Antonio José Osuna Mascaró. El error del pavo inglés.

octubre 31, 2014

Antonio José Osuna mascaró, El error del pavo inglés
Universidad de Granada, 2012. 270 páginas.

La anécdota que da título al libro es curiosa: un pavo real, Mister P., empeñado en cortejar a un surtidor de gasolina. ¿Por qué ese curioso comportamiento? ¿Es un error del pavo o de la evolución? Esta es la excusa para buscar respuestas y preguntas acerca de quienes somos y nuestros parecidos y diferencias con el resto de animales.

Aunque el libro tiene siete capítulos, se puede decir que está estructurado en dos partes. En la primera se explican diversas sobre la ciencia, como la teoría de la evolución, qué es la vida o la conciencia y por qué cometemos algunos errores (como el del pavo inglés).

La segunda, más interesante, se dedica a analizar cuales son las características que nos hacen humanos y examinarlas una a una para ver si realmente son exclusivas nuestras o si las compartimos con otros animales. La moralidad, por ejemplo, puede encontrarse en los primates, tal y como explica el primatólogo Frans de Waal. La cultura y la racionalidad también aparecen en muchos animales capaces de seguir reglas lógicas, construir herramientas e incluso enseñar como hacerlo. La conclusión está clara, somos animales y eso debería darnos un baño de humildad.

Aunque el libro es interesante y proporciona datos curiosos y reveladores (adjunto como siempre extractos), también tiene algunos defectos que dificultan su lectura. El primero y más importante la falta de una tesis general e incluso una contradicción entre título y contenido. El pavo real se equivoca porque le han cambiado el contexto, pero en el libro no está orientado a este tipo de problemas. Más claro está el objetivo de la segunda parte, la demostración de lo poco que nos diferencia de los animales, y por eso también es la más consistente.

El segundo fallo, en mi humilde opinión, es el lenguaje. Intenta ser fresco y divertido, pero lo segundo sólo lo consigue a veces y lo primero se convierte en una verdadera maraña de asociaciones que despista más que otra cosa. Lo ha editado la universidad de Granada y creo que con una buena revisión editorial profesional hubiera ganado mucho. Porque el material vale la pena, pero no acaba de cuajar.

Dos reseñas hay en Naukas: El error del pavo inglés, de BioTay y Sábado, reseña: “El error del pavo inglés” de Antonio José Osuna Mascaró. Pese a los elgios (más en la primera que en la segunda) no es difícil leer entre líneas. Espero que si el autor lee esta reseña la tome como una crítica constructiva.

Calificación: No está mal.

