Reunión de 15 artículos sobre diferentes cuadros en los que se junta la belleza del arte con lo incierto del azar. Cuadros perdidos y reencontrados, atribuciones perdidas, relaciones subterráneas entre diferentes obras.
Gozo. No hay otra manera de describir lo que he sentido leyendo este libro. Auténtico placer. Cuando alguien tiene pasión por algo y es capaz de transmitirlo con tanta fuerza no te puede dejar indiferente. Por el camino me he deleitado, además, en la contemplación de varias maravillas pictóricas.
Quizás el mayor placer ha sido, cuando he acabado el libro, al descubrir que el autor tiene escritos más libros. Que voy a devorar, sin ninguna duda.
Extremadamente recomendable.
Un cuadro en sí mismo no es nada: una tela clavada a un bastidor donde alguien ha explicado, sigue y seguirá explicando algo mediante un lenguaje que es la pintura. Por mucho que desde los postulados más modernos se empeñen en matarla, la pintura resucita como la bestia de una película de ciencia ficción. Y lo hace porque es inherente al hombre. Hace poco vi el documental en 3D La cueva de los sueños olvidados, del alemán Werner Herzog (en este caso, sí bastó el simulacro del cine, cuando me resulta imposible conocer el original) . Por primera vez un equipo de filmación ha podido rodar dentro de la cueva de Chauvet, en el sur de Francia, considerada la Capilla Sixtina del arte prehistórico. Cuando observas la silueta en carbón del perfil de dos leones antes de la cópula, dibujados en la piedra como el mejor de los caligrafistas chinos o Picasso, obras realizadas hace más de treinta mil años, te das cuenta de que el arte (la pintura) existirá mientras exista el hombre. Nació con él y morirá con él; son indisociables.
Un cuadro es un mundo en condensación. Lo que le da enjundia es lo que contiene. Su primera apariencia es como un océano donde no se divisa más que el mar. Muchos se quedan ahí sin la curiosidad de atravesarlo, de penetrarlo en busca de una tierra que no se ve pero existe. Sólo hace falta recorrer la travesía con pasión y permanecer atentos hasta encontrarla. La tierra (el trasfondo o corazón de la pintura) es lo que da sentido al viaje. Quizás penetramos la pintura para escapar de la vida. Y la tierra descubierta siempre está conectada con quien se encuentra detrás de la pintura: el pintor. El movimiento de las formas se ha producido de manera imprevista, por azar, de ahí el título del libro: Nada es bello sin el azar. El azar es el hilo conductor que, como la tela de araña, conecta las diversas historias; es el motor de cada uno de los episodios. Por tanto, nada es bello -lo que, pensando en los cuadros que motivan este libro, es lo mismo que decir que nada existe (la belleza como razón de ser o de existir)- sin el azar, sin la casualidad de las cosas en el tiempo.
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