurios que aterrorizan Barcelona para llegar a tiempo a mi laboratorio secreto y poder combatir a la invasión extraterrestre que nos amenaza desde unos días -las naves cada vez se acercan más a la tierra- Una aparición mariana me indicará las calles libres de escombros mientras una horda de ratas modificadas genéticamente me entregan un mensaje de las profundidades: los ejércitos oscuros se nos unirán en la lucha con el enemigo común. Un mensaje en el móvil me avisa de que el proyecto NeoManhattan (cien científicos locos arrancados de los castillos de medio mundo) ha encontrado el arma que estábamos buscando. Suspiro aliviado, la humanidad todavía tiene un futuro.


Salí del metro abrochándome la chaqueta. Eran cerca de las cinco de la mañana y había refrescado. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo avanzado de la hora. Todavía conservaba una medio sonrisa un poco boba, producto del último cubata, y el recuerdo de las bajas pasiones despertadas por Terelu había conseguido que no me afectara el ambiente de resaca incipiente que flotaba en el vagón. Pero aquel soplo de brisa, anuncio de un amanecer que empezaba a clarear por detrás de Monjuich me había despejado de golpe.
Hay muy poco tráfico en mi calle, incluso en las horas puntas. Es una calle estrecha y antigua; la mayoría de edificios, aunque rehabilitados, son del siglo XIX, o principios del XX, y conservan un aire rural acentuado por las tapias, provistas de grandes puertas cocheras, que aparecen a intervalos, ocultando viejos jardines o patios traseros, muchas veces convertidos en talleres. Mis pasos resonaban en las aceras, estrechas y ya cuarteadas, mientras caminaba a paso vivo, con las manos en los bolsillos, deseando meterme en la cama.
Pocos metros antes de llegar a mi casa, allí donde se cruza con la mía otra calle aún más estrecha, apenas un callejón, me encontré con una limusina aparcada. No es algo que se vea a menudo en mi barrio así que me la quedé mirando. No sabría decir la marca ni el modelo, pero me recordaba a las que llevan a las estrellas de Holywood a la gala de los Osear. Recuerdo que pensé que era un poco pronto para ir a buscar a la novia, ya que sólo se me ocurría que alguien la hubiese encargado para una boda. De pronto, y sin apenas ruido, la puerta trasera se abrió y por ella asomó una mano de mujer enguantada me hizo señas de que subiera al coche.
Al principio, no me lo creía, pero como no había nadie más en la calle no podía ser que estuviera llamando a otra persona, de manera que pensé que acaso quisiera preguntarme una dirección o donde estaba la farmacia de guardia, así que me acerqué. No estaba preparado para lo que me encontré.
Dentro de la limusina me esperaba una auténtica belleza, enfundada en un vestido de noche de gasa blanca y cubierta de joyas. «Soy el fantasma del éxito -me dijo- Sube a mi coche y te mostraré aquello que ambicionas».
El desenlace, quizá por falta de espacio (no olvidemos que hay que leer más deberes), quizá por mi cobardía natural, es un verdadero anticlímax. Salí zumbando de aquella pirada y me metí corriendo en la cama, jurándome, como tantas otras veces, que no volvería a mezclar.


¿Para qué inventar? Caminar en paz hasta casa rememorando los buenos momentos pasados y esperar que en breve pueda volver a ver a estos buenos amigos. Deseos sencillos pero muy satisfactorios.