Extractos:
El caso de Howard Dully es un buen ejemplo que luego trataremos, él vive actualmente y sufre una dolencia similar. El doctor W. Freeman, neurólogo (pero no cirujano) desarrolló en 1936 una técnica quirúrgica, que suponía iba a solucionar los problemas psiquiátricos de muchos individuos, era una «versión práctica» de la lobotomía desarrollada por Moniz (que le valió el Nobel, aun no habiendo demostrado su «eficacia» más que en un chimpancé)… Los utensilios de Freeman eran sencillos, un picahielo, un mazo de caucho y un tipo de anestesia, muy «especial»… como describe él mismo en este fragmento.
La técnica consiste en aturdir a los pacientes con un golpe y, mientras están bajo el efecto del «anestésico», introducir con fuerza
deja de comer y de aparearse únicamente para pulsar un botón conectado a su «centro del placer cerebral» apuntan en esta dirección.
un picahielo entre el globo ocular y el párpado a través del techo de la órbita, hasta alcanzar el lóbulo frontal; en este punto se efectúa un corte lateral moviendo el instrumento de una parte a otra. Lo he practicado en ambos lados a dos pacientes y a otro en un lado sin que sobreviniera ninguna complicación, excepto en un caso un ojo muy negro. Puede que surjan problemas posteriores, pero parece bastante fácil, aunque ciertamente es algo desagradable de contemplar. Hay que ver cómo evolucionan los casos, pero hasta ahora los pacientes han experimentado un alivio de los síntomas, y solo algunas de las nimias dificultades de comportamiento que siguen a la lobotomía. Incluso son capaces de levantarse e irse a casa al cabo de más o menos una hora.
Lejos de horrorizar a la gente con este método, o con sus resultados (pues el daño producido en los lóbulos frontales alteraba sensiblemente la conducta de los pacientes de por vida), tuvo éxito, se hizo popular, e incluso llegaron a imitarlo… En 1949 se habían practicado ya más de diez mil de estas operaciones en los Estados Unidos, y otras tantas más en los dos años siguientes. El doctor Walter Freeman recorría el país en su furgoneta, la lobotomóvil («loboto-mobile», como él la llamaba) destrozando el cerebro de la gente con un picahielo y en cualquier lugar, incluso en habitaciones de hotel. Por supuesto, no hacía seguimiento alguno de sus pacientes, pues el lobotomóvil continuaba su recorrido incansablemente…
Las películas de terror tendrán que mejorar a partir de ahora, pues la realidad les anda muy cerquita… Howard Dully fue uno de sus pacientes más jóvenes, era un chico rebelde e intranquilo, probablemente un chaval hipercinético como tantos otros, su madre preocupada por el comportamiento del chico de sólo 12 años, y decidida a cambiarlo recurrió a la experiencia del doctor Freeman para dar solución a sus problemas. Puedo imaginar que poco sabría esta madre sobre los métodos del doctor, o quizás la gente en 1960 tenía por regla general el estómago menos sensible de lo que lo tenemos ahora, no lo sé, pero ese niño llamado Howard fue ese año un paciente más de Freeman, y los resultados fueron los que hoy seríamos capaces de predecir. Dully en lugar de transformarse en un chico responsable pasó a ser todo lo contrario, perdió la responsabilidad y se sentía totalmente descontrolado, Howard Dully había recibido un tratamiento que consistía en destrozar sus lóbulos frontales.


Son estos casos los que más nos suelen impresionar, cuando un animal ayuda a otro totalmente distinto, ya sea Kuni tratando de ayudar al estornino, la leona que en una reserva natural cuidó durante días a una cría de óryx (un tipo de antílope) impidiendo que la atacasen otros leones y leopardos, el delfín que arrastra a los marineros accidentados hasta la orilla, o aquella gorila llamada Binti Jua, que al ver caer a un niño (desde cinco metros de altura) al foso del zoológico de Brookfield (EEUU), ante la sorpresa de todos los asustados humanos, y llevando a su hija de 18 meses a la espalda, cogió al niño entre sus brazos, lo alejó de todo gorila que se acercase, y cuidadosamente se acercó a una puerta de servicio para que los empleados del zoo lo recogiesen. Hay casos similares en montones de especies distintas, en la mayor parte de los casos podemos pensar que es el «instinto maternal» el causante, pero no en todos, no lo es en el comportamiento de Kuni ya descrito o en la protección gratuita que aportan los delfines. Pero en todos los casos lo que apreciamos es una extensión de la moral destinada originalmente a un grupo concreto. La moral es el cimiento que une los grupos animales en sociedad, cuando el rango del grupo traspasa el nivel por el que fue seleccionado encontramos «el error del pavo inglés», animales que cuidan y salvan a otros de distintas especies sin beneficio evolutivo de ninguna clase. Llamarlo un «error» quizá no sea lo más éticamente correcto, pero «describir» y «apoyar», como ya he comentado antes en el caso de E. O. Wilson, son dos cosas muy distintas, aunque pueda ser considerado un error, y en mi opinión, deba ser descrito así, no por ello hemos de luchar por eliminarlo, sino por incentivarlo.

Un comentario

  • Tay octubre 31, 2014en2:08 pm

    Lo tomo como una crítica constructiva, de hecho soy consciente de los defectos del libro.
    Gracias por la reseña!

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