Arturo Seeber. Un paquete para el mánager.

junio 28, 2018

Arturo Seeber, Un paquete para el mánager
El garaje, 2011. 160 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

Un paquete para el mánager
El duro falso
El mortal gancho de derecha
El boxeador poeta
La gran oportunidad del Pelusa
Campeón…, campeón
Las «variantes» del señor Subcomisario.
Un round de entrecasa
El otro rincón
Un boxeador llega al pueblo

Ambientados, como queda claro, en el mundo del boxeo. Aunque son relatos independientes los personajes se pasean de un cuento a otro, como el entrenador Malatesta o el suboficial Gutiérrez. Por cierto que el paquete del título hace referencia a un boxeador malo, un paquete.

En algunos cuentos la trama no tiene demasiada consistencia y el final es algo tópico y sensiblero (como en El mortal gancho de derecha, con un protagonista contrahecho que va subiendo posiciones en la vida con la ilusión de ser boxeador o El boxeador poeta, con un remate un poco a contramano). Pero en todos la descripción del ambiente, la construcción de los personajes y el tono del relato son magistrales.

Por eso cuando la historia es buena, como en El duro falso, el cuento te va tirando golpes al cuerpo y, cuando bajas la guardia, te vence por nocaut, que es como dijo el más grande que deben vencer los cuentos.

Recomendable.

En algunos bares le daban desayuno y comida, favor que él retribuía con otros, haciendo a veces algún trámite al patrón, ayudando a levantar las mesas cuando cerraban o simplemente estándose allí un rato, por compañía en las horas muertas en que la clientela escaseaba y los mozos del bar, entre bostezos, hablaban de fútbol y espantaban las moscas, por no tener cosa mejor que hacer.
Y el pibe, siempre buenito, siempre tranquilo, servicial y con modales de aristócrata, como si la vida animase a las contradicciones, era un apasionado por el boxeo. Todas las noches en que había combate en el Luna Park, él se andaba por allí rondando, y como era amigo de los de la entrada, cuando ya todos habían entrado lo dejaban pasar, y en la tribuna se acomodaba muy orondo, y al ver pasar el cafetero sacaba sus moneditas y le pedía un café con leche, que el hombre se lo cobraba mucho más barato por no regalárselo, porque comprendía que esos eran los momentos en que el pibe necesitaba sentirse un gran señor.
Uno de los acomodadores era su gran amigo del alma, porque con él tenía largas horas de charla. Se sabía todo sobre boxeo, después de una vida laburando en el Luna, y le hablaba de todos los grandes que había conocido, porque había conocido a todos los grandes, de algunos con orgullo, como de Accaballo, porque supo aprovechar lo que ganó peleando en poner una cadena de tiendas de deporte, y con tristeza al ver a lo que habían llegado otros que no supieron enfrentar el éxito, como el caso del pobre infeliz de Pascualito Pérez, al que se lo podía ver, hasta que se murió, dando interminables vueltas alrededor del estadio, completamente en pedo.

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