El encuentro Bitácoras y libros había sido todo un éxito, como siempre. Aquella noche, la temática había girado entorno…no piensen mal, no sean reiterativos. No había girado entorno al escote de Terelu Campos. (La verdad es que yo no me acordaba de que Terelu Campos hubiera sido tema de nuestras tertulias en ningún encuentro, pero leyendo las reseñas de Palimp en su blog sobre todas las Bitácoras anteriores, lo vi escrito y he querido utilizarlo para animar esta historia, basada en hechos verídicos). La cuestión había ido a parar algo más lejos, a mundos paralelos, a teorías esotéricas, a ese tema clásico entre los aprendices de escritor: «e/ otro». Como no pensar en un alter ego que actúa a tus espaldas, que te utiliza y que incluso escribe por ti. Qué desilusión enterarnos que detrás de todos los premios Planeta existe esa especie de negro, escritor nocturno, que trabaja desde los sueños del que da la cara en las fotos. Así llegó la hora de marchar a casa y me dirigí a la parada del autobús. Me encontraba muy animado y despierto. Me senté tranquilamente debajo de la marquesina. Si hubiera sido fumador, me hubiera filmado un buen pitillo como aquellos que se echan después de un buen polvo. Pero mi carácter curioso me llevó a fijarme en un individuo que esperaba el autobús, justo en la parada de enfrente. Me llamó la atención el color de su chaqueta de un verde chillón como la mía. No me hubiera imaginado nunca que alguien más, se atreviera a llevar otra igual. A mi me costó muchísimo comprarla, lo hice como un desafío a los dictados de la moda. Después, me fijé en su cara y en sus gafas de pasta negra. Tal vez les parezca una tontería pero el parecido a mí era inaudito. Las gafas clavadas. La pose, podría decirse que algo más desgarbada que la mía, como si fuera yo mismo pero algo más cansado. El caso es que temí que llegara su autobús y se marchara antes de que pudiera acercarme a él y comprobar si era un espejismo. Me froté los ojos y como loco, crucé la calle sin mirar. Después, todo fue una verdadera pesadilla. Me desperté en la camilla de un hospital, mareado. Me registré todos los miembros y me di cuenta de que estaba entero. Suspiré, miré a mí alrededor y me sentí aliviado. Unos segundos después, recordé a aquel tipo y sentí mucho miedo. Tal vez todo había sido una casualidad pero desconfío tanto de las casualidades, desde entonces no paran de llegarme ofertas de las editoriales e invitaciones para reseñar libros en mi blog.
Les cuento esto para tengan cuidado al volver a casa y si les pasa algo parecido, no se extrañen que a los pocos meses les llamen y les comuniquen que han ganado el premio Planeta o que les editan un libro. De todas formas, les confieso, que no es nada agradable tener el escalofrío perpetuo que te produce sentirse un hombre duplicado.


Lujuria, lujuria desenfrenada. Un morenazo de metro noventa que sea guapo y esté cuadrado, y si tiene un amigo igual que él, mejor. Sin vergüenza, que esto es secreto. Un polvo de los que hacen época,o o mejor dos o tres. Que tranquila me iba a quedar.


Me abducen unos extraterrestres y me meten en un zoo extraterrestre (como el de Kurt Vonnegut) y durante un tiempo lo único que tengo hacer es comer, dormir y aparearme.
Y luego me devuelven y miro el facebook y tengo muchas peticiones de amigos y miro el paypal y he vendido 5 libros!!


¡Buf! Cuando vuelvo a casa no tengo el cuerpo para esperar que me pase nada. ¡Si apenas aguanto sin dormirme! La edad no perdona… Ojalá me encontrara al amor de mi vida, pero no tendría fuerzas ni para irme a la cama en su compañía. Dejémoslo en que me encuentre un fajo de billetes de 500 euros, que siempre vienen bien.


Domingo 21 de noviembre, 2:00 am
Vengo caminando por la calle Tarragona con las solapas levantadas y jugueteando con las monedas que guardo en los bolsillos. Paso sobre unas tablas que cubren un agujero de una obra en construcción. Las tablas ceden, caigo en el pozo, caigo y caigo, es un tobogán que hace curvas. Acabo desenvocando en un suelo blando, está todo oscuro. Me refriego los ojos, los entorno y veo un cartel: Lletraferit. Entro con timidez, me sacudo la chaqueta y me bajo las solapas. Saludo con una sonrisa tímida, con los ojos entrecerrados.


Este ya es un universo para lelos. Lleno de gilipollas que te amargan la vida. Sería bonito estar en otro universo, uno en el que la gente esté mejor educada y en el que si no son buenos, por lo menos sean amables. ¿Alguien sabe como se viaja allá?


Iba caminando y me caí a un pozo ciego.


El Raval es mucho más seguro que antes, pero todavía hay que tener cuidado con ciertas calles oscuras. Si vas desprevenido puede salir un indeseable de cualquier portal con una navaja y dejarte sin nada: cartera, movil, reloj… Este llevaba casi cien euros y un reloj de puta madre. A ver si al final lo mejor de las Bitácoras y Libros es lo que pesco volviendo a casa.

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