RBA, 2006. 170 páginas.
Está en mis planes leer todo lo que pueda de Pérez Galdós y hoy toca relectura. Cuando yo era un zagal era obligatoria esta Marianela, y recuerdo una edición de Cátedra que debió quemarse en su momento.
Para un buen resumen, la wikipedia: Marianela que lo tiene muy bueno y con detalle.
Siguiendo la línea de los otros libros que he leído de este autor, no esconde sus fines didácticos. En este caso la lucha contra las malas condiciones en que vive la gente pobre, el corazón de piedra de muchas personas y una alabanza del progreso matizada. Si bien el doctor -hecho a sí mismo, otra lección moral- trae el milagro vía la ciencia no es sin coste.
A más de cien años de distancia todavía podemos aprender de estas lecciones.
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Extracto:[-]
Se ha declamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga que entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una plaga más terrible, y es el positivismo de las aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambición noble y encerrándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa. Hay en nuestras sociedades enemigos muy espantosos, a saber: la especulación, el agio, la metalización del hombre culto, el negocio; pero sobre éstos descuella un monstruo que a la callada destroza más que ninguno: es la codicia del aldeano. Para el aldeano codicioso no hay ley moral, ni religión, ni nociones claras del bien; todo esto se resuelve en su alma con supersticiones y cálculos groseros, formando un todo inexplicable. Bajo el hipócrita candor, se esconde una aritmética parda que supera en agudeza y perspicacia a cuanto idearon los matemáticos más expertos. Un aldeano que toma el gusto a los ochavos y sueña con trocarlos en plata para convertir después la plata en oro, es la bestia más innoble que puede imaginarse; porque tiene todas las malicias y sutilezas del hombre y una sequedad de sentimientos que espanta. Su alma se va condensando, hasta no ser más que un graduador de cantidades. La ignorancia, la rusticidad, la miseria en el vivir completan esta abominable pieza, quitándole todos los medios de disimular su descarnado interior. Contando por los dedos, es capaz de reducir a números todo el orden moral, la conciencia y el alma toda.
-Es decir, que se suicidó -dijo Sofía-. Era una mujer de mala vida y peores ideas, según he oído contar. Carlos no estaba aquí todavía; pero nos han dicho que se embriagaba como un fogonero. Y yo me pregunto: ¿Esos seres tan envilecidos que terminan una vida de crímenes con el mayor de todos, que es el suicidio, merecen la compasión del género humano? Hay cosas que horripilan; hay personas que no debieran haber nacido, no señor, y Teodoro podrá decir todas las sutilezas que quiera, pero yo me pregunto…
-No, no te preguntes nada, hermana querida -dijo vivamente Teodoro-. Yo te responderé que el suicida merece la más viva, la más cordial compasión. En cuanto a vituperio, échesele encima todo el que haya disponible, pero al mismo tiempo… bueno será indagar qué causas le llevaron a tan horrible extremo de desesperación… yo observaría si la sociedad no le ha dejado abierta, desamparándole en absoluto, la puerta de ese abismo horrendo que le llama…
-¡Desamparado de la sociedad! Hay algunos que lo están… -dijo Sofía con impertinencia-. La sociedad no puede amparar a todos. Mira la estadística, Teodoro; mírala y verás la cifra de pobres… Pero si la sociedad desampara a alguien, ¿para qué sirve la religión?
