Martinez Roca, 1973. 204 páginas.
Tit. Or. The battle of chess ideas. Trad. Mariano Orta Manzano.
Repaso de la evolución de los tipos de estrategias desarrolladas en el ajedrez, desde la era romántica hasta los métodos modernos (de 1973), la eterna lucha entre la creatividad y originalidad y el rigor y la contabilidad de piezas, y las fusiones entre ambas.
Se analizan los estilos de grandes maestros del ajedrez como Capablanca, Petrosian, Larsen, Spassky o Fischer. Se incluyen diversas partidas que sirven de ejemplo para comprobar su estilo de juego.
La prosa del autor es un poquito rimbombante, y hay cuarenta años de evolución de ajedrez que no se contemplan, pero es un libro interesante y curioso.
Recomendable.
PETROSIAN: LA ERA DEL ANTTHEROE
«Dicen que mis partidas deberían ser más «interesantes» Yo podría ser más «interesante»… y también perder.»
T. Petrosian
En un aeropuerto de Sudamé-ríca desembarca un tímido viajero. Para consternación suya, una ruidosa multitud lo iza a hombros, cantando una canción armenia. El embarazado receptor de este homenaje desearía estar en cualquier otra parte. Es Ti-gran Petrosian, gran maestro de ajedrez. A pesar de él mismo, está destinado a convertirse en campeón del mundo.
En otros tiempos, los grandes jugadores de ajedrez fácilmente se rodeaban de misterio y leyendas que daban origen a cultos heroicos. El pobrísimo Steinitz le dijo a Epstein, uno de los hombres más ricos del país: «En ajedrez, yo soy Epstein,
usted es Steinitz.» Capablanca se negó a aparecer con la actriz más famosa de la época, diciendo: «¿Por qué he de darle yo a ella publicidad?» Alekhine le dijo una vez a un policía de fronteras: «Soy Alekhine, campeón mundial de ajedrez. No necesito pasaporte.»
Imaginemos el temblor de los míseros mortales que se sentaban a jugar frente a tales héroes, uno llamado «invencible» o «la máquina de ajedrez», otro «el mayor jugador atacante de todos los tiempos» y así sucesivamente.
Pero en nuestros días, todo el mundo ha quedado transformado por la revolución tecnológica. En nuestros propios hogares, me-
diante los milagros electrónicos, entran presidentes y reyes y hablan con nosotros. Incluso tomamos parte en viajes a la Luna, que ya no está viva para poetas y enamorados, sino que se ha convertido en un pedazo de roca muerta para el análisis de cien-tíñeos.
Sí, parecería que la Razón ha vencido a la Aventura. Incluso el bravo astronauta al que acompañamos muy de lejos a los cielos, descubrimos pronto que es un ser humano completamente ordinario como nosotros mismos. Parece como si los únicos héroes que quedasen fueran los muertos.
En ajedrez, esta tendencia del mundo contemporáneo se halla bien tipificada por Petrosian. En un campo dado a los superlativos, él merece éste: el más modesto campeón del mundo de todos los tiempos.
Al revés que las figuras del pasado romántico, que prosperaban en el misterio, este campeón está completamente deseoso de revelarnos sus pensamientos. Fue él quien al sentarse a desafiar a Botvinnik en 1963 sentía temblores. Comprendía que estaba frente a una «institución nacional». En la primera partida de aquel match jugó como un «niño malo». No esperaba ser
campeón. Parece que casi esperaba ser eliminado antes y de ese modo podría escribir un libro. Pero 21 partidas después recibía la corona mundial. Era el triunfo de un antihéroe.
Quizá no constituya ninguna sorpresa el hecho de que sus orígenes fueran humildes. Nació de padres armenios en 1929 en Tbilisi, URSS. Quedó huérfano durante la guerra y tuvo que barrer calles para ganarse la vida. En tanto que el ajedrez es para muchos grandes jugadores un medio de definir la propia identidad, el ajedrez fue al principio, para Petrosian, un modo de salir de la miseria. Así utilizó el dinero que tenía para comer en comprarse un libro de ajedrez, que guardaba bajo la almohada por las noches. De este modo se inició la gradual ascensión, sin nada de espectacular, hasta la cumbre, de un sutil y único talento ajedrecístico.
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