Ediciones B, 2015. 416 páginas.
Tit. Or. Ancillary Justice. Trad. Victoria Morera.
La Justicia de Toren es una nave espacial con una inteligencia artificial y varias auxiliares, humanos que forman parte de su inteligencia y son sus ojos, oídos y manos. Pero al ser destruída una de esas auxiliares iniciará una odisea que empieza en un planeta helado a la busca de un objeto que le permitirá llevar a cabo sus planes.
Un universo bien construído, donde una parte de la narración nos explica una cultura dominante en problemas, unos extraterrestres peligrosos rondando, una religión interesante y una distinción de géneros inexistente. La otra funciona como un thriller bien engrasado que atrapa nuestra atención. El libro, pese a ser la primera de una trilogía, tiene una resolución si bien con final abierto.
¿Se publicarán las siguientes partes? Aunque en inglés se han publicado hace tiempo dada la lentitud de nuestro mercado preveo la segunda parte, como pronto, en el 2017. Hay que aprender inglés cuanto antes.
Lo leí emparedado entre dos libros supuestamente de mayor calado y que resultaron un bluff. Como digo siempre, es más satisfactoria la lectura de algo sin pretensiones pero bien hecho que literatura fallida.
Mi aterrizaje había dejado un rastro blanco en el suelo cubierto de musgo que resultaba fácilmente visible desde el aire y, aunque las colinas que habíamos sobrevolado ya no estaban a la vista, el terreno era ligeramente ondulado.
Si se hubiera tratado de una situación de emergencia corriente, mi mejor opción habría consistido en permanecer en el interior del aerodeslizador y esperar a que llegara la ayuda, pero aquella no era una situación de emergencia corriente y no esperaba recibir ninguna ayuda.
Cuando la propietaria se enterara, gracias al transmisor automático, de que habíamos aterrizado, acudiría con sus compinches dispuesta a matarnos. O quizás esperaría. El establecimiento disponía de otros vehículos y, probablemente, a la propietaria no le supondría ningún problema esperar aunque fuera varias semanas para ir a recoger el aerodeslizador. Además, como ella misma había dicho, a nadie le sorprendería que una forastera se perdiera en la nieve.
Tenía dos opciones. Una consistía en esperar allí, tenderle una emboscada a quien acudiera con la intención de asesinarme y robarme, y apoderarme de su transporte; claro que esa opción sería inútil si decidían esperar a que el frío y el hambre hicieran su trabajo. La otra opción consistía en sacar a Seivarden del aero-deslizador, coger la bolsa y caminar. Mi objetivo estaba a unos sesenta kilómetros en dirección sudeste. Yo podía recorrer esa distancia en un día, siempre que el terreno, el clima y los demonios del hielo no me lo impidieran, pero tendría suerte si Seivarden podía recorrerla en el doble de tiempo. Claro que esta línea de acción sería inútil si la propietaria decidía no esperar y recuperar el aerodeslizador lo antes posible. Nuestras huellas se verían con claridad en la nieve estriada de musgo. Solo tendrían que seguirlas y acabar con nosotras, y yo habría perdido la ventaja que el factor sorpresa me habría proporcionado si me hubiera escondido cerca del aerodeslizador.
Por otro lado, tendría suerte si, al llegar a mi destino, encontraba lo que buscaba. Me había pasado los últimos diecinueve años siguiendo el más leve de los rastros. Había buscado o especulo durante semanas y meses salpicados de momentos como ftquel en los que el éxito e incluso mi vida habían pendido de un hilo. Había tenido suerte de llegar tan lejos y la lógica me decía que no podía esperar nada más.
Una radchaai habría lanzado una moneda para decidir; o, para ser más exacta, un puñado de ellas, una docena de discos, cada uno con su significado y trascendencia, y el patrón de la tirada habría configurado el mapa del universo que Amaat deseaba. Las cosas suceden como suceden porque el mundo es como es. O, como expresaría una radchaai, el universo tiene la forma que las diosas desean. Amaat concibió la luz y, al hacerlo, forzosamente concibió la no luz, y la luz y la oscuridad se extendieron. Esta era la primera emanación, EtrepaBo, luz/oscuridad. Las otras tres, implicadas y requeridas por la primera, son EskVar, principio/fin; Issalnu, movimiento/quietud y Vahnltr, existencia/no existencia. Las Cuatro Emanaciones se dividieron y se recombinaron de distintas maneras para crear el universo. Todo lo que es emana de Amaat.
El suceso más pequeño, el hecho aparentemente más insignificante forma parte de un todo intrincado, y comprender por qué una mota de polvo específica cae en un lugar concreto y determinado es comprender la voluntad de Amaat. No existen lo que se denominan coincidencias. Nada ocurre por casualidad, sino conforme a la voluntad de la Diosa.
Al menos esto es lo que enseña la ortodoxia radchaai. Yo nunca he entendido muy bien el sentido de la religión. Nunca se me exigió que lo hiciera y aunque me habían hecho las radchaais, yo no era una de ellas. No conocía ni me importaba la voluntad de las diosas. Lo único que sabía era que acabaría donde yo misma determinara al lanzar la moneda de mis decisiones.
Cogí la bolsa, la abrí, saqué un cargador de repuesto y lo guardé en el interior del abrigo, cerca de mi arma. Me colgué la bolsa al hombro, rodeé el aerodeslizador hasta el otro lado y abrí la puerta.
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