Espasa-Calpe, 1985. 132 páginas.
He estado complementando la lectura de estas obras de teatro con conferencias sobre Buero Vallejo (que buena falta me hacían). Es uno de mis dramaturgos preferidos, pero siempre he pensado que le faltaba algo. Lo que le faltaba no es tal, solo su vocación de que sus obras fueran siempre entendibles para el público. Si una obra no tiene público no es teatro y no es eficaz.
Esta obra trata sobre un crítico de arte que vive una mentira. Ante un hecho luctuoso su hija descubre lo que oculta, y se enfrenta al riesgo de perder su carrera y el amor de su esposa.
No es una de las mejores obras del autor y no por que lo que cuente sea inverosímil (un crítico de arte que es daltónico), sino porque los temas siempre presentes (el hombre incompleto, el enfrentamiento generacional, el personaje que trae la luz) de su teatro no están entre sus mejores creaciones.
Aún así, como cualquier obra suya, es de lectura recomendable.
Extracto:[-]
Braulio.—Años terribles, Fabio. En las cárceles se moría fácilmente de hambre. Y tu madre apenas podía sacarte adelante. Figúrate: poco más de un año tenías cuando terminó la guerra. Ni un panecillo podía ella mandarme… Aguantó hasta tus cinco añitos, pero, cuando me soltaron, ya estaba consumida. Hijo, si pude sobrevivir en la prisión fue gracias a Gaspar. Él recibía paquetes de una hermana suya que supo arreglárselas. Ya ves: casi un chaval y con más necesidad que yo de alimentarse. Pero aquel muchacho era… todo un carácter. ¡Y una lumbrera! Analizaba lo que pasaba en el mundo mejor que muchos políticos veteranos, nos aconsejaba en los momentos difíciles, nos animaba… Y también nos daba de su comida. (Mirando a su marido, TERESA va acercándose a él, conmovida.) Conmigo la repartió hasta que salí a la calle. Y por eso tú también le debes la vida… Nunca había vuelto a saber de él hasta que, anoche, me lo encontré acurrucado en las escaleras del Metro. Un mendigo de setenta años. Pero me miró con sus ojos inconfundibles y comprendí de pronto quién era. Y ahora es él quien no tiene para comer. ¿Sabes cuántos años se ha pasado en prisión, entre unas y otras caídas? Veinticuatro… ¿No creéis los dos que debo corresponder a lo que hizo por mí?
TERESA.—Y vi en tu cara lo que debías contestar.
Fabio.— (Sonríe.) A veces hay que llevarle la contraria a este mundo egoísta, ¿no te parece?
TERESA.— (Ya a su lado, le abraza por la espalda.) Caballero, estoy enamorada de usted.
Fabio.—Muchas gracias, señora. Igualmente. (Ella se desprende, recoge al cruzar el bolso y su vaso de la mesa, y se acerca al pasillo.)
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