-Refiérome al miserable desesperado que reúne a todas las miserias la miseria mayor, que es la ignorancia… El ignorante envilecido y supersticioso sólo posee nociones vagas y absurdas de la divinidad… Lo desconocido, lejos de detenerle, le impulsa más a cometer su crimen… Rara vez hará beneficios la idea religiosa al que vegeta en estúpida ignorancia. A él no se acerca amigo inteligente, ni maestro, ni sacerdote. No se le acerca sino el juez que ha de mandarle a presidio… Es singular el rigor con que condenáis vuestra propia obra -añadió con vehemencia, enarbolando el palo en cuya punta tenía su sombrero-. Estáis viendo delante de vosotros, al pie mismo de vuestras cómodas casas, a una multitud de seres abandonados, faltos de todo lo que es necesario a la niñez, desde los padres hasta los juguetes… les estáis viendo, sí… nunca se os ocurre infundirles un poco de dignidad, haciéndoles saber que son seres humanos, dándoles las ideas de que carecen; no se os ocurre ennoblecerles, haciéndoles pasar del bestial trabajo mecánico al trabajo de la inteligencia; les veis viviendo en habitaciones inmundas, mal alimentados, perfeccionándose cada día en su salvaje rusticidad, y no se os ocurre extender un poco hasta ellos las comodidades de que estáis rodeados… ¡Toda la energía la guardáis luego para declamar contra los homicidios, los robos y el suicidio, sin reparar que sostenéis escuela permanente de estos tres crímenes!
6 comentarios
Hola,
un gusto pasar por aquí 🙂
De jovencita (en el milenio pasado…) era «lectura obligatoria» esta obra de Galdós. Como sólo leía lo que me permitían, entendía lo que quería entendieran.
Con el tiempo aprendí a entrar a hurtadillas en bibliotecas de la familia y ajenas y leer libros «prohibidos para jóvenes y personas sin sólida base moral» .
Pero no Marianela, que gracias a vos, me he bebido a grandes tragos esta siesta de verano y, con los ojos enrojecidos (por la pantalla y la emoción) descubro que NO es lo que leí hace más de 40 años.
Gracias. Esto me ha hecho tomar (más) conciencia de la importancia del medio de comunicación que estamos usando. Que de ser por mí, nunca hubiera vuelto a Galdós ni a muchos otros que ahora sí, volveré a buscar, en papel o en pantalla.
El gusto es mio.
Ahora que ya no soy joven me sorprendo de tantas lecturas que tuve que hacer en el instituto y que ahora me dejan muy sorprendido. Me pasó con Shakespeare, y me está pasando con muchos otros. Lo que hace que me pregunte ¿Se hace bien obligando a leer según que cosas cuando eres niño?
En mi colegio se leía en cambio «El capitán Veneno» y «María» de Jorge Isaacs, lecturas más ligeras aunque María muere al final. Yo leí Marianela porque estaba en la biblioteca de mi casa, creo que mi madre consideró que Marianela era una novelita adecuada para una niña, seguramente porque no hay escenas de sexo, sin tener para nada en cuenta la carga de erotismo reprimido que hay entre esa infeliz criatura y el ciego mantenido por su padre en estado de inocencia edénica, hasta que fue conveniente que despertara para casarse con la prima. Es una historia terrible y desgarradora y yo se la di a leer a mis hijas sin mucha conciencia de lo que se trataba. Menos mal que no me hicieron caso. AHora pienso que no hay por qué enfrentar a una adolescente con una tragedia de esa especie sino más bien mostrarle casos que permitan una visión más positiva de la vida y el amor.
Con respecto a la inquietud de Palimp sobre si se hace vien en obligar a los niños o jóvenes a determinadas lecturas: a pesar de los reparos que manifiesto en mi comentario anterior, debo agregar que, al no ser española, a lo mejor yo no hubiera descubierto jamás a Pérez Galdós si no hubiera sido por la lectura de Marianela cuando (yo) tenía 14 o 15 años.
En mi colegio se leía muy poco, creo que dos libros por año como mucho. Además casi todos plomazos. Según recuerdo: María de Jorge Isaacs, La bolsa de Julián Martel (es argentino), Huasipungo, El señor presidente de Asturias, una de Hugo Wast. Y dos buenas: Rosaura a las diez, y Aires nuevos en Buenos Aires.
La utilidad de obligar a leer es dudosa. Aprender la regla de tres es bastante más provechoso.
Mis sentimientos también son encontrados. Creo que se deberían mandar trabajos más o menos obligatorios, y que deberían alternarse libros que puedan gustar a los jóvenes, cuentos de escritores famosos -que tienen la ventaja de ser cortos- y libros del